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La mañana del sábado había sido recibida por un asfixiante silencio. Toda la casa se encontraba en absoluta calma y aquello le resultó bastante extraño al veterano doctor Cullen cuando regresó tras un largo turno nocturno en el hospital.

Sabía que Alice no estaría en casa porque había decidido ir a atormentar al pobre Charlie Swan con el esmoquin que luciría el día de la boda; Edward, Jasper, Rosalie y Emmett habían salido a cazar algo lejos de los alrededores, Esme limpiaba el polvo de algunos muebles en el exterior que serían utilizados para la boda, pero no había rastro de Killian.

Dando media vuelta, salió afuera en busca de su esposa, la cual rápidamente dejó sus quehaceres y se acercó a saludar.

Ante aquel acto, Carlisle sonrió.

—¿Demasiado pesada la noche? —preguntó la suave voz de la fémina.

—Lo normal en Forks —contestó mirando a su alrededor.

Esme supo enseguida lo que buscaba.

—No está aquí.

—¿Dónde está?

—Estaba preocupado por las crías de puma —suspiró. Dejó el trapo que utilizaba para limpiar sobre un tronco y se sentó en las sillas que aún no decoraban—. Lleva ahí desde que salió el Sol.

Carlisle miró su reloj. 9:12. El Sol había salido hacía dos horas.

—Iré a ver cómo está —dijo seguro.

Esme no tuvo tiempo de reaccionar cuando la rubia imagen hubo desaparecido de su vista. Sin mucho más remedio, continuó con lo que hacía.

Killian se encontraba de rodillas a las orillas del río, con sus manos descansando sobre los muslos y sus ojos fijos en la imagen que las cristalinas aguas reflejaban. El cantar de los pájaros y el aleteo que emitían al volar parecían sacados de alguna grabación ideal para ayudarlo a relajarse. Las pisadas de las dos crías que descansaban detrás de un arbusto le hacían saber que ya confiaban algo más en él como para no salir corriendo. Killian agradecía que aquellos trozos de carne comprada estuvieran funcionando hasta que ellos mismos pudieran aprender a cazar y valerse por su cuenta.

Los pasos que se escucharon detrás de sí apenas lo hicieron reaccionar, el perfume caro que usaba Carlisle era inconfundible.

El vampiro más viejo avanzó tranquilo hasta arrodillarse junto al neófito, sin importarle que sus pantalones se llenaran de tierra mojada. Vestía pantalones grises claro, camisa blanca y una corbata que había sido ligeramente aflojada en el transcurso hacia el río. Su cabello lucía algo despeinado, probablemente gracias a estar pasando sus manos por éste. Sus dorados ojos pasearon por la figura a su lado, luego analizó a las dos crías que jugueteaban cerca y los pájaros que revoloteaban alrededor.

—Hol-

Killian cortó su saludo.

—Son negros.

Carlisle frunció su ceño algo confuso.

—¿Qué quieres decir?

—Son negros, señor Carlisle —murmuró muy bajo.

El rubio estaba a punto de preguntar otra vez a qué se refería cuando el neófito miró en su dirección en busca de respuestas. Fue entonces cuando Carlisle pudo notar que los tan hipnotizantes ojos rojos que poseía Killian desde su nacimiento, habían adoptado el negro intenso que llamaba por la sangre.

Y fue entonces también que comprendió porqué lucía tan ido. Era la primera vez que tenía un aspecto "normal".

—Killian... los ojos negros indican la sed que sientes. ¿Acaso tu garganta no arde?

OJOS ROJOS; twilightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora