023; ajedrez

6.5K 897 157
                                    

El día de la graduación estaba cada vez más cerca; su tan ansiada libertad a poco tiempo de suceder y, con ella, el último baile de fin de curso que tendrían.

Killian lucía ligeramente curioso por el baile, jamás habiendo asistido a uno por motivos obvios. Pensaba que sería una experiencia nueva el hacer —por primera vez— lo mismo que el resto de adolescentes con vidas normales, pero el simple pensamiento de estar rodeado de aquellas personas que se habían encargado de murmurar a sus espaldas desde que llegó el año anterior lo hizo descartar aquella idea.

—¿Habéis enviado ya vuestras tarjetas? —preguntó Angela cuando Edward y Bella se sentaron en su misma mesa.

Bella se sorprendió al ver al único Cullen humano sentado junto a su amiga, pero al ver a Alice entendió el porqué. Killian jamás había aceptado el sentarse junto al resto de alumnos a la hora del almuerzo, haciendo relucir el pequeño trauma del primer trimestre en el que todos señalaban sus ojos descaradamente y, aunque aún había gente que lo seguía haciendo, no era tan llamativo como lo fue la primera vez. En esa ocasión, Alice lo había arrastrado sin tiempo a negarse, alegando que la joven Angela Weber y su pareja, Ben Cheney, eran personas razonables y amables que jamás lo harían sentir incómodo.

Angela Weber era una joven bastante alta y complexión delgada cuyo cabello castaño claro había sido recogido en una coleta alta; sus ojos marrones tenían cierto brillo expectante tras haberle preguntado aquello a Bella Swan. Por otro lado, Ben era de la misma altura que Killian (mucho más bajo que Angela, claramente), de cabello negro, piel dorada, oscuros ojos marrones y de clara descendencia asiática.

Alice y Ben se sentaban uno a cada lado de Angela, mientras que Killian se apegaba a Alice como un niño perdido. Ben estaba concentrado leyendo un cómic, con las gafas deslizándosele por la pequeña nariz.

—No —le contestó a Angela—. No hay necesidad, la verdad. Renée ya sabe que me gradúo. ¿Y a quién más se lo voy a decir?

—¿Y tú qué, Alice?

Ella sonrió.

—Ya está todo controlado.

—Qué suerte —suspiró Angela—. Mi madre tiene primos a miles y espera que las manuscriba una por una. Me voy a quedar sin mano. No puedo retrasarlo más y sólo de pensarlo...

—Yo te ayudaré —se ofreció Bella—. Si no te importa mi mala caligrafía.

Angela parecía aliviada.

—Eres un encanto. Me pasaré por tu casa cuando quieras.

—La verdad es que preferiría pasarme por la tuya si te va bien. Estoy harta de estar en la mía. Charlie me levantó el castigo anoche.

—¿De verdad? —preguntó Angela, con sus siempre amables ojos castaños iluminados por una dulce excitación—. Creía que habías dicho que era para toda la vida.

—Me sorprende aún más que a ti. Estaba segura de que, al menos, tendría que terminar el instituto antes de que me liberara.

—¡Vaya, eso es estupendo, Bella! Hemos de salir por ahí para celebrarlo.

—No te puedes hacer idea de lo bien que me suena eso.

—¿Y qué podríamos hacer? —caviló Alice, con su rostro iluminándose ante las distintas posibilidades.

—Sea lo que sea lo que estés pensando, Alice, dudo que pueda disfrutar de tanta libertad.

—Si estás libre, lo estás, ¿no? —insistió ella.

—Estoy segura de que aun así hay límites, como por ejemplo, las fronteras de los Estados Unidos.

Angela y Ben se echaron a reír, pero Alice hizo una mueca, realmente disgustada.

OJOS ROJOS; twilightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora