039; impronta

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La cantidad de sonidos que sus oídos podían captar lo abrumaba. Sus ojos clavados en la distancia donde dos crías de puma lloriqueaban junto al cuerpo inerte de su madre, mordiendo sus orejas en un intento de hacerla despertar.

Esme, Alice, Emmett y Rosalie se encontraban un par de metros por detrás, dándole su espacio para evitar ejercer más estrés en él. Llevaban ahí cerca de media hora y todavía no habían sido capaces de escuchar hablar al neófito; no obstante, Esme entendía a la perfección el actuar del chico, así como entendía que le había afectado incluso más porque las ahora dos crías huérfanas habían resultado ser dos.

Como Lively y él.

Killian agachó la cabeza, atención puesta en la pequeña piedra partida junto a sus pies.

—¿Cómo se supone que los ayudemos? —susurró bajo—. No es como hablar con una persona.

—Quizás deberíamos traerle algo de carne —sugirió Emmett—, algún conejo podría servir.

—Tendrán que dormir solos...

—Podemos buscarle alguna cueva.

—Son muy pequeños para poder llegar a defenderse si un depredador más grande los encuentra —dijo Rosalie.

—Necesito más soluciones y menos contras —se quejó el vampiro.

El neófito dio un paso al frente, tentativo. Sus manos temblaban ligeramente mientras intentaba hacer el menor ruido posible. A pesar de carecer de ellos, sentía como si pudiera escuchar los latidos de su ahora muerto corazón penetrar su cabeza. El cuerpo inerte del gran puma descansaba frente a él como si sólo estuviera durmiendo, la suciedad en su pelaje aún se mantenía pero el rastro de sangre en su cuello se había secado haría rato. Los pequeños lloriqueos de las crías parecían hacerse más fuerte a medida que avanzaba, el llanto desgarrador de un pequeño que había sido obligado a estar solo en el mundo.

No fue mucho tiempo el que tardaron en darse cuenta de una presencia desconocida. Ambos colocándose delante de su madre en un intento de protegerla mientras soltaban siseos agresivos hacia el peligro al que se enfrentaban. Dicho peligro caminó hasta quedar al lado del cuerpo y se sentó junto al lomo de éste. Las crías gruñían y siseaban hacia él mientras intentaban hacer levantar a su madre con mordiscos y zarpazos en su cabeza.

—Iré a buscar algo de carne —susurró Emmett hacia las féminas.

—Hay carne de cerdo en el frigorífico en casa —informó Alice—. Deberías traer eso, no es mucho y, además, dudo que alguien lo vaya a comer ahora.

Tras un breve asentimiento de cabeza, el vampiro desapareció en un instante entre los árboles. Nuevamente, las vampiros centraron su atención en la imagen frente a ellas.

Killian sentía ganas de llorar. El cuerpo junto a él se había enfriado y comenzaba a tener una temperatura similar a la suya. El ardor en su garganta parecía no compararse con el terrible dolor que sentía en su pecho al divisar los intentos desesperados de protección de las crías. Lo recordaban, por supuesto que lo hacían. Él era el monstruo que había acabado con la vida de su madre, el monstruo que los había dejado huérfanos. Era obvio que estarían alertas ante su mísera presencia, listos para poder defenderse si aquel monstruo les hacía daño.

Pero el monstruo no se movió, ni los atacó, y aquello los confundió.

Ambas crías tenían la piel leonada al igual que su madre, pero una de ellas tenía una pequeña franja negra de piel que iba desde su pata trasera izquierda hasta la cola. El pequeño que tenía la franja en su cuerpo fue el primero en dar un paso al frente para investigar qué era aquella cosa sentada junto a su madre. Descontento, el otro hermano se mantuvo firme con sus gruñidos mientras no se alejaba del cuerpo.

OJOS ROJOS; twilightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora