000; introducción

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El taxi se detuvo frente a un edificio gris de aspecto bastante antiguo pero que mantenía su color y viveza gracias a las pinturas infantiles y los juegos para niños en el exterior del jardín.

—Son $34,70 —dijo el conductor.

Killian rebuscó en su bolsillo y le entregó el dinero correspondiente antes de tomar su bolso y salir del vehículo.

Suspiró pesadamente mientras observaba la estructura que tenía delante. Era la sexta vez en todo el año que regresaba a aquel lugar. Estaba a punto de cumplir la mayoría de edad pero aún así aún no perdía del todo la esperanza de encontrar su pequeño lugar en el mundo, sin embargo sus ganas de seguir intentando buscar una familia cada vez disminuían un poco más.

La puerta principal fue abierta, por ella se asomó una mujer bastante mayor de canoso cabello largo que sonreía cariñosamente en su dirección. Mantenía sus manos cruzadas sobre su pecho mientras agarraba la manta sobre sus hombros para protegerse de la fresca brisa. Killian caminó hacia ella con su gran bolso lleno de ropa en las manos. Era como repetir la misma escena de una película una y otra vez, sin poder recibir el visto bueno del director porque había algo en aquella escena que aún fallaba. En el caso de Killian lo que fallaban eran sus ojos. Aquellos ojos que hubieran sido hermosos si fueran de un color normal y no del rojo intenso que en realidad poseían. Aquel color siempre había sido el fallo en su escena que no conseguía el visto bueno del director. Cada familia con la que convivía volvía a mandarlo de vuelta al orfanato en el que se crió debido a que (según ellos) su relación nunca terminaban por funcionar. Durante toda su vida los cuidadores del orfanato habían intentado que los hogares de acogida a los que iba lo aceptaran, pero siempre eran las mismas familias quienes terminaban negándolo a los pocos meses.

—Mi niño, ¿estás bien? —la vieja pero cariñosa voz de la mujer zumbó en sus oídos como una mosca.

Killian asintió mientras la saludaba con un abrazo.

—Sí, nana Sol. No te preocupes. No es la primera vez que pasa, ya me he acostumbrado —aseguró, restándole importancia—. ¿Hay alguna novedad?

La mujer lo miró sin creerle mucho, pero se limitó a asentir a su pregunta.

—¿Recuerdas la pareja que vino a visitarnos hace un par de meses?

—¿La pareja en la que ambos trabajaban como periodistas? —preguntó el joven mientras cerraba la puerta detrás de él y avanzaba por el largo pasillo junto a su nana. A lo lejos podían escucharse los gritos y risas de los niños en el interior del comedor, así como los reproches de algunas cuidadoras al no conseguir hacerlos callar.

—Esa misma. Han arreglado todos los papeles y Alena se irá con ellos mañana temprano.

Killian elevó ambas cejas con sorpresa. Alena era una niña de apenas ocho años cuya madre abandonó a las puertas del orfanato cuando apenas era un bebé; Para Killian era como su hermana pequeña y no por decisión propia sino porque la niña había tomado un gran cariño al joven a tan corta edad.

—Espero que todo vaya bien —dijo sincero—, no hay nadie que se merezca más ser feliz que esa niña.

—Estoy segura de que todo irá bien. Los Robinson parecen buenas personas y han mostrado gran interés en ella. No creo que debamos preocuparnos por nada.

OJOS ROJOS; twilightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora