Capítulo 30.

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La mañana había llegado a la ciudad calabozo de Orario.

Los rayos del sol se filtraban por la ventana de una habitación en particular y el cantar de los pájaros parados en esta producía una melodía armoniosa pero lo suficientemente alta como para ser escuchada por los presentes ahí.

Era un día tranquilo, algo a destacar porque no siempre se es posible vivir días como esos en tan problemático sitio.

El sonido de un cuerpo moviéndose encima del colchón al interior del cuarto daba hincapié a creer que las horas de sueño del individuo finalizaron tan pronto el sol se asomó, como si de un reloj biológico se tratara.

Se arrastró hasta el reposacabezas de la cama y se impulsó con los brazos para de ese modo levantar la parte superior de su cuerpo, sentándose ahí mismo.

Los mechones blancos de su cabello estaban revueltos. Sus párpados todavía no se abrían por completo y fruncía el ceño cuando la luz exterior le impactaba directamente al rostro.

Enderezó la espalda y estiró los brazos, levantándolos por encima de su cabeza.

Un bostezo fue seguido de esto.

Poco a poco abría los ojos, la visión era borrosa, como era de esperarse de alguien que recién se despierta.

Al hacerlo, esos ojos color escarlata se asomaron entre los pequeños resquicios de sus párpados al separase.

-¿Mmm? ¿Dónde estoy?-Se cuestionó al verse en un sitio extraño que no reconocía.

Él se ha acostumbrado a que lo primero que ve en el día es el techo de madera de la habitación que comparte con los niños del orfanato de María, por lo que no hallarse ahí lo incomodaba.

Viendo fijamente hacia adelante, como si estuviese en trance, enfocó la vista y se topó con un color blanco que teñía a toda la habitación.

La suave cama en la que yacía sentado también le llamó la atención, bajando la cabeza y viendo que la parte debajo de su torso era cubierta por una manta del mismo color que el cuarto.

Lo demás dentro de ahí no era nada del otro mundo.

Había un ropero grande semi abierto. Un escritorio con una lámpara de piedra mágica encima de la mesa.

Volteó a la izquierda y notó un cajón en el que encima fueron puestas las dos espadas del peliblanco al igual que su bufanda de piel de goliath.

-No recuerdo haber venido a este lugar, solo sé que luego de ayudar a Asfi regresé a la sede de la familia Dian Cecht y...-Mientras recapitulaba lo ocurrido la tarde anterior, buscando el momento en que terminó en esa extraña habitación, algo lo interrumpió.

-Mmm~-Un quejido provino de su costado, alertándolo.

La silueta de un cuerpo se apreciaba debajo de las sábanas.

Él sujetó el borde de ellas y las alzó lentamente.

Fue ahí donde se topó con el cuerpo tranquilo y dormido de su novia Airmid Teasanare, el cual permanecía inerte en su posición aunque fruncía el ceño de vez en cuando por el movimiento de aquello que la cobijaba.

-Ah... es cierto, dormí con Airmid...-Murmuró Bell cuando el panorama se aclaró.

En vez de que reaccionara como el conejo nervioso e impulsivo que normalmente es, permaneció en calma, sonriendo dulcemente sin apartarle el ojo a la expresión relajada de su pareja, que en su opinión era extremadamente tierna.

Dirigió su mano al cabello plateado de la mujer y lo acarician delicadamente, evitando que sus dedos se enredaran entre las hebras y como consecuencia jalárselo por error, perturbando así su sueño.

¿Es malo entrar al calabozo sin falna?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora