Capítulo 36.

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Era un atardecer tranquilo en la ciudad de Orario. El sol estaba poco a poco dirigiéndose al oeste para ocultarse y traer consigo el anochecer.

La gente transcurría por las calles con naturalidad, siendo común en estos momentos del día.

El bullicio en la zona central del recinto era audible incluso en las zonas más alejadas del mismo, donde el resto de las personas era menos escandalosa y se hallaba en menor cantidad.

Al oeste de la ciudad, en la calle dédalo que era conocida como una especie de laberinto en la superficie debido a la gran cantidad de cruces, calles y callejones sin salida que la componen, se encontraba una ubicación muy particular que cierto albino consideró su casa durante muchas semanas hasta que las cosas cambiaron.

Se trataba del orfanato de María, el cual continuaba destruido y con gran parte de su estructura convertida en cenizas. Las manchas del fuego, el olor a quemado, todavía permanecía aliviado tanto al exterior como en el interior de la edificación.

A las afueras del mismo, dos individuos lo observaban con los brazos en la cintura y una expresión complicada.

Sus frentes sudaban. Sus manos estaban manchadas de negro al igual que las prendas que vestían. Enfrente de la entrada principal del orfanato varias bolsas y cajas se apilaban. En ellas, en su interior, se almacenaban varios artefactos que fueron rescatados de aquel sitio que antes consideraron su hogar.

-¡Bell-Nii! ¡Todavía faltan unas habitaciones!-Declaró un infante de cabellera castaña, quien tenía amarrado un trapo en su cabeza y sostenía una pala en la mano derecha, empleándola de ser necesario cargar con escombros, saliendo del orfanato a las prisas y dándole ese aviso al albino.

Detrás del joven, dos figuras del mismo tamaño que él se asomaron. Se trataba de una Chienthrope rubia con una bolsa en su mano izquierda, quien jalaba delicadamente el costado de la camisa del antes mencionado con su mano libre y de ¿Un? ¿Una? Elfo que sostenía una linterna en la mano de ser necesaria usarla en las partes donde la luz del sol no iluminaba.

-Voy, voy. Permitan que me encargue del resto ¿De acuerdo? Ustedes han trabajado mucho-El susodicho respondió, pasándose la responsabilidad de recolectar lo que hubiese al interior.

-Vayan a jugar-María, la cuidadora de aquellos niños y quien era la dueña del orfanato, la cual estaba al costado de Bell, les dio aquella orden.

Ellos asintieron sin complicaciones ni réplicas. Han estado trabajando sin ayuda de nadie desde que el sol se puso en su punto más alto debido a que el albino no fue capaz de organizar correctamente sus compromisos.

Él era consciente de esto, por lo que quería enmendar su error e irresponsabilidad.

Cuando los niños, de nombre Rye, Fina y Roux, se alejaron y corrían los unos detrás del otro, Bell entendió que era su turno de ayudar.

"Han pasado cuatro días desde que terminó el juego de guerra y no nos hemos ido a la mansión que ganamos. Comienzo a creer que era mejor pagarle a algunos aventureros para mover nuestras pertenencias a la nueva sede" Pensó este último, arremangándose, valga la redundancia, las mangas de su camisa oscura.

Antes de que diera el primer paso hacia adelante, algo le llamó la atención y fue lo extremadamente silenciosa que estaba María desde que empezaron con la limpieza.

Él la miró de reojo. Su expresión denotaba una profunda nostalgia y cierta tristeza a raíz del destino trágico que aquel lugar tan preciado para ella sufrió.

-Bell-Sama... es muy difícil decir adiós-Murmuró la mujer, con las manos cruzadas una encima de la otra sobre su pubis, sosteniendo el inicio de su largo vestido.

¿Es malo entrar al calabozo sin falna?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora