8. Los Gallagher.

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AIDEN

Cuando estoy buscando a oscuras en la despensa de la cocina, me ilumina un flash que casi me deja ciego.

—Apaga eso, Mason, coño.

—¿Mason? — Judith se alumbra a ella misma, encarnando una ceja. Y de repente mi enfado disminuye.

—Menudo momento para un apagón— me quejo sonriendo y dejando de buscar las malditas velas —. Con lo entretenido que estaba...

—Ah, ¿sí?

—Sí.

—Será mejor que sigas buscando— dice alumbrando a las estanterías —. ¿Seguro que viste velas aquí?

—Creo que sí, no lo sé— digo no muy seguro mientras sigo buscando —. Aquí están— digo inclinándome para agarrarlas. Son grandes y rojas —. Ya podemos prepararnos para la cena romántica— bromeo arrancándole una carcajada —. Ven aquí.

—¿Qué?

—Ven aquí, ayúdame con las velas.

—¿No puedes solo? — alza las cejas con diversión y yo tiro de su brazo para, acto seguido, cerrar la puerta de la despensa y acorralarla contra ella.

—Ya ves que no— murmuro dejando las velas en una estantería cualquiera para volver a comerme su boca.

Que bien sabe, Dios. Que buena está, joder.
Dejo que me despeine el pelo mientras yo me entretengo con uno de sus pechos.
Dios, sus pechos... creo que me he vuelto loco cuando los he visto. Son jodidamente perfectos y preciosos. Recuerdo como los he lamido y mi erección va despertando.

—Joder— me despego de su boca sin quererlo y miro sus ojos inocentes —. Como no paremos, voy a hacértelo aquí.

—¿Y por qué no lo haces? — dice bajando su mano a mi pantalón, rozándome la erección.

—Judith...— cierro los ojos cuando la palmea y un siseo se escapa de mi boca cuando da un leve apretón —. Joder, Judith...

Maldigo en voz alta cuando dan dos porrazos en la puerta.

—¿Has encontrado las putas velas?

—¡Que ya voy, coño! — le espeto a Mason antes de volver a mirar a la pelirroja que sigue palmeando mi erección —. ¿Qué hago contigo, joder? — murmuro, y cuando siento la lejanía de su mano suelto un suspiro —. Voy a necesitar catorce duchas frías, así que espero que no se haya ido el agua también— digo y se carcajea.

—Seamos responsables y salgamos.

—Odio ser responsable.

Después de unas horas estamos todos en el salón, rodeados de velas y la mayoría —me incluyo— de mal humor. Hollie de mal humor porque se ha quedado sin batería en el teléfono, Mason porque no puede seguir jugando a la play, y yo porque me han interrumpido en un momento de importancia vital. Sí, de suma importancia. Justo cuando...

—Oye— oigo la voz de Judith, que está al otro lado del sofá acurrucada con Hollie. Lo que daría por ser Hollie en estos momentos... —. Nada.

El corazón quiere lo que quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora