52. Canción por canción.

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AIDEN

Una vez aparco frente su portal, me mira.

Después de que los chicos y yo encerramos a Judith y Hollie para que se reconciliaran, terminamos abriendo la puerta media hora después, y al verlas con los ojos llorosos nos burlamos, ganándonos unas collejas. Pero el plan funcionó, ¡se reconciliaron! Y una hora después Judith tenía que marcharse porque era tarde y mañana hay universidad, así que gustoso me ofrecí a llevarla. Al principio se negaba, pero terminó cediendo porque conmigo no hay quien pueda a cabezonería.

—Gracias por traerme— dice desabrochándose el cinturón de seguridad —. Ha sido un buen día.

—Lo ha sido— asiento, recordando que no ha dicho una palabra en todo el camino hasta ahora —. Me alegro de que hayas arreglado las cosas con Hollie.

—Y yo— obvia sonriendo —. Gracias por encerrarnos— se ríe y yo lo hago con ella —. No, de verdad, si no nos hubierais encerrado seguiría enfadada conmigo.

—Fue idea de Mason.

—¿Mason? — pregunta sorprendida y asiento —. Vaya, eso sí que no me lo esperaba.

Sé que pasa algo. Está rara, más rara de lo normal. Más distante y más... no sé, joder.

—Bueno...— aprieta los labios con cierta incomodidad y eso me molesta. ¿Por qué estaría incómoda? —, hasta otro día— cuando abre la puerta, me inclino para volver a cerrarla —. ¿Qué pasa? — pregunta mirándome con una obvia confusión.

—Pues no lo sé— digo deshaciéndome del cinturón para poder moverme mejor —. Dímelo tú.

—No sé... No sé a qué te refieres— tartamudea removiéndose en el asiento.

—Judith— advierto.

Ella resopla y mira por la ventana. Está claro que algo le pasa, y que como siempre prefiere tragárselo sola y no decir nada. Pero se acabó eso. No está sola y no tiene porqué pasar por las cosas sola.

—Me porté fatal— murmura llevándose la mano a la boca sin mirarme —. Me porté fatal contigo, Aiden. Lo pasaste mal y yo... yo...— inspira con frustración, y aunque yo la miro como si me fuera la vida en ello, ella no lo hace. Sigue mirando el exterior a través del cristal de la ventana —. Yo creo que no me merezco tu perdón, Aiden.

—¿Qué?

Judith vuelve a suspirar, pero esta vez me mira con esos ojos verdes que ahora están brillantes y lagrimosos.

—Tendrías que tratarme fatal, pero aquí estás..., trayéndome a... mi casa.

Como me jode eso de «su casa», joder.

—Cariño, no pienses en eso— le pido alargando una mano para atrapar su rodilla temblorosa —. ¿Eh? Por favor...

Ella suelta un suspiro antes de rebuscar en su bolso. Cuando parece encontrar lo que quiere, me cede una hoja de papel... Un folio.

Entonces, lo leo.

Cierro los ojos cuando me doy cuenta de lo que es. Es la hoja de papel que había dentro de su armario, su regalo de navidad. El espejo...

—Aiden...

—Judith— la interrumpo dándole el folio —. Es un regalo.

—Pero no me lo merezco.

Niego con la cabeza. Ella y su maldito empeño en que no se merece nada. No se merece regalos, no se merece ser querida, no se merece nada... Según ella. Porque según yo, se lo merece absolutamente todo.

El corazón quiere lo que quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora