28. Diluvio.

1.2K 43 3
                                    

28

JUDITH

—Está diluviando— digo al teléfono —. Espero que deje de llover para esta tarde— me paseo por casa con una simple camiseta, pues Josh y Aiden se han marchado temprano así que estoy sola en casa —, porque tengo que ir a Mánchester.

—Lo sé— me dice Hollie —. ¿Qué tal todo por allí?

—Bien. Mucho más tranquilo sin las discusiones entre Mason y tú.

—En mi defensa, siempre empieza él.

—Ya, claro— me echo a reír antes de encender la cafetera —. Lo que tú digas.

—Bueno... ¿tienes ganas de volver a casa?

—Sí— miento, porque ya estoy en casa. Y no es Mánchester —. ¿Al final qué vais a hacer? — le pregunto ya que no estaba muy claro con quién iba a cenar después del lío que tienen sus padres —. Sabes que puedes venir a cenar a casa, ¿verdad? Jeremy y tu madre también.

—Lo sé, Jud, gracias— dice y me siento en la encimera esperando que se haga el café —. Mis padres han decidido hacer la cena en casa, y van a fingir que siguen juntos para no disgustar a mis abuelos.

—Joder...

—Lo sé. Haremos de familia perfecta cuando en realidad mi padre lo ha jodido todo.

—¿Y tu madre está de acuerdo?

—Ha sido idea de ella— me cuenta —. Dice que... ¡Jeremy, fuera! Que no, márchate un segundo— le dice a su hermano y lo oigo decir «¿Es Jud?» —. No, pesado, no es Jud. ¡Fueraaa! — me echo a reír cuando por fin parece que se Jeremy se ha ido —. Bueno, lo que te decía. Mi madre dice que no quiere disgustar a mi abuelo. Sabes que es un hombre muy recto, y se escandalizaría si supiera que mi madre sería una divorciada.

Mundos diferentes, Judith. Épocas diferentes.

—Y supongo que tampoco quiere que mis abuelos paternos descubran que su hijo es un adúltero. Y el pasar la vergüenza.

—Vergüenza tendría que pasar él— defiendo y ambas suspiramos. Me pongo en pie cuando oigo la cafetera —. ¿Alguna novedad por Mánchester? ¿Has visto a Gala?

—No, he visto a Lucy. Ya se le nota la tripa...

—Oh...— suelto con dulzura antes de poner el altavoz y sacar una taza —. Y, ¿cómo está?

—Bien, dice que tiene muchas náuseas y que al final del día le duele todo el cuerpo, como si estuviera de ocho meses cuando solo está de tres— dice y nos reímos.

—Pues no quiero imaginarme cuando llegue a los nueve...

Me sirvo el café y después le echo una bola de helado.

—Tía, yo no tendría un hijo ahora ni de coña— me dice en voz baja, como si Lucy pudiera oírnos.

—Lo sé, yo tampoco— suspiro.

—Seguro que no lo han buscado, habrá venido de penalti— murmura y me río. Que bruta y que chismosa es.

—A lo mejor, pero va a ser un bebé muy querido... o querida.

—Eso seguro. Lucy va a ser una buena madre, es como si hubiera nacido para eso. Recuerdo que cuando éramos pequeña nos obligaba a jugar a las mamás.

—Sí— me echo a reír, recordándolo —. Nos sentábamos en el jardín con los carritos de juguete y hablábamos de nuestros supuestos hijos y de nuestros maridos ricos, que estaban trabajando.

—¡Menudas!

—Ya ves...— cuando estoy removiendo el café oigo la puerta —. Uy, ahí ha llegado alguien.

El corazón quiere lo que quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora