1. La llegada.

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JUDITH

—¿Sabes qué? Deberíamos habernos quedado en el piso de Clay.

Hollie se queja, arrastrando su maleta por las calles de Londres en busca del nuevo piso donde viviremos este año. Que nos quedemos con Clay, dice, cómo si eso fuera posible.

—Te enrollaste con su novio— le recuerdo algo molesta, porque si estamos en esta situación de buscar un nuevo piso de estudiantes donde pasar lo que queda de curso es gracias a ella. Y parece que me echa las culpas a mí cuando yo no tuve nada que ver con que le metiera la lengua a Jess.

—Tampoco tenía que habernos echado a mitad de curso— se queja sentándose en un banco de madera.

Me quedo de pie, mirándola. Está cansada, y yo también. Normal, llevamos media hora caminando con la maleta a rastras, y menos mal que hace frío, porque de lo contrario, estaría sudando como un mono. La alcanzo y me siento a su lado, suspirando. Cuando veo que está al borde de las lágrimas le coloco una mano en la espalda.

—No pasa nada, Hollie— intento animarla —. Seguro que el piso al que vamos es mucho mejor que el de Clay, ya verás.

—Es mi culpa— solloza —. Si no me hubiera acostado con Jess— el novio de Clay —, no estaríamos en esta situación. ¡Perdidas porque no encontramos el puto edificio!

Hollie y yo, que nos hemos criado en Mánchester, no tenemos ni puta idea de cómo movernos por Londres, aunque ya llevemos viviendo aquí un año y medio. Tampoco hemos salido mucho —de fiesta no más allá que las de la fraternidad y ciertos bares del centro—.

Podríamos haber pillado una habitación en la residencia de la universidad, pero ¿a mitad de curso? Ya no quedaban habitaciones libres, ni siquiera algún sitio para ninguna de las dos. Desde el principio del primer año íbamos a vivir en la residencia, pero nuestros padres insisten en que un piso es más independiente y práctico. Y aunque ellos se crean que vivimos solas, la idea de vivir en un piso no nos desagrada para nada. Lo prefiero a la residencia, la verdad. Puedo almorzar y desayunar a la hora que quiera, sin horario.

—Sólo tenemos que encontrarlo— digo con tranquilidad —. A ver, repíteme el nombre del edificio.

—Eh... Royal Modern número dos.

—Ya. Pues... Estamos justo delante— digo y levanta la cabeza, entusiasmada.

—¡Estamos aquí! — se levanta de un salto y yo me carcajeo en voz baja —. ¡Ay, pelirroja... si va a ser verdad que eres bruja!

—Cállate, anda— alcanzo mi maleta para acercarnos al portal —. ¿Qué piso es?

—Quinto A.

Después de pegar al porterillo y que nos abran sin ni siquiera preguntar quiénes somos, entramos. Gracias a Dios que el ascensor funciona, porque es un quinto piso y con las maletas... cómo que no. En el piso de Clay no había ascensor, pero vivíamos en un primer piso.

—Estoy nerviosa— murmura Hollie cuando salimos del ascensor —. Espero que sean majas.

—Y yo espero que no te enrolles con sus novios— bromeo y me pone mala cara antes de pegar al timbre.

Se abre la puerta, pero no es ninguna chica, así que supongo que será el novio de algunas de las inquilinas, pero... Que lo único que lleva puesto son unos bóxers negros. ¿Los habremos interrumpido en pleno...?

—Hola— dice el chico.

—Hola— Hollie, algo extrañada, intenta ser amable. Y normalmente lo es, pero está de mal humor.

El corazón quiere lo que quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora