30. Condiciones.

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JUDITH

—¿Vais bien ahí atrás?— la voz de mi tío Neill hace que deje de pensar en Aiden.

Al final he mandado a Tom a la mierda y estoy camino a Mánchester con Neill y mis primas. Emily llega mañana para la víspera de Año Nuevo, pero mis primas querían pasar un rato más con la abuela así que vamos un día antes. Casi que mejor, porque el trayecto con Tom habría sido mortal. Ya no diluvia como ayer, solo chispea y, como siempre, el cielo está nublado.

—¿Jud? ¿Estás bien?

—¿Eh? Sí.

—Estás distraída— buena observación, Neill —. ¿Seguro que va todo bien?

—Todo lo bien que se puede— suspiro antes de volver la mirada a la ventana.

Y mi mente vuelve a lo mismo.

Anoche Aiden confesó estar enamorado de mi, y eso me llenó y me vació el pecho al mismo tiempo. Me lo llenó porque yo también tengo sentimientos encontrado por él, porque también me estoy enamorando y saber que es mutuo te alivia el corazón. Y me lo vació porque no quiero hacerle daño. Porque mi situación es complicada y no puedo ofrecerlo lo que él tanto quiere. Porque también temo sufrir. Porque sé que después de esto voy a hacerlo todo mal.

Le prometí que hablaríamos del tema cuando volviera de Mánchester, pero la realidad es que no pienso hacerlo. No vamos a hablar de nada, porque cuando volvamos me habré ido del piso. No pienso quedarme para seguir enamorándome. No si luego todo va a terminar mal. No quiero que me rompan el corazón, y mucho menos quiero romper el suyo. Lo mejor es la distancia. Huir, como él dijo. Que se olvide de mí y que yo me olvide de él. Que conozca a otras chicas en mi ausencia y que se lo pase mejor con ellas que conmigo. Porque con ellas podrá salir al cine, besarse en plena calle o darse muestras de afecto en público. Ser una pareja de verdad. Pero conmigo no.

Y va a dolerme en el alma, pero es lo mejor para él. Por mucho que me vaya a costar separarme. Es lo correcto. Para que no termine de enamorarse. Ni él ni yo.

Llegamos a la casa, esa en la que me crié y que solo está a un tejado de la de Hollie, y suspiro al mirar la entrada. Frank. O mejor conocido como papá. Y... vaya, ¿quién es esa?

—¡Hermano! — mi padre se acerca a Neill como si se llevaran bien —. ¿Qué tal el viaje?

—Bien— responde con sequedad. Al contrario de mi padre, Neill no es un hipócrita cuando la abuela no está delante. Solo finge cuando ella está presente, y ahora mismo no está.

—Alfred, lleva las maletas dentro— ordena con desdén a quien él considera su sirviente humano. Pobre Alfred —. Jossie, Claire... ¿Cómo estáis?— pregunta y las niñas le sonríen —. Hija— y por último, se acerca a mí —. ¿Se puede saber qué te ha pasado en el ojo?

—Un accidente en la cocina.

—¿Ves? Por eso mismo no entro en la cocina— dice riendo —. Ven, quiero presentarte a alguien— hago el intento de coger mis maletas pero Alfred se me adelanta —. Ella es Millie.

—Millie— extiendo mi mano mirando a la mujer. Rodará unos treinta y largos, con el pelo azabache en una melena mediana y unos ojos tan azules como el mar de Australia.

—Cariño, ella es Judith, mi hija— le dice mi padre.

—Es un placer conocerte al fin, Judith.

—Jud— la corrigo estrechando su mano, intentando ser amable.

—Lo siento. Jud— me sonríe educadamente —. Tu padre me ha contado maravillas sobre ti.

—¿De verdad? Lo dudo mucho— suelto una leve risa y mi padre me pone una mala cara —. Encantada, Millie— sigo intentando no ofenderla, porque ella no tiene culpa de lo que mi padre sea o haga, y porque parece agradable —. Disculpadme, estoy cansada del viaje y me duele el ojo. Nos vemos en la cena.

El corazón quiere lo que quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora