𝐬𝐢𝐞𝐭𝐞

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«Broche y lentes»

—Voy a llevarle esto a Shinsō, vuelvo en unos minutos —Shino asintió, aún con su boca llena de comida.

Seina suspiró y salió de la casa, llevando los documentos que su padre le había encomendado entre sus manos y temiendo hasta de su propia sombra.

Recordar esa escena le revolvía las entrañas, toda la sangre y órganos esparcidos, las expresiones de horror de Niru, las caras llenas de dolor de las esposas e hijos de aquellos aldeanos al tener que comunicarles la noticia, y todo por su culpa.

Apenas dos días habían pasado, pero aún podía oler el putrefacto olor, ver la carne desmembrada, sentir la sangre escurriendo de sus manos debido al broche que lavó con tanta ansiedad.

Todavía no enfrentaba a su padre, no por falta de oportunidad, sino por buscar aplazar lo más que pudiera ese encuentro, no quería ver a ese hombre, no quería bajo ninguna circunstancia.

Le tenía miedo a su progenitor, un terror que solo le decía que corriera lo más lejos que pudiera de él, que se alejara, que no mirara atrás nunca y que así estaría bien.

Empezó a temblar sin poder evitarlo y sus ojos a llenarse de lágrimas.

¿Era tan débil?

Su broche en medio de un charco de sangre, la preciosa mariposa en este con salpicaduras rojas en sus alas; el broche lo recogió, pero el solo llevarlo encima le producía espasmos.

El último recuerdo de su madre le producía terror.

Su padre y abuelo habían logrado su cometido sin que ella lo supiera.

Ensuciar aquel hermoso recuerdo con la desesperación que provocaba la muerte era su objetivo, y lo lograron.

Paró en seco en cuanto estuvo frente a la oficina de su padre, algo la paralizaba, no era capaz de tocar esa puerta.

—¿No vas a entrar, Seina? —Se sobresaltó al ver la mano en su hombro.

Volteó a mirar al dueño de aquella extremidad, era el tercer Hokage, con su usual pipa soltando humo y algunos ANBU escoltándolo.

Quiso contarle todo, en serio lo quiso, pero el miedo seguía presente, la dura mirada de sus escoltas se lo impedía, pendientes de intervenir en cuanto la situación no fuera a favor de su jefe.

Y nada le aseguraba que incluso el Hokage no fuera parte de eso.

Porque ahora desconfiaba hasta de su propia mente.

—Sí, señor —contestó en voz baja, desviando la mirada y tocando la puerta con sus manos temblorosas.

Fue abierta en cuanto terminó la sucesión de toques, el alto hombre de oscuros cabellos la miraba con desdén, como si su presencia allí lo molestara.

—Pasa —ordenó corta, pero ferozmente; Seina hizo una corta reverencia hacia el Hokage y se adentró al despacho de su padre, tragando saliva.

Y aún sin poder controlar la agitación de su cuerpo, se sentó tratando de aguardar la calma y escondiendo su nerviosismo tras un rostro serio, pero lleno de sudor.

Shinsō cerró la puerta tras él y, a paso firme, volvió a su lugar tras el escritorio, sin detenerse un segundo para mirar a su hija.

—Traje los documentos que me pidió —Se apresuró a decir Seina, mientras menos durara ahí, mejor.

Él solamente hizo una seña para que los dejara a un lado.

Se quedaron en silencio, porque ninguno sabía que decir, Shinsō leía unos papeles y a la vez corregía algunas cosas en estos, Seina solo podía mirar sus pies.

𝐬𝐰𝐞𝐞𝐭 𝐝𝐫𝐞𝐚𝐦𝐬 ━ 𝐬𝐡𝐢𝐬𝐮𝐢 𝐮𝐜𝐡𝐢𝐡𝐚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora