Capítulo 55

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Alain Delon, 

56 años de edad. 

Verano de 2018.

«No hay finales, seguimos viviendo en los recuerdos de otros, en lo que dejamos y en los lugares en los que estuvimos. Hay momentos en los que, casi como una epifanía, podría decir que toque la plena felicidad, pero no puedo describir el secreto de esta misma» Eso fue lo primero que leí al abrir un baúl lleno de cartas, entregado hace más o menos seis meses; llevaba mi nombre grabado en grande «Alain Delon». Desde ese momento, pasé día y noche leyendo en mis tiempos libres, leyendo toda la historia que me perdí, imaginando a través de todas aquellas palabras lo que sucedió.

Algunos años Bianca escribió más cartas para mí, me contó cuál fue la primera palabra de Bastian, «hola». Bueno, no podría esperar que dijese papá, pero al menos pudo haber empezado con un «mamá», escribió muchas fechas exactas, cuando camino, cuando pudo comer solo, su primera pregunta y más. Muchas cosas más, puedo imaginarme en mi cabeza la forma en la que ella le crio. Junto a las cartas llegaron muchas más cosas de él. Libros que Bianca guardo, dibujos que él hizo, manualidades, incluso un poco de ropa de cuando era bebé. También sus agendas y fotografías, que se sienten como si invadiera propiedad privada.

«Creo que Bastian sufre de un amor precoz» Así fue como por primera vez integro a la historia contada por partes, a Bárbara y Luar, me contó un poco de como la conoció y de toda la situación. «¿Recuerdas cuando te hable de la enfermedad de mi papá? Estoy muriendo, no había querido escribirlo en las cartas, pero lo sé desde hace algún tiempo, muero y solo puedo esperar por un milagro». Así empezó la carta número treinta, más o menos, no las conté, sé que era de madrugada cuando la leí y había empezado a leer el día anterior, mi hija me tuvo que despegar del escritorio varias veces para que comiese antes de llegar a esa. Cada carta tiene una extensión de cinco hojas o más, en verdad intento contarme todo lo que pudo.

«Se fracturó, está en el hospital» «Lo tuve que cambiar de instituto» «Tiene problemas de nuevo» «Estoy perdida ¿Qué estoy haciendo mal?» «No lo pude cuidar...» «Es adicto» «No me queda mucho tiempo»

No puedo negar, que algunas cartas fueron difíciles de leer, de imaginar, de sentir. ¿Pude haber hecho algo diferente? ¿Pude haberte ido a buscar? Siempre me lo pregunto, te fuiste Bianca y me sentí traicionado.

Puse mis codos sobre el escritorio y entrelacé mis dedos para poner mi mentón sobre estos.

—Pudiste haberme dejado ser tu apoyo —suspiré—. Tengo cincuenta y seis, mi hijo treinta y dos. Que podría hacer yo por él a estas alturas, ya se crio, ya hizo su vida. Además, tengo una hija, sabes... Tiene veintiuno... No sé qué decirle, pero creo que ella ya lo sabe, se metió a mi oficina y leyó algunas cartas, no le gusto del todo la idea de tener un hermano mayor.

Es gracioso, poco después de que te fuiste, yo supe de la existencia de Bastian, Laetitia no es precisamente una tumba, insistió en que te siguiera, pero me rehúse. Me rehusé con odio, porque tú me abandonaste primero, con rencor, creí que pensabas que yo no era suficiente para quedarte. Me sentí débil, insuficiente y estuve molesto contigo por algunos años. Para cuando me di cuenta de mi estupidez, ya me estaba casando, despechado, con una mujer que no amaba, pero que me era conveniente para triunfar en los negocios, dos grandes familias uniéndose, nunca más tendría que preocuparme por dinero. Eso pensé, y me dije a mí mismo que era lo mejor, que ya era demasiado tarde para ir tras de ti, ya no debías estar esperándome. Qué tonto fui, estuviste esperándome todo ese tiempo y yo solo estuve pensando en que era muy tarde para todo. No sé si puedes escuchar lo que pienso, pero tu amiga en serio cumplió su promesa, incluso en estos meses me ha llenado de correos electrónicos, con más cosas sobre Bastian, ella continuó escribiendo donde te quedaste tú. Tengo que decir, que me costó un poco llevarle el hilo a Luar, cada tanto habla más sobre Bárbara que sobre Bastian, es algo gracioso conocer de esta forma a mi nuera. Bianca... Ojalá puedas saber lo que pienso... No importa lo que haya pasado, pensaba en ti, incluso cuando no quería hacerlo.

—Papá, no vuelvas a saltarte la cena por estar leyendo esas cartas... —Madeleine me miro algo enojada desde el marco de la puerta de mi oficina—. El chef cocinó filete de carne con vino como te gusta, lo guarde en el horno para ti, me iré a dormir —Me miro una última vez y se fue a su habitación.

Sujete otra carta entre mis manos, ahora solo las estoy releyendo, ya sé todo lo que puedo sobre Bianca y sobre mi hijo, pero puedo sentirla a través de sus letras. Avergonzado de mí mismo, que aprendí español para buscarla y nunca me atreví a comprar el maldito pasaje de avión, intentando atrapar un poco de su esencia en el trazo gentil de su caligrafía en francés.

Bianca. Madeleine, se parece mucho más a su madre que a mí, ojos azules, cabello castaño, piel olivácea. Es una niña preciosa Bianca, pero está enojada conmigo aún, cuando me divorcie de su madre, creyó que era por culpa de ella. En un momento de poca sensatez, le dije que fue porque nunca ame a su madre, así que desde entonces piensa, o eso supongo, que no la quiero a ella. Cuando le compre un apartamento se negó a irse, me pregunto si me estorbaba; realmente no es así, solo supuse que era buena idea que se independizara tan pronto cumpliera la mayoría de edad. Ella no lo tomó tan bien, no le hace falta nada aquí y aún no sale con nadie, quedarse un tiempo más no le hará daño. Eventualmente, va a encontrar su camino.

¿No es irónico? Ninguno de los dos ha sabido la forma correcta de criar a nuestros hijos. ¿Crees que podríamos haberlo hecho mejor juntos? Mire a través de la ventana las estrellas.

Un mensaje iluminó la pantalla de mi celular, es Luar, dice: «Ya tienen fecha para la boda ¿Iras?»

Me quedé pensando en una respuesta, antes de responder, un carraspeo me saco de mi ensimismamiento, Madeleine trajo mi cena, sus ojos están un poco rojizos por el sueño y su mirada dudosa me ruega que pare ya. Deje de lado el celular y me levante para comer con ella.

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El collar de Bianca, brillando sobre el cuello de Bastian, me lleno de nostalgia y un poco de dolor, mucho más por su rostro contorsionado en una mueca al hablarme.

—¿Qué quieres que te diga? Sinceramente, no sé qué haces aquí —Bastian se retiró de la conversación.

¿Qué esperaba al venir aquí? Luar y Madeleine se quedaron en silencio, no puedo decir que no me esperaba esta reacción. Pero Bianca, por un segundo, al ver un pequeño atisbo de sonrisa en el rostro de Bastian, pude verte a ti. ¿Puedes escuchar mis pensamientos? Es como ver una parte de ti caminando, el tiempo se ríe de mí. El niño triste y desamparado que describiste en cartas, es todo un hombre. Se parece a mí, pero tiene tu carácter, tiene tu esencia, puedo verte claramente a través de él.

Madeleine sujeto mi brazo.

—Es mejor irnos papá, no creo que él quiera conocerte.

Me quedé en silencio, me quedé en el hotel hasta casi el final de la ceremonia, tenía miedo de verlo. No sabía si sería capaz de lograr algo, y por lo visto, llegar tarde a su boda tampoco dejo una buena impresión. Soy un cobarde, que añora ver tu sonrisa a través de la de tu hijo, nuestro hijo.

—Alain, no lo tomes a mal, creció sin ti y por respeto a Bianca nunca busco a nadie de su familia.

—O tal vez por rencor —admití para mí mismo—. Quien querría conocer a un padre, que nunca hizo nada para encontrarlo, aun sabiendo que existía... No puedo felicitarlo por nada, ni enorgullecerme del hombre en quien se convirtió, nada de eso lo obtuvo por mí... Ni siquiera debería estar aquí.

Aun sabiendo todo eso, tuve el atrevimiento de presentarme. Quería verlo al menos una vez en la vida, tal vez por despecho, porque ya no puedo darle un hogar a la persona que realmente debería estar buscando en este lugar. Mire a Luar.

—Voy a quedarme dos meses más en el país, dile que, si quiere, puede ir a buscarme. 

 

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Las hadas nos odian │ST 2│Donde viven las historias. Descúbrelo ahora