Capítulo 36

32 6 2
                                    

Bastian, 24 años de edad. 

Otoño de 2008.

—De nuevo es un día soleado, como el día en que te fuiste.

Bastian cerró la persiana del apartamento para evitar la luz.

—Te dije que no me esperaras despierta, no se suponía que fuese así. No, esto no era lo que deseaba. No quise decir que te odiaba, perdóname.

Acaricio la mejilla de su mamá y algunas lágrimas cayeron sobre el rostro inmóvil de ella, Bastian rozo las lágrimas con la yema de su pulgar, secándolas con gentileza, como si no quisiera molestarla más.

—¿Puedes volver a mí? Quiero decirte que te amo, por favor —rogó con la voz quebrada—. No me dejes así. No quiero vestirte hermosa, para luego no volver a ver tu rostro más, abre los ojos solo una vez más ¿Sí? —murmuro en un hilillo de voz—. Por favor, pudiste haber tomado mi corazón, no tiene sentido seguir, si no estás aquí —sollozo—. Mamá, mírame...

—Pero no volviste a abrir los ojos —Bastian tomo asiento en la mesa—. Fue un día soleado, como este. Tú los amabas, pero yo los odio, me recuerdan que no estas —aseguro tomando la foto de su mamá entre sus dedos—. Poco después de que te fuiste al fin presente mi tesis, lo hice para colgar el título en tu habitación. Dijiste que lo querías ver todos los días, pero no he empezado a trabajar —sonrió con tristeza—. No sé cómo logre acabar la universidad, apenas y puedo cuidar de mí mismo. Ayer desayuné cereal, luego de eso no tuve más apetito —soltó la foto de ella—. No he hablado con Bárbara desde tu funeral, nunca me disculpé con ella, solo no pude hacerlo —Metió las manos a sus bolsillos rebuscando en ellos—. Te extraño, todos los días lo hago.

Saco un frasco de pastillas de su pantalón, el sudor corre por su espalda desnuda, su cabello está alborotado, sus ojos rojos y apenas puede mantenerse despierto. Su cuerpo está un poco delgado y sus mejillas hundidas, dio una larga respiración y miro hacia el techo. Puso todo el contenido del frasco en su mano derecha, llenándola de pastillas.

—No he tocado tu herencia, mis ahorros se acabaron hace un mes y no he abierto la carta que me dejaste, pero podrás decírmelo en persona —hizo puño su mano y la acerco a su boca.

La ventana que da al balcón trono por un golpe, Bastian paro su mano y dejo las pastillas en la mesa. Las miro fijamente pensando en que hacer, si ir a ver lo que golpeo la ventana o simplemente quedarse allí. Suspiro levantándose de su sitio y se dirigió hacia la puerta del balcón, la abrió y miro alrededor. Sin encontrarse con nada hasta que bajo su mirada al suelo, donde un ave está malherida.

—Esta vez te chocaste con fuerza contra la ventana ¿No? —Se agachó para tomarlo con delicadeza y estudio sus plumas marrones con blanco en la panza que están un poco sucias, pero no parecen tener sangre—. ¿Debería llevarte al veterinario? ¿O si descansas un poco podrás irte? Tengo que ponerle papel a la ventana, para que dejes de chocar —Se debatió a sí mismo mirando el ave que casi no se mueve entre sus dedos—. ¿Qué eres? ¿Un gorrión? Hay muchos como tú por aquí, no creo que seas el que choco la última vez en la ventana ¿No chocarías dos veces con el mimo lugar? ¿O sí?

Se quedó en silencio e ingreso al apartamento de nuevo, busco en su habitación una caja entre las repisas y algunos papeles para poner al ave. Sus libros están regados por la habitación y desde hace tiempo no encuentra ninguna de sus agendas, como si hubiesen desaparecido junto a su madre, también hay hojas con información en todas partes, algunos vasos sobre su mesa de noche y las sábanas alborotadas. Tomo la caja vacía y fue hasta la cama para sacarle una de las fundas de sus almohadas y ponerla sobre la caja para dejar al ave allí.

Las hadas nos odian │ST 2│Donde viven las historias. Descúbrelo ahora