Capítulo 40

26 7 0
                                    

Bastian, 26 años de edad. 

Bárbara, 21 años de edad. 

Otoño de 2011...

Bastian corrió escaleras arriba, desesperado, vio apenas pisar la entrada del edificio a Bárbara sentándose en la barandilla del balcón. Abrió apresurado la puerta del apartamento y soltó todo lo que llevaba en manos antes de salir al balcón. Estiro sus brazos y con rapidez la sostuvo por la cintura. Bárbara se sobresaltó y lo abrazo para mantener el equilibrio.

—¡¿Qué mierda haces?! ¡¿Quieres que muera de un susto?! —gruño Bastian atrayéndola hacia él y arrodillándose en el suelo—. ¡No lo vuelvas a hacer!

—Bastian... Tranquilízate —murmuro Bárbara acariciando su rostro.

—¡No! ¡Como coño quieres que me tranquilice! ¡No entiendes lo desesperado que me siento creyendo que te voy a perder! ¡No lo hagas otra vez! ¡Cómo quieres que esté tranquilo! —exclamo al borde de la ira.

—No sé cómo te sientes, porque no lo dices —aseguro Bárbara.

Bastian la miro en shock.

—Yo... ¿Qué hacías allí? —cuestiono él enfurruñado sin poder admitir que prefiere guardarse sus sentimientos a expresarlos.

—Solo quería tomar el sol y pensar —suspiro ella con tranquilidad—. Pero te alteras demasiado con cada cosa que hago, no soy una muñeca de cristal, no estoy en peligro de muerte. Solo estoy ciega, parcialmente, pero ciega, a fin de cuentas —Se separó de él levantándose del suelo—. Estás demasiado preocupado por mí, solía hacer lo mismo de joven cuando estaba aburrida.

—En ese momento podías ver ¿Qué sucede si intentando volver al suelo no te sujetas bien y caes? —Bastian se levantó igualmente y con el ceño fruncido la miro directo a la cara, sabiendo que ella solo puede sentir su mirada, más no regresársela.

Bárbara se quedó en silencio y se acercó a una esquina del balcón contando los pasos en su mente para tomar su bastón, lo extendió y jugueteó con él tocando la baranda del balcón para hacer ruido. Empezó a reír con gracia y se giró a donde pensó que Bastian está.

—Creo que ya me acostumbré a estar ciega, he estado suficiente tiempo bajo tu ala ¿No crees? No quiero depender de ti por el resto de mi vida —comento ella y siguió sin dejarlo contestar—. Has estado a mi lado durante toda la recuperación, estás aprendiendo braille junto a mí, aunque ninguno de los dos lo domina aún. Mantienes tus cosas en el mismo lugar y cada vez que cambias algo de lugar, me avisas antes de hacerlo. Apenas me dejas cocinar, ni lavar, también dependo de ti para vestirme la mayor parte del tiempo porque no sé qué estoy usando. No quiero seguir siendo una paciente aquí.

—No eres una paciente y no dependes de mí, yo sé que eres independiente, aunque el proceso fue largo, sé que puedes estar sola.

—Me tratas como a una, sabes que es lo más frustrante, que aún me gustas y pasaste de tratarme de una hermana, a una paciente. Aunque me viste desnuda varias veces al principio cuando no podía encontrar las cosas en el baño. No te oí suspirar por mí ni una sola vez, mi audición se agudizó y con ello la sensación de que no importa la situación. Tu tono de voz y respiración nunca cambia, pensé que aún te gustaba —Hizo una mueca triste dirigiéndose al interior del apartamento.

Fue Bastian esta vez quien se quedó en silencio siguiéndole los pasos hacia la cocina, pensó todo ese tiempo que a ella no le interesaba de esa forma, por todos los problemas que tuvieron y que de alguna forma no se dio cuenta de que ella lo estaba añorando en silencio. ¿Pero ahora que puede hacer?

—Es solo que... —empezó a decir él.

—¿Es por qué me has visto desde que éramos niños? Estás tan acostumbrado a mi cuerpo desnudo que no te inmutas al verlo, supuse que luego de tanto tiempo estando peleados, te iba a impresionar como crecí —Abrió la nevera y tomo un pudin de esta y luego le paso uno a Bastian—. Mismo lugar, mismo sabor ¿No? De eso también te preocupas. ¿En tu mente solo soy un paciente?

—No. Tú también me gustas —aseguro Bastian destapando el bote de pudin de vainilla—. Y no eres mi paciente, te cuido porque te quiero.

—¿No es porque lo sientes como tu obligación? —Bárbara dio un sorbo del bote—. Se siente como si fuese tu deber nada más.

—Pero no es así, lo hago porque te quiero, me gustas y te amo —aseguro Bastian tomando una cuchara para probar el pudin, justo después de pasarle una a ella.

—¿Y por qué nunca te escucho masturbarte?

Bastian se ahogó con el pudin y un poquito se le salió por la nariz, empezó a toser y sus ojos se aguaron por la presión.

—¿Estás bien? —Bárbara se acercó a él para darle golpecitos en la espalda.

Bastian se tranquilizó y tomo su brazo para luego sujetar su mano.

—¿A qué viene la pregunta?

—¿No se te levanta al verme desnuda? ¿Ni una sola vez se te paro? Tengo mejor oído que antes, pero en las noches tampoco te escucho masturbarte cuando me levanto a tomar agua o a hacer cualquier otra cosa. Y nunca lo he escuchado.

Bastian la miro algo impresionado.

¿Lo que le preocupa es el sexo?

—No soy impotente —gruño Bastian—. Y no, no se me levanta viéndote bañar, mucho menos en una situación en la que te estoy ayudando a acostumbrarte a tu ceguera. ¿Qué querías? ¿Qué me aprovechará de ti estando en esas condiciones?

—No... Pero pudiste al menos haber sufrido un poco por una erección, no lo crees. No siento que te guste de forma sexual. Es a eso a lo que te referías cuando decías que estarías apoyándome siempre, aunque no fuese como pareja. Ahora si siento el peso de esas palabras, ser mi amigo no es una opción ahora —Chasqueo la lengua—. Quiero que me beses.

—¿Disculpa? —Se quedó en silencio mirándola unos segundos—. ¿No deberíamos empezar a salir formalmente primero? Ir a citas y así, darnos un beso y luego invitarte a dormir.

—¿De qué hablas? Tengo casi un año viviendo contigo, cocinas para mí casi todos los días y dormimos en la misma casa, solo que no en el mismo cuarto —aseguro ella—. Puedes darme un beso aquí y ahora.

Él se quedó procesando la situación, han pasado muchas cosas para que él lo digiera todo de golpe, discuten a veces, pero por alguna razón esta «discusión» termino en un tono sexual. Y eso lo tiene dando vueltas.

Acerco sus manos a su cintura y la sentó sobre el mesón de la cocina, no dijeron ni una sola palabra cuando sus rostros quedaron uno frente a otro. Él apretó su cintura contra su cuerpo para quedar más pegado a ella, ella puso sus manos sobre sus hombros para enredar su cabello entre sus mechones de cabello. Sus respiraciones se juntaron poco a poco, hasta que por fin juntaron sus labios, anhelantes uno del otro. Estuvieron unos largos minutos besándose, hasta que cada uno encajo con el ritmo del otro y quedaron sin aliento.

Al separarse, juntaron sus frentes.

—Desearía que este fuese mi primer beso —comento Bastian antes de robarle otro beso.

—Es tu primer beso junto a mí, guarda la sensación de nuestros labios juntos y olvídate del resto —acaricio su rostro.  

  

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Las hadas nos odian │ST 2│Donde viven las historias. Descúbrelo ahora