Capitulo 45

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Mi primera impresión del pasillo fue la misma que de la habitación en la que había estado encerrada durante estos días: abandonado hace demasiado tiempo.

En otro momento habría esperado que, si bien la habitación en la que había estado encerrada estuviera desatendida, Adriel no mantendría la misma postura respecto al resto de la casa, era donde suponía que había estado viviendo todo este tiempo después de todo.

De todas formas, no tuve mucho tiempo para pensar en cuanto podían haber cambiado los hábitos de mi antiguamente pulcro hermano mientras él me arrastraba del brazo a lo largo del pasillo.

No me quejé del dolor en mi brazo y contemplé la opción de tirarme al piso, simplemente para ganar tiempo o sólo para molestarlo, pero llegué a la conclusión de que era inútil: puede que estuviera recuperando poco a poco algo de las habilidades que tenía antes de ser humana, pero en lo que se refería a mi fuerza aún era, definitivamente, mucho más inferior que él.

En lugar de pelear inútilmente me dediqué a mirar a mi alrededor, tratando de grabar cada centímetro en mi memoria. Tenía que huir apenas tuviera la oportunidad y para empezar sería bueno saber donde demonios estaba la puerta.

Tristemente lo único que encontré fueron un montón de puertas cerradas y un par de escaleras. Ni siquiera sabía en qué piso estaba y todas las ventanas que me había topado hasta el momento estaban tapiadas.

Era desagradable saber que en realidad sí hacía un trabajo de secuestrador más o menos decente.

-¿A dónde vamos?-Pregunté, todavía siendo arrastrada por él.

-Silencio-Ordenó, sin prestarme atención.

Gruñí. Odiaba que me dieran ordenes, mucho más si venían de él.

Nos hizo recorrer un largo pasillo antes de hacerme subir un extenso tramo de escaleras. No había podido ver mucho, pero por lo que había visto el lugar era grande, quizás demasiado, además estaba desierto y no se podían escuchar ninguna clase de ruido en ningún lugar, así que ¿Qué lugar de esas características estaba en o cerca de Albuquerque? Por lástima bien podía no estar ni siquiera en el mismo estado considerando que era Adriel de quien estaba hablando.

En contra de cualquier pensamiento que podía tener, no luché y sólo lo seguí a donde fuera que quería ir, tenía que llegar a algún sitio después de todo y, por muy grande que fuera, este sitio debía de tener un final.

Aun así, tardó. Ya había perdido la cuenta de cuantos escalones había subido cuando por fin abrió una puerta, la única que había estado a la vista en una buena cantidad de minutos.

La noche me recibió al otro lado.

Una azotea. Estábamos en una maldita azotea. ¡¿Dónde demonios había logrado conseguir un maldito lugar abandonado con una azotea?!

Miré a Adriel, pero él estaba demasiado ocupado mirando el cielo, como si estuviera esperando que se abriera o algo por estilo. Estaba distraído y su agarre se había aflojado lo suficiente como para que ya no doliera...

-Ni se te ocurra-Advirtió Adriel, adivinando la idea que estaba apareciendo en mi cabeza.

Parpadeé. No planeaba hacerle caso, pero tampoco me dejó otra opción: sentí el agarre de su mano volver a apretarse alrededor de mi brazo.

-¿Qué estás esperando?-Cuestioné.

Él permaneció en silencio, al igual que todo lo demás, como si la explosión que había hecho que me sacara de la habitación no hubiera existido en primer lugar.

O así habría sido de no ser porque un ruido igual estalló en nuestros oídos junto a una brillante luz que reventó en medio del cielo, como si estuviera a punto de desencadenarse una tormenta eléctrica.

Entrecerré mis ojos, como si de esa forma pudiera ver mejor...y no, no funcionaba.

-¿Qué está pasando?-Pregunté. Adriel tenía una mejor vista que yo.

-Te lo dije, ¿no?: tus perros nos encontraron.

Parpadeé. Asumía que el "perros" incluía a Dian, lo que significaba que él estaba bien...al menos lo suficiente como para estar molesto.

Un Dian molesto era un millón de veces mejor que un Dian muerto.

Miré de reojo a Adriel, podía ver la tensión en sus rasgos y como todo su cuerpo aumentaba su estado de alerta.

El aire a nuestro alrededor parecía crepitar mientras teníamos nuestros ojos concentrados en el cielo, esperando. La espera valió la pena algunos segundos después, cuando de entre las nubes vimos como algo pasaba volando casi como un espejismo hasta llegar frente a nosotros.

Dian lucía como si estuviera salido de uno de esos cuadros de ángeles rebeldes. Sus grandes alas blancas eran visibles y destacaban en la negrura de la noche; iba vestido con sus típicos jeans y camisetas, pero debía haber estado pasando muchos problemas para llegar aquí ya que la ropa se encontraba rota en varias partes y llena de manchas oscuras que reconocí como sangre seca.

Sólo habían sido un par de días, pero sentí como las lágrimas empezaban a quemar en la parte posterior de mis ojos. Dios, era realmente bueno verlo, incluso si lucía como si quisiera arrancarle la cabeza a alguien en este momento.

El dolor en mi brazo me recordó que no estábamos solos y que este no era un romántico reencuentro feliz.

Noté como Dian veía con furia el punto desde donde Adriel me tenía sujetada antes de mirarlo de una forma en que de cierta manera me sorprendió que no retrocediera, en su lugar sólo se limitó a regresarle la mirada con un extraño tipo de calma.

El silencio nos invadió mientras lo veíamos dar unos pocos pasos más hasta detenerse bajo la mirada de advertencia de Adriel. No era normal que Dian obedeciera tan fácilmente, pero yo era el punto sensible aquí. Carajo.

-Suéltala-Ladró Dian con la mandíbula apretada.

-Primero dame lo que quiero.

-¿Y qué demonios se supone que quieres?-Exclamé, ya harta de toda esta situación.

Adriel me miró como si no entendiera qué parte no había comprendido lo que me hizo gruñir de frustración.

-¡No puedes!-Señalé, exasperada-¡No puedes revertir el estado de un alma cuando el cuerpo está muerto! ¡Ella no va a regresar! ¡No importa lo que hagas!

El agarre en mi brazo se volvió aún más doloroso, incluso empecé a temer que de verdad pudiera romperme el brazo. Aunque pude evitar que los quejidos escaparan de mis labios, pero demasiado tarde recordé que tanto Dian como Adriel podían sentir mis emociones, incluido el dolor, por lo que si bien la fuerza de su mano había disminuido un poco eso no bastó para que la expresión asesina en el rostro de Dian amainara ni un poco.

-Suéltala-Repitió Dian.

Casi sentí como si estuviera a punto de hacerlo, pero entonces un escalofrío me recorrió la espalda acompañada de un frío que casi me congeló en el lugar.

Conocía esta sensación.

Lentamente, casi con miedo, giré un poco mi cabeza hacia un lado sólo para encontrarme lo que ya me esperaba: a un costado de nosotros, a algunos metros, se encontraba la mujer que había ayudado a desencadenar toda esta locura.

Avril Miller.


La Sombra del ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora