Mis piernas dolían mientras seguía corriendo, no estaba muy segura de hacia dónde me dirigía, pero mientras más lejos del edificio mejor además en algún punto se suponía que tenía que encontrar una carretera o algo por el estilo, no creía que me hubiera llevado muy lejos de Albuquerque para empezar.
No por primera vez noté las debilidades que tenían los cuerpos humanos y me estaba sacando de quicio.
Me detuve, inclinándome hacia delante y apoyando mis manos en mis rodillas, tratando de recuperar el aliento. Sentía como si mi pecho se estuviera quemando y a pesar del ejercicio mis mejillas estaban frías.
Esto no era parte del plan, maldición.
Se suponía que no debería estar huyendo, se suponía que tenía que quedarme en un lugar donde Adriel pudiera asesinarme y conseguir que lo arrastraran al infierno y acabar con todo este martirio. En lugar de eso estaba en medio de Dios sabe dónde mientras no sabía si Dian o cualquiera de las personas que me importaban estaba bien.
Apoyé mis manos en mis caderas y miré hacia el cielo.
Está bien, lo admitía, posiblemente nada de esto estaría pasando si hubiera hablado con Dian y los demás desde el principio, tal vez, si lo hubiera convencido de que me dejara hacer esto desde un inicio no estaría luchando contra mis decisiones sólo para no verlos tristes.
No sé a que quien odiaba más ahora mismo, si a mi yo de hace veinte años o a mi yo actual, pero ambas se odiaban la una a la otra. Querer huir no era algo relacionado con el instinto de supervivencia, era simplemente que amaba demasiado a Dian como para dejarlo sufrir por mi culpa más de lo que ya lo había hecho.
Que me condenaran, el amor realmente me volvía estúpida y poco práctica. Él era la razón por la que estaba corriendo a mitad de la noche en medio de la nada y yo era la razón por la que él estaba corriendo peligro.
Gruñí en voz alta, la daga que había colocado en la pretina de mis pantalones se sentía caliente contra mi piel, no importaba que supiera que eso era imposible, la maldita cosa estaba hecha para siempre estar helada como un cubo de hielo, pero servía como triste recordatorio de los últimos veinte años de sufrimiento.
¿Hubo momentos buenos? Sí.
¿Hubo momentos malos? Jodidamente sí.
¿Hubo momentos en los que quise mandar todo al carajo? Estaba atravesando uno de ellos ahora mismo.
Cerré los ojos, odiando las lágrimas que ardían por escapar, y pensé en Dian y en la última mirada que me había dado antes de que saliera corriendo de esa azotea.
Tenía que cuidar este cuerpo. Tenía que cuidar esta alma, no por mí, sino por él.
Lancé un fuerte suspiro antes de retomar el paso, ya debería estar lo suficientemente lejos del edificio, pero eso no significaba nada para los que podrían estar persiguiéndome, aunque si alguno lo hubiera conseguido ya me habrían alcanzado y la verdad era que no sabía si eso me tranquilizaba o no.
Lo más irónico es que estaba más preocupada por todos los demás que por mí, y probablemente era lo mismo para todos ellos. Ni siquiera sabía dónde estaban Alden, Danna y Sabas, aunque Dian no había dicho que estuvieran heridos y por Dios quería creer que él no lo escondería si ese fuera el caso.
***
No sabía cuantos kilómetros había recorrido, aunque se sintieran como una eternidad, pero aún no había encontrado ni un maldito camino o casa, pero lo peor es que ya no estaba segura de poder correr más.
¿Todo eso de que el cansancio era psicológico? Era una mierda, estaba tan exhausta que me sorprendía que aun pudiera mantenerme de pie y eso definitivamente no estaba sólo en mi cabeza. Ya era tanto que no debió sorprenderme que terminara tropezando y cayendo al piso.
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La Sombra del Ángel
FantasySiara está acostumbrada a los fantasmas, ha sido capaz de verlos desde antes de poder recordar...aún así, ¿qué son esas sombras que la acechan? y ¿qué ocurre con Dian, su ángel de la muerte particular?