Si alguien me hubiera preguntado cuando había visto mi primer fantasma habría tenido que responder que no tenía ni idea, ellos sólo habían estado, siempre, ahí.
Por supuesto, mis padres habían pensado que era perfectamente normal que su hija pequeña tuviera amigos imaginarios, y en ese tiempo no había sido especialmente buena en diferenciar a un fantasma de una persona viva, por lo que no fue hasta que tuve siete que entendí que esas personas alarmantemente pálidas eran difuntos, y sólo fue porque, básicamente, podía escuchar a mi tío Vincent quejarse sobre su esposa en su propio funeral mientras ella doraba y era abrazada por mi madre.
Suerte que Dian me había detenido antes de que pudiera abrir mi boca. Eso sí que habría sido incómodo.
Desde ese entonces había recorrido un largo camino, empezando por el hecho de que mientras crecía me había dado cuenta de que, a pesar de que normalmente no me molestaban (a excepción de cuando aparecían en mitad de la noche o mientras me duchaba), no podía hablar tranquilamente con ellos sin que la gente pensara que estaba loca, por lo que había tenido que aprender a pasar junto a ellos sin que se dieran cuenta de que podía verlos, porque en ese caso no había poder humano que me librara de ellos... y era demasiado molesto pedirle ayuda a Dian, ya que empezaba a quejarse de que era demasiado amable.
Y tal vez él tenía razón porque eso definitivamente explicaría porque estaba en mi cocina, haciendo un pastel de manzana mientras escuchaba al fantasma de una anciana quejarse de sus hijos ingratos.
-Ni siquiera llamaban para navidad-Continuó la señora, cuyo nombre era Martha-, y ahora van al maldito cementerio cada día a llorar. ¡Ellos ni siquiera saben que los estoy escuchando! ¿Para qué demonios lo hacen?
-Están arrepentidos-Expliqué mientras terminaba de extender la masa en el molde-. Suele pasar, especialmente cuando no pasan mucho tiempo junto a sus seres queridos, como en tu caso.
Ella bufó y yo contuve una pequeña sonrisa. La señora era gruñona y con mal carácter pero no era mala y se notaba que tenía un buen corazón, además era bastante divertida.
-¿Y de qué me sirven sus arrepentimientos ahora?
Me encogí de hombros. Honestamente no tenía una respuesta para eso, es sólo lo que hacía la gente: arrepentirse.
-Por eso me quiero ir pronto de aquí. Si escucho una vez más "lo siento, mamá" voy a aparecer en sus casas de noche y los tiraré de los pies.
Me reí a carcajada limpia durante algunos segundos.
-¿Estás segura de que no quieres decirles algo?-Pregunté con el ceño fruncido.
-Aunque lo intentara lo más probable es que no escucharían. Ni siquiera escuchan a los idiotas con los que se casaron.
Solté un leve suspiro mientras colocaba un trocito de manzana en mi boca.
-Lo lamento-Murmuré.
-Nah-Dijo ella mientras sacudía su mano-, no te preocupes, cariño, sé perfectamente que tipo de mocosos salieron de mi vagina.
Casi me arrepentí de haber colocado otro trozo de manzana en mi boca. Ella se dio cuenta porque se empezó a reír.
-Deberías ver tu cara, niña. Tú tendrás hijos algún día ¿o me equivoco?
Me detuve un momento antes de seguir colocando la manzana en el pastel.
-Tu cara ahora sí que es increíble-Se burló.
Tragué la poca manzana que quedaba en mi boca antes de hablar.
-Ni siquiera he besado a un chico, Martha, ¿hijos? Ni loca.
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La Sombra del Ángel
FantasySiara está acostumbrada a los fantasmas, ha sido capaz de verlos desde antes de poder recordar...aún así, ¿qué son esas sombras que la acechan? y ¿qué ocurre con Dian, su ángel de la muerte particular?