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La luz del día es casi imperceptible. Más allá del vasto desierto, en el horizonte, las nubes ennegrecen y colisionan, descargando contra la tierra un gran rayo; en perfecta sincronía con la explosión de luz, Aziraphale y Eva aparecen fuera de los límites de la ciudad.

—Deben estar cerca...

—...¿Por qué llorabas?

—¿Eh?

—Cuando te transformaste...

—...¡Obviamente... porque mi cuerpo se estaba deformando! Fue... terriblemente doloroso...

—...Yo creo que hay algo más.

—No.

—Sí. Un pensamiento doloroso.

—Claro que no.

—De rabia contenida...

—Ridículo...

—Lo sé por todos los insultos que soltaste luego, quién sabe a quién...

—...Cómo eres de terca, criatura... ¿Para qué insististe tanto en venir? ¿Para molestarme, nada más?

—No tengo nada que hacer allá... Lilit me odia; cree que soy un monstruo... No tengo a dónde ir. No tengo a nadie...

—...Sé que es difícil, pero... esto es demasiado peligroso...

—Ya te dije que no tengo nada que perder. Hice lo que esos ángeles querían, y sigo siendo un demonio... Supongo que, de todas formas, no me espera un buen final...

Consternado, Aziraphale rodea gentilmente los hombros de la niña con su brazo, consolándola.



El viento sopla ahora con una fuerza infernal, arremolinándose sobre lo que antes era el Serapeum.

—¡ATENTOS! —advierte Belcebú—. ¡ENTRE LAS RUINAS!

Nadie podría haber percibido su llegada; se movía con gran discreción y parsimonia, y no parecía tener prisa en hacer el trabajo. Sus cabellos dorados se agitaban con el viento, azotando su rostro; sin hacer reparo en esto, se detuvo junto a la Columna de Pompeyo, mirando fijamente la copa en sus manos. Sabía lo que debía hacer, y nadie lo detendría.

Entonces levantó su vista hacia el frente; hacia aquellos que esperaban el momento de comenzar el combate. También sabía que ese momento no llegaría. No ese día.

—Me compadezco de ti, Remiel. Ponerte en esta situación... Miguel sabe perfectamente cómo castigar con crueldad... Yo nunca lo habría hecho...

—No te hagas el bueno ahora, Gabriel...

Remiel alza la copa, preparándose para vaciarla; sin embargo, lejos de lo que todos esperaban, el Arcángel bebe de ella, ingiriendo de un solo sorbo el veneno.

—¡¿Qué car...?! ¡¿Por qué?!

La copa cae a los pies de Remiel, resonando al golpear el suelo.

Un estruendo atraviesa el cielo de sur a norte; un rugido grave y largo, proveniente de un enorme dragón negro, que volaba en picado hacia el Arcángel.

La bestia abre sus gigantescas fauces, liberando una llamarada de fuego infernal que cubre rápidamente las ruinas, tragándose a Remiel.

Lo único que sobrevive a las llamas es la copa de oro.

𝑮𝒐𝒐𝒅 𝑶𝒎𝒆𝒏𝒔: "𝐿𝑎 𝑆𝑒𝑔𝑢𝑛𝑑𝑎 𝑉𝑒𝑛𝑖𝑑𝑎"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora