Capítulo 31 - Despedida

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Lexa Herman

— Mami, ¿puedo hacerte una pregunta?

— Claro, nena.

Aprieto los labios, no muy segura de lo que quiero decir. Sin embargo, tengo en cuenta que mi madre siempre me ha brindado la confianza para preguntarle cualquier cosa sin juzgarme.

— ¿Qué tan malo es que me atraiga un hombre prohibido? — Me observa durante unos segundos.

— ¿A quién te refieres con "hombre prohibido"?

— Bueno, —digo mientras doblo en la esquina que me indica que casi llego a mi destino—, a alguien casado.

Suspira, y me siento aliviada al ver que, en lugar de juzgarme, sus ojos me miran con ternura.

— Por desgracia, los seres humanos no pueden elegir de quién se enamoran — me responde — simplemente sucede, la mente y el corazón no discriminan si es rico, pobre, feo, guapo, alto o delgado. Simplemente, sucede — dice con dulzura —, pero sabes que no está bien involucrarse con un hombre casado. ¿Has estado con él?

Niego con la cabeza. — No, mamá — miento.

No estoy lista para que mi madre me vea con sus ojos de decepción.

— ¿Sería egoísta si deseo que deje a su esposa por mí?

— Sí, lo sería — mis ánimos cayeron un poco —, pero a veces no está mal ser egoísta y querer algo para uno mismo. Lamentablemente, en el amor, a veces uno gana a expensas de otros. Entre dos corazones felices, siempre parece haber un tercero que resulta herido.

Mi madre, con sus típicas frases. Pero tiene toda la razón. Sé que está mal que yo sea la causa del dolor de otra mujer, pero si lo vemos desde ese punto, entonces si él se queda con ella, la afectada soy yo. Así que, viéndolo así, no importa lo que pase, una de las dos saldrá herida. Lamentablemente, no soy lo suficientemente buena persona como para querer que ella se quede con él.

— Pero no deberías sentirte culpable si él la deja — dice mi madre, trayéndome de nuevo a la realidad — porque si él decide dejarla, será porque él no la quiere. Créeme, un hombre está donde quiere estar.

Eso es lo que pienso, y más en nuestro caso. Él me dijo que la dejaría; no fue que yo se lo pedí. No negaré que lo deseo, pero él me lo ofreció primero. Así que no es culpa mía. O eso, intento decirme a mí misma para no sentirme tan mal.

— Entonces, ¿tú y Alexander, eh?

— Sí, él y yo estábamos conversando, y él me dijo que... — me quedo en silencio durante unos minutos mientras frunzo el ceño. Luego, abro los ojos como plato. — ¿Cómo lo sabes?

— Porque yo te traje al mundo — me hace reír — y te conozco. Además, vi cómo te miraba en el hospital. — Me sonrojo — con ese brillo. Me alegra que hayas encontrado a alguien que te mire así.

— Gracias, mamá.

— Además, nadie pasa dos días en un hospital por una simple empleada, ¿verdad?

Me río.

— Pero recuerda, no deberías estar con él si todavía está con su esposa.

Asiento, he estado pensando en ello, pero creo que ya no puedo cambiarlo.

— ¿Y cómo va en tu caso? — pregunta.

Resoplo.

— Cada día se vuelve más complicado — admito —, no sé, pero ese tal Mishael Aslan es como... Si estuviera trabajando con nosotros — acaricio mi sien — siempre está un paso por delante de nosotros, no importa qué trampa intentemos ponerle, siempre nos gana, siempre un paso adelante.

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