Capítulo 30- Quiero el divorcio

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Alexander Wembeley

Estaciono el auto frente a la bodega vieja y abandonada, o al menos eso es lo que parece desde afuera. Por dentro, no está mucho mejor, pero la diferencia es notable. Me dejo caer en el asiento de cuero de mi auto. Suspiré un poco cansado; apenas eran las ocho de la mañana en domingo. Me levanté demasiado temprano para mi gusto. Me froto un poco el rostro agotado. Creo que si las personas no llegan a tiempo, me quedaré dormido allí mismo.

Intenté cerrar los ojos por un segundo, pero el rugido de un auto me interrumpió. Un deportivo de color rojo se estacionó en reversa al lado mío, quedando frente a frente los dos conductores de ambos autos.

— Buenos días — dijo, bajando la ventanilla.

— Mason — saludé.

— ¿Todo está listo?

Él asintió. — Ya están en camino.

Acento y luego me dejo caer en mi auto, un poco aturdido. Mason pone la música lo suficientemente alta como para que se escuchara desde su coche. Al principio, me molestaba y estuve a punto de quejarme o golpear lo que fuera necesario, pero la llegada de dos camionetas negras nos hizo recuperar la compostura. Llegaron dos camionetas más, que no formaban parte del primer grupo, sino que venían con Mason, es decir, conmigo. Son refuerzos de las Fuerzas Armadas.

— Bien, es hora del espectáculo — dijo Mason mientras salía del auto.

— Ya sabes lo que tienes que hacer — le doy instrucciones.

— Si necesitas ayuda, solo tienes que hacer señas. Hay refuerzos afuera, pero sobre todo, no deben saber que...

— Sí, Alexander, ya lo sé — se acomodó la chaqueta. — No es la primera vez que hago esto.

— Bien, vete ahora.

Subí nuevamente la ventanilla mientras observaba a través de ella todos los movimientos y detalles, preparado para intervenir si fuera necesario. Desde el interior del coche, yo era invisible para ellos; las ventanas del auto estaban fuertemente blindadas, de manera que ni siquiera se podía ver la sombra de alguien en su interior.

Lo primero que sucedió fue que de las camionetas de las que habían llegado primero, salieron cinco hombres completamente armados, llenos de tatuajes y, sobre todo, imponentes en tamaño y complexión. Parecían sacados de una película de acción o de terror.

Después de ellos, Mason llegó con otros seis hombres, todos ellos armados hasta los dientes. Yo seguía vigilando cada uno de sus movimientos. Me habría gustado saber qué estaban diciendo, pero la última vez que envié a alguien con un micrófono en una misión, las cosas no salieron bien, así que es mejor prevenir que lamentar. Si estos hombres ven algo que los delate, entrarán en pánico, y lo último que necesitamos aquí son disparos.

Los hombres observaron el auto en el que yo me encontraba durante unos segundos, observo detenidamente, mientras yo permanecía inmóvil. Sabía que no podían verme, pero quizás sospechaban que había alguien más. Estaba preparado para tomar mi arma en caso de que se acercaran, pero Mason logra detenerlos. Estoy seguro de que utilizó uno de sus convincentes argumentos, aunque a veces parezcan un tanto absurdos. Funcionó, porque los hombres se dieron la vuelta y no volvieron a cuestionar el auto.

Mi teléfono vibra, lo que hice que dejara de prestar atención. Lo saqué de mi chaqueta con una expresión de disgusto, que cambia automáticamente al ver quién me estaba llamando. No sé qué diablos me dio a beber esta mujer, pero está perturbando mis pensamientos.

— Buen día, agente — dice un poco cortante, pero eso no hace que deje de gustarme su voz.

— Hola muñeca, ¿Cómo has amanecido?

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