Capítulo 59 - el dia del traspaso

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Lexa Herman

—Pongo, ven aquí — le digo al cachorro que no deja de hurgar en las tumbas—. Que te dije de oler tumbas ajenas — susurro cerca de su nariz húmeda — es de mala educación.

Mueve la cola de manera intensa, con su lengua afuera mientras babea. Últimamente, siempre me acompaña al cementerio. Hoy limpié la tumba de mi madre. Y le puse nuevas flores.

Me siento mirando a la tumba de mi madre, con su nombre grabado en ella.

— Mamá, sé que no hice bien — digo — pero tenía que sacar a mi hermano de ahí, no podía dejarlo morir, no iba a vivir con eso... — El nudo en mi garganta ha cortado mis palabras — le sucede lo mismo que a ti...

Suspiro. Ahora no volveré a ver a mi hermano nunca más. Hablé con mi contacto y me dijo que ya habían hecho el proceso de cambiar de identidad e irse del país para siempre. Pregunté, pero mi corazón se partió cuando mi mismo contacto me confirmó que Nate no quería que diera su actual nombre, en especial a mí. Pero no importa al final del día lo que yo quería que él siguiera viviendo, sin preocupación de que por mí no pudiera vivir en paz, pero ya lo podrá hacer, aunque eso costó que yo saliera de su vida totalmente.

Alexander no se dio cuenta de nada. De seguro fue porque al dejar el teléfono en la ubicación de su teléfono siempre aparecía que estaba en casa de la amiga de mi madre. Cuando volví a las siete de la mañana, ellos seguían vigilando la puerta, cosa que me indicio que estuvieron ahí toda la noche. A primera hora volví a casa, y encontré a Alexander durmiendo como niño pequeño, cosa que me dio a entender que también trabajó hasta tarde, ya que no es muy común en él dormir tanto.

Vine al cementerio hoy; cuando llegó la noticia de mi hermano, no había venido, porque tenía la mente un poco ocupada en cómo lo sacaría de ahí. Pero ya volví a mi rutina de venir a hablar con mi madre. Aunque ya es hora de irme, tengo un buen rato aquí y el pequeño Pongo no ha comido nada. También el pequeño o la pequeña que se forma en mi barriga pide mucha hambre; no sé por qué las embarazadas tenemos tanta hambre siempre. Comí dos veces esta mañana y ya estoy como si tuviera dos días sin hacerlo.

Me levanto, dirigiéndome hacia los autos que me esperan afuera con Pongo siguiéndome los pies. El hombre abre la puerta del auto y el primero en subir es mi cachorro. Ya es lo suficientemente grande para subir solo. Luego yo.

— Señorita —habla el chofer cuando sube al auto — ¿algún destino en específico?

Niego — Iremos a casa.

— Bien.

El auto arranca seguido de los otros dos. Me recuesto de los asientos y pongo se me recuesta de las piernas, acaricio su pelaje despacio sonriendo. Si sabía que tener un perro me iba a traer tanta felicidad, hubiera pedido uno desde antes.

Pongo pega su nariz de mi barriga olfateando un poco, luego la lame, frunzo el ceño. ¿Pongo sabrá que estoy embarazada? ¿Los perros sienten cuando estamos en gestación? Digo, la forma en que lame mi abdomen y lo olfatea es como si pudiera presentir que hay otra persona dentro de mí. Automáticamente, mis ojos se aguan y tengo ganas de llorar. Estas malditas hormonas no las soporto.

Limpio mis lágrimas mientras observo cómo se recuesta en mi abdomen. Por lo menos también está feliz por este bebé.

Todavía no he podido decirle a Alexander sobre mi embarazo; no me imagino lo complicado que sería; cada vez que intento decirlo, mis palabras no salen, no soy capaz; tengo miedo, mucho temor de su reacción. Tengo miedo, de que no lo quiera, que me eche o peor aún, que me obligue a abortar. Cosa que no haré, así tenga que dejarlo a él. En el fondo, tengo la mínima esperanza de que saber que este hijo lleva su sangre cambie de opinión; sin embargo, Alexander últimamente me ha demostrado que cuando dice algo no cambia de opinión y siempre me ha recalcado que él no quiere hijos.

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