Capítulo 29 - Tenemos a Mishael Aslan

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Lexa Herman

Cinco minutos, trescientos segundos, es el tiempo que llevo paralizada frente a las Fuerzas Armadas. La gente entra y sale mientras yo no sé qué hacer, si entrar y enfrentar todo lo que viene o simplemente presentar mi carta de renuncia y no afrontar mis problemas.

Bien, estoy exagerando, ¿o no?

No quiero ver a Chelsea, no quiero verle la cara sabiendo que me revolqué con su esposo varias veces, incluso es probable que dormí en su casa con él. No quiero ver al maldito de Alexander que tiene todo este tiempo viéndome la cara de idiota, que me utilizó, pero todo esto es mi culpa. Debí parar esto desde aquel día que me dijo en mi rostro que solo me usaba para follar, pero aun así yo le creí cuando me dijo que yo le importaba y caí como niño pequeño al cual le ofrecen un dulce.

No sé qué sucederá ahora. Es obvio que lo que sea que tengamos él y yo tendrá que terminar. Él es un hombre casado, y no se trata de una simple novia, sino de su esposa. No es que menosprecie el noviazgo, eso también debe ser respetado. Sin embargo, no podemos negar que cuando hablamos de matrimonio, va mucho más allá; es un compromiso serio.

Pero, aunque me duela en el alma, todo esto terminará hoy. No seré responsable de destruir un matrimonio, ni de causarle dolor a otra mujer, mucho menos de esa manera, especialmente cuando ella fue tan amable conmigo en el poco tiempo que conviví con ella.

Me pregunto cómo no me di cuenta antes. Siendo sincera, después de un tiempo en las Fuerzas, la vi poco, y un mes después, ella se fue a su misión y no volví a saber de ella. Nadie me dijo nada, aunque tampoco pregunté. Pero Alexander nunca mencionó nada tampoco. Ni siquiera daba señales de tener una relación. Su casa está llena exclusivamente de sus cosas, no usa un estúpido anillo, no tiene una foto ni nada que sugiera que tenga una relación.

— ¿Esperas una invitación?

Me sobresalto al sentir a alguien detrás de mí. Giro en mis talones para encontrarme con esos enormes ojos azules tan alegres.

— Mason.

— Hola, lindura — me da un gran abrazo, apretando más de lo inusual.

— ¿Cómo te fue en tu viaje?

— Me fue excelente, quería quedarme allí — hace puchero —, pero era hora de volver a la realidad y tengo tanto trabajo atrasado.

Me imagino, fueron unos largos meses.

— Vamos, entremos.

Ese era el empujón que necesitaba para seguir mi camino. Entro junto a él, y él comienza a contarme cosas que hizo mientras estaba de viaje. Solo me limito a sonreír y asentir, aunque mis ojos buscan algún rastro de dos personas a las que estoy tratando de evitar a toda costa. Después de unos minutos conversando, Mason se despide para seguir su camino hacia su oficina.

Agradezco mentalmente no haberme encontrado con ninguno de ellos; sinceramente, ni siquiera sé si estoy lista para enfrentarlos. Llego a mi oficina y cierro la puerta rápidamente detrás de mí. Miro mi teléfono y, hasta ahora, me doy cuenta de que tengo dos llamadas perdidas de él. Vamos, Lexa, tú puedes.

Tengo que averiguar antes de actuar; tengo que asegurarme de que no estoy haciendo una locura y arrepentirme después.

Y sé cómo conseguirlo. Doy clic al botón rojo del teléfono que está en la mesa.

— Cecilia.

— Sí, agente.

— Quiero que venga a mi oficina.

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