Capítulo 51 - Surgue una nueva venganza

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Lexa Herman.

Un mes después.

— Mira, mamá — tomo asiento delante de la tumba — traje tus flores favoritas — dejo el ramo de lirios sobre la tumba de mi madre — y también mira quién vino conmigo hoy.

Llamo a mi pequeño, ya no tan pequeño, pitbull que se encuentra hurgando entre tumbas ajenas. Hace apenas unos días cumplió dos meses de edad, pero aun así está creciendo mucho. Cada vez se me hace más difícil cargarlo. Tomé la decisión de traerlo conmigo, ya que las únicas veces que he venido, no lloré tanto como cuando lo traía. De una u otra manera, él me ayuda con mi tristeza.

Corre dando vueltas para luego venir corriendo a lamerme el rostro. Ejercí un poco de fuerza al cargarlo, pero lo coloco entre mis piernas, acariciando un poco el pelaje; es muy inquieto, y eso se debe a que es un cachorro todavía.

— Quédate quieto un segundo.

Él me mira con sus ojos verdes que ya no se ven tan claros como cuando llegó a mi casa, pero, aun así, siguen siendo sus bellos ojitos verdes.

— Te hubiera encantado conocer a mi madre — le susurro al perrito que me mira atentamente. A veces creo que los perros nos comprenden — era una mujer maravillosa — mis ojos se aguan.

Ladra, haciéndome sobresaltar. Hace eso para que no llore. Le doy un beso en la cabecita, y eso hace que se tranquilice un poco.

Este mes ha sido el más difícil de mi vida. Lo más duro fue cómo, a veces, me sentaba en la noche a esperar la llamada de mi madre que nunca llegaba, o escuchar la última nota de voz que ella me mandó.

Me puse a pensar, aunque en el fondo me siento culpable por lo que le pasó, al mismo tiempo siento que hice lo que pude y que ella siempre supo lo mucho que yo la amé. A pesar de mi mala relación con mi padre, estuve ahí para ella; no importó cuántas veces tuve la oportunidad de irme de la casa para tener una vida mejor y nunca la tomé porque no era capaz de dejarla. Las veces que recibí golpiza de mi padre por ella. Al final de todo, sé que no fui una mala hija, que hice todo lo que tenía que hacer y la hice feliz con lo que pude. Y lo haría de nuevo sin importar qué.

Hay que valorar a las personas que están a tu lado, ya que en un abrir y cerrar de ojos se te puede ir. Mi madre era una mujer sana, estaba bien de salud, no carecía de nada y aun así, se fue a temprana edad. Eso nos deja dicho que es cierto que nosotros tenemos un día para partir de esta tierra y no importa lo que hagamos ese día será. A veces solemos creer que nuestro calendario será hasta la vejez, pero no es así, no tenemos la certeza de que será así, por eso siempre hay que vivir el día a día como si fuera el último.

No he vuelto a saber de mi padre desde el funeral, intenté ir a la casa, pero no por él, sino que quería ver si podía sacar algo de mi madre, para tenerlo de recuerdo, pero ese maldito cambio la cerradura de la casa, todas. No pude entrar. En el fondo quería intentar arreglar las cosas al final del día, es mi padre, pero al parecer a él no le interesa ni un poquito, en volver a hablarme.

— Pues supongo que vendré otro día, mamá — me despido de ella como lo he hecho en los últimos treinta días que he venido — Pongo — grito — ven aquí.

Miro por todos lados, y no encuentro al pequeño.

— Pongo.

De repente, Pongo viene corriendo a toda velocidad, y se pone detrás de mí a gruñir como si hubiera visto un fantasma. Aunque estamos en un cementerio, creo que no sería tan raro que se encuentre uno. Y según escuché, los perros y los gatos pueden ver fantasmas.

— ¿Qué pasó, pequeño? —pregunto al pequeño animal que se encuentra detrás de mí, listo para pelear—. ¿Viste un fantasma?

—Algo parecido.

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