Capítulo 54 - Nuevas noticias

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Lexa Herman

La casa se siente diferente, un poco más fría; la tensión se puede cortar con una tijera. Alexander está muy enojado, y cuando lo está, se siente hasta en el aire. Se ha pasado encerrado en su despacho, haciendo no sé qué, pero no ha salido de ahí desde ayer en la noche. Sí, lo sentí cuando entró a la habitación, pero solo duró un momento; luego volvió y se fue a encerrar al despacho nuevamente. Lo dejó en evidencia cuando cerró la puerta tan fuerte que todo el mundo se levantó.

Me tiemblan las piernas y he estado algo ansiosa, lo que ha logrado que me coma tres platos de frutas. Odio tener ansiedad, me provoca hambre. La del servicio, una de ellas, ya no sé ni cuántas son, retira el plato. Realmente quiero otro, sin embargo, no comeré más; luego me sentiré muy llena y estaré muy incómoda.

— Oye — Mason aparece por detrás de mí — deberías ir a calmar a la bestia — sus ojos color cielo me miran fijamente.

— ¿Por qué? — me indigno.

— Tú eres su mujer.

— Y tú, su mejor amigo.

— Pero a ti te quiere.

— Pero tú tienes más tiempo con él, así que tu conexión no se compara.

— No me vengas con bobadas — escupo — tú provocaste esto, así que ve a arreglarlo.

Ha estado así desde lo que pasó con Milo y el hecho de que me dijo que acababa de declararle la guerra a los colombianos.

Suspiro mientras me levanto de la mesa. Sabía que llegaría un momento en que tendría que ir a calmarlo, pero realmente no quería que fuera tan pronto. Quiero darle un poco de tiempo para que se calme, quizás unos seis meses o un año.

Me acerco a su oficina y toco la puerta varias veces, pero nadie responde. Sé que está ahí dentro; desde aquí puedo ver su sombra moviéndose. Blanco los ojos y, en un acto de desesperación, entro a la oficina, cerrando la puerta detrás de mí. Él está de espaldas, sirviéndose un vaso de licor. Se gira hacia mí y por sus expresiones noto que está un poco borracho, creo que no tanto, pero no está completamente sobre la tierra.

Sus ojos me escanean de arriba abajo, su mirada sigue siendo dura. Todavía está molesto conmigo.

— ¿Quién te dijo que podías entrar? — pregunta, mirándome mal.

— Es que quería verte — respondo, siguiéndolo con la mirada —. No te había visto en todo el día.

— Pues ya me viste — responde con algo de dureza en su voz — largo — hace una seña con la cabeza.

Suspiro pesadamente. Me doy media vuelta, pero no para cumplir su petición, sino para poner seguro a la puerta. No me gusta cuando está molesto conmigo. Además, tengo que solucionar esto antes de que prenda fuego a la casa.

Me acerco a él, que me mira como si pudiera traspasarme con una daga en el pecho. Por suerte, no puede hacerlo. Sus ojos siguen fijos en cada movimiento que hago. Me abalanzo sobre él, atrapando sus labios. El sabor a licor se mezcla en mi boca. Nunca he sido fanática de las bebidas, sin embargo, si es de los labios de él, estoy dispuesta a ser alcohólica. Muevo mis labios sobre los suyos, pero el maldito se está haciendo difícil.

Lo agarro por su chaqueta, pegándolo aún más a mí, y aquí logro que reaccione un poco. Mueve los labios con lentitud, mientras que yo estoy ansiosa. ¿Se supone que me está haciendo sufrir? Porque el maldito lo está logrando. Ejerzo presión sobre él, haciéndolo retroceder hasta que cae en su silla. Me subo encima de él, sin despegar los labios. Me acomodo un poco en la silla, ya que esta posición es un poco incómoda, pero no le presto mucha atención al hecho de la incomodidad. Comienzo a sentir su bulto crecer en sus pantalones que se presiona con mi entrepierna. Suelto un gemido.

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