Capítulo 63- Secuestrada

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Lexa Herman

El olor a polvo y mucho cloro hace que me pique y arda la nariz; la muevo un poco tratando de aliviar la molestia de la picazón. La cabeza me palpita como si con un martillo estuviera golpeando continuamente. Se me dificulta abrir los ojos por el dolor, pero con mucho esfuerzo lo hago. Me pesa bastante. Cuando comienzo a recobrar los cinco sentidos, siento mis extremidades pesadas y doloridas; es como si me hubiera arrastrado por el país completo.

Inhalo y exhalo, inhalo y exhalo. Cuando la nariz me vuelve a picar, hago el intento de rascarme, sin embargo, no puedo mover las manos; tengo las manos atadas. Al sentir las cadenas en mis manos, aunque mis ojos duelen horrores, los abro de golpe, miro estoy amarrada con cadenas en ambas manos. Estoy sentada, pero tengo las manos extendidas hacia arriba con cadenas. Ahora sí todos mis sentidos se coordinan y vuelvo a la realidad.

Me encuentro sentada sobre un colchón sucio y viejo lleno de moho. Las sábanas están marrones, pero ese no es su color; es por la mugre. Miro a mi alrededor, dentro de una bodega que por el olor a cloro entiendo que fue limpiada, pero aun así el moho y las telas de arañas siguen en el suelo. El lugar es extenso, pero está vacío: solo estoy yo, la cama y algunas cajas a lo lejos. Todo está oscuro, lo único que lo ilumina en una ventana que se encuentra demasiado alta para mí y si le sumamos que estoy atada, ni siquiera puedo moverme.

Me sobresalto cuando veo que una de las cajas se mueve. Frunzo el ceño, muevo la cabeza, quitándome el cabello de mi cara. La caja vuelve y se mueve, y de repente una rata sale corriendo de un lado a otro. Haciéndome soltar un grito ahogado, mierda, mierda... ¿Dónde diablos estoy? ¿Qué pasó?

Cierro los ojos nuevamente dejándome caer; nunca pensé que iba a estar en una situación así, y está de más decir que estoy secuestrada. La puerta se abre lentamente, pero por la luz que entró con ella, aun así no abro los ojos.

—Señor, sigue desmayada.

— ¿Y qué cree ella? Que es esto un maldito hotel cinco estrellas — reconozco la asquerosa voz de Braulio Mejía — tiene como ocho horas inconsciente.

Tengo ocho horas aquí. Supongo que Alexander ya se dio cuenta de que estoy secuestrada, o eso espero. Necesito que me venga a buscar urgentemente.

—Señor, le tuvimos que dar un golpe en la cabeza para traerla, así que esperemos que despierte.

— ¿Seguro que no la mataron?

— Va a despertar, está respirando — dice alguien que no sé quién demonio es.

— Quiero que despierte, quiero comenzar.

— Señor, usted está seguro de lo que estamos haciendo — dice uno—; es la mujer de Alexander.

— Yo no le tengo miedo a Alexander.

— Pero sí a Mishael.

— ¿Y cuál es la diferencia? — pregunta uno y por su tono de voz me doy cuenta de que está algo confundido.

— Alexander solo es su identidad falsa que se ha mantenido bajo perfil para cubrir su identidad, pero Mishael es una bestia y sabe...

—Sí, ya lo sé — suelta un grito — sé que es un asesino a sangre fría, que es una bestia y todas esas mierdas, pero no me importa, yo no le tengo miedo a ese bicho. Cuando él nació, yo hace tiempo que estaba desmembrando personas.

El silencio reina por unos segundos. Había leído sobre Alexander, o más bien Mishael es una bestia; sin embargo, conmigo solo es Alexander, incluso es hasta sensible. A veces suelo escuchar cosas que él hizo y se me hace difícil creer que de quien me habla y con el hombre que estoy es la misma persona.

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