40 - Silenciosa protectora

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AYLAH

Tenía la cabeza hundida en el agua hasta casi tapar su nariz. Se había mantenido así por casi una hora, mientras su mente repasaba la fiesta de té con detalle. Luego de regresar a su habitación, se dio cuenta de varias cosas que llamaron su atención. Lo primero era la asistencia limitada de los invitados, suponía que si era la princesa de la nación, debían asistir muchas personas interesadas en rendirle pleitesía. Sin embargo, no fue así. Todos eran jóvenes, hijos de nobles, ninguno tenía poder o representaba nada. No eran importantes.

Esto solo podía significar una cosa: su tío seguía teniendo control sobre la información que saliera al exterior sobre ella. A fin de cuentas, el marqués era su socio de negocios, y posiblemente un amigo cercano. Le habían tendido una trampa, desplegando un calculado escenario, y ella había caído sin notarlo. Recién se había dado cuenta de esto. Todo lo que había hecho era en vano; había mostrado su mejoría, incluso a expensas de enojar al conde o a sus primos.

Estaba molesta, muy molesta. Cada vez le era más difícil controlar sus sentimientos mientras la ira crecía sin remedio en su interior. Estaba abandonada a su suerte, viviendo con su tío, un hombre que la había estado matando lentamente. Su primo Ellies, que abusaba de ella de manera impune, y sus sirvientes que obedecían a sus amos sin protestar, aunque eso significara romper barreras éticas y morales. ¿Dónde demonios estaba el rey? ¿Acaso no era el hombre más poderoso del país? ¿Entonces por qué no hacía nada por rescatarla de esta situación? ¿Dónde estaba el gran y poderoso general Kadir?

Miró de reojo a la joven sirvienta que se mantenía bajo su servicio. Estaba inmóvil en su puesto, esperando a que ella decidiera salir del agua. Pero Aylah no quería hacerlo aún. No sabía si era producto de la furia que sentía, pero el agua no parecía enfriarse nunca y su cuerpo cada vez se sentía más caliente.

Rompiendo el silencio reinante, escuchó un ruido proveniente de su habitación y de repente Jelna entró al baño. Se veía totalmente fuera de sí, tenía la cara roja por la ira y sus ojos ambarinos brillaban de manera peligrosa. Tomó un frasco de un estante cercano y se lo lanzó a Aylah. El objeto pasó casi rozando su rostro, estrellándose con un explosivo sonido contra la pared detrás de ella, al romperse en miles de pedazos. Aylah no se movió, aunque su cuerpo se sentía cada vez más caliente, una fría calma la embargaba. Estaba disfrutando esto, le parecía divertido verla tan enojada, era como si su frustración estuviera encontrando de repente un escape al ver a alguien más furioso que ella.

—¡Lo hiciste apropósito! ¡Me hiciste quedar en ridículo frente a todos! —gritó apuntándole con un dedo de manera acusatoria—. ¡Eres un maldito estorbo que insiste en estar en mi camino! ¡Si hubieras muerto ese día, ya yo estaría casada con Kadir! Pero estos malditos sirvientes son tan inútiles que no supieron cómo deshacerse de ti correctamente ¿Acaso es tan difícil manipular una silla de ruedas?-parecía estar totalmente fuera de sí mientras caminaba hasta la bañera.

Sin previo aviso, Jelna la agarró por el cabello y hundió su cabeza en el agua. Aylah no luchó, no valía la pena gastar sus energías en defenderse. A pesar de lo caliente que se sentía su cuerpo, seguía pensando con una claridad y frialdad increíbles. La sirvienta estaba ahí, y Bethel debería regresar en cualquier momento con su cena. Por más que estuvieran bajo sus órdenes, a quien debían obediencia absoluta era al conde y él no podía permitir que muriera a manos de su propia hija. Alguien la detendría tarde o temprano, solo debía contener la respiración hasta que esto sucediera.

No pasó mucho tiempo hasta que la presión sobre su cabeza desapareció y Aylah pudo respirar nuevamente. Por un instante le pareció ver a la sirvienta esconder algo brillante y plateado en su uniforme. Pero algo llamó su atención de inmediato, había alguien más en el baño. La escena que se desarrollaba frente a sus ojos era totalmente extraña. Aunque la supuesta imagen que mostraban al mundo era de unos hermanos muy bien llevados, esto parecía totalmente lo contrario.

Ellies estaba allí, agarrando con fuerza el brazo de su hermana mientras le lanzaba una mirada asesina. Jelna tenía la cara torcida en un gesto de dolor y un claro quejido escapó de sus labios.

—Hermano, por favor —suplicó tratando de soltarse

—Sabes perfectamente que no me gusta que toquen mis cosas —dijo Ellies con un gélido tono de voz. Sus ojos parecían reflejar la oscuridad misma mientras de manera siniestra continuaba hablando— ¿Acaso debo recordarte lo que pasó la última vez que lo hiciste?

Jelna tragó en seco, mientras gruesas gotas de sudor recorrían su cara y su piel palidecía. Aylah sonrió con malicia, no le gustaba la idea de tener que agradecerle a este desgraciado que la hubiera salvado, pero esta escena era demasiado satisfactoria. Ver a su prima doblegada, aplastada por el terror que experimentaba cada vez que Ellies abusaba de ella, verla sufriendo en carne propia semejante situación. El teatro de los hermanos perfectos había mostrado su verdadera naturaleza tras el telón, esto era demasiado genial.

—Lo siento, no lo volveré a hacer —casi lloró Jelna mientras su hermano seguía apretándole el brazo, sin intenciones de detenerse. La cara de Ellies mantenía su expresión fría, como si en vez de a un familiar, estuviera viendo a un enemigo jurado que debía destruir de manera implacable y despiadada.



Destinada a renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora