5. Amaya

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CABAÑA DE LOSROSALES. NALENJEM.


Ghira entra varias veces, asegurándose de que estoy bien, luego vuelve a salir, como si estar cerca de Demian fuese un acto imposible, como si su presencia le asquease. Luego de varias horas me indica que irá a cazar algo a los bosques, asegurándose de dejar un afilado cuchillo a mi alcance, advirtiendo que podría necesitarlo si el halcón despertaba y trataba de matarme.

Ella sigue desconfiando de él y yo, por un motivo mayor a mí misma, no puedo siquiera pensar en este hermoso ser tratando de asesinarme, no con esa valentía que posee, no con esa manera de enfrentar la muerte y ser consciente de lo que es correcto o no.

Este chico despide lealtad, despide orgullo y pasión, no engaños y traición.

El tiempo sigue su curso, yo no puedo más, mis ojos se cierran. Ghira no ha vuelto, es tarde y yo no encuentro una posición adecuada en la silla, no una cómoda. Miro hacia la cama, ocupada en mayor parte por el cuerpo de Demian; alas desplegadas y cuerpo enflaquecido. Hay un pequeño hueco a sus pies y me debato varias veces si debo acurrucarme ahí mismo para al menos recuperar un poco de mi propia fuerza, que sigue menguado conforme las horas avanzan.

El agotamiento me rebasa.

Luego de un rato cedo a mis pensamientos y caigo rendida a su lado, haciéndome ovillo a un flanco de su rodilla, sosteniendo el peso de mi cabeza con ambas manos y cerrando los ojos para así caer rendida en medio del olor de su piel, en medio de la sensación de su calor junto al mío.

Lo más reconfortante que he hecho nunca: dormir al lado de un halcón.

...

—¿Oye? —Alguien me llama, no logro descifrar de quién se trata, pero sí percibo que es un macho por el tono de voz áspero—. ¿Amaya?

Me incorporo ligeramente, alzando la cabeza en dirección al halcón, este me mira con las cejas elevadas y un claro gesto de admiración, aunque no sé a qué viene ese ademán.

—¿Ya te sientes mejor? —Le pregunto, somnolienta, tallando mis ojos para luego caer de espalda en ese pequeño espacio que me he hecho. Yo soy pequeña, mi cuerpo luce delicado, aunque soy todo menos eso.

—Dejaste tu cuchillo ahí —indica, señalando la daga que Ghira ha dejado a su lado, en el buró, para ser más exacta, probando que no he desconfiado de él, que he podido permanecer en mi estado más vulnerable a su lado, sabiendo que él no iba a atacarme.

—¿Eso te sorprende? Creía que ya habíamos pasado la fase del «no confío en ti» —le respondo, con la voz ronca, tratando de volver a dormir, solo un poco más, unos minutos más.

—Curaste mi ala y mis heridas, ¿eres curandera? —me pregunta, verdaderamente intrigado.

—No, pero he visto suficientes intervenciones como para saber lo que debo hacer en caso de emergencia.

—No me lo puedo creer, no sé ni qué decir —parece dubitativo, al igual que Ghira, me mira de esa misma manera, como si estuviese chiflada.

Ahora que es plenamente consciente de la situación, no parece tener claridad.

—Podrías decir un «gracias», con eso bastaría —le expreso, cerrando los ojos nuevamente, acurrucándome a su lado, sin tocarle, pero lo suficientemente cerca como para sentir su calor, apenas y llego a rozarle con mi espalda.

Estaba muy cansada.

Los parpados me pesan y siento los ojos quemarme, necesito dormir unas horas.

—Gracias —expresa, aunque su tono es de una pesarosa incomprensión—. No sé qué te ha motivado a ayudarme de esta manera, pero siempre estaré en deuda contigo. Cuenta conmigo para acudir en tu auxilio de ser requerido —cita con vehemencia, como si estuviese recitando un poema bien estudiado.

Sol del Amanecer ©/YA A LA VENTA EN AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora