14. Amaya

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CAMPO DE ENTRENAMIENTONALENJEM.

El día es agrio, percibo al dios del viento enfadado y, por algún motivo, el fallo me hace estar de su lado; enojada, desilusionada, abatida y sin encontrar sentido a esta vida.

Nuestro maestro habla fuerte y claro; un lobo en su forma natural, caminado con el porte que conlleva su rango. Las huellas se marcan bajo sus pies con apremio, como si el mismo suelo pudiese extraer la potestad de su peso, solo por ser uno de los lobos de mayor rango entre nuestras fuerzas, uno de los generales más despiadados de Nalenjem.

Veo de reojo a Ghira, quien se yergue cuan alta es para exteriorizar su propia energía ante el resto del grupo; su presencia es impactante, su casta es fuerte, de las más cercanas a las redes de mi madre.

Ser un lobo implicaba conocer tu posición desde el nacimiento, tu vida ya estaba dictada desde antes de tu concepción, ya que el rol dentro del clan era definido por tu nombre y casa; si nacías dentro de una familia de panaderos, te criarías como uno, para así ser el heredero de aquel oficio, de la misma manera en que los miembros de las jaurías lo habíamos adquirido.

Las jaurías formamos filas, escuchando atentamente las indicaciones del experto, aprendiendo de su destreza para evitar flechas de plata.

Se decía que este macho había sobrevivido a muchos atracos en Bemali, hacía ya unas cuantas décadas. Llegado el momento, él hombre había dejado su posición dentro de la jauría, como dictaba la ley, para volverse uno de los maestros de combate, entrenando a las nuevas generaciones de reclutas.

De entre todos mis compañeros, yo soy la única que servirá a un propósito mayor, la única que no terminaría siendo maestra. Mi destino era gobernarlos o morir en batalla.

—¡Espadas! —grita nuestro instructor, todos obedecemos, sincronizados a la perfección—. ¡Combate cuerpo a cuerpo! —ordena, de inmediato sé que elegiré a Ghira como adversaria, ya que me parecía insufrible desempeñarme en un estado tan ensimismado.

En cuanto nuestra batalla comienza, sé que me dará una paliza monumental, ya que de inmediato arremete contra mi nariz, provocando un ligero sangrado que me veo forzada a olvidar, puesto que así son los entrenamientos y los golpes; cortes y moretes, son parte del trato, parte de normalizar el dolor, de esa forma, cuando una verdadera herida te aqueja, eres capaz de sobrevivir.

—Estás distraída —asegura mi amiga, balanceando la espada a los costados, poco arrepentida de provocar mi sangrado—. Necesitas volver aquí, ya son tres meses —arroja un golpe seco, yo la esquivo; costado a costado, la espada no me roza. Inclino el cuerpo y mi rodilla choca con su estómago.

Ghira se dobla tratando de recuperar el aliento, ese es el momento que empleo para quitar la sangre que emerge de mi propia herida y empapa mi boca.

No me quedaría cicatriz, no de un arma forjada en simple acero, en cambio, si se trataba de una herida provocada por la plata, tardaría en sanar varias semanas y llevaría conmigo de por vida la prueba de mi descuido.

»Me sorprende que seas tan rápida, aún cuando no eres un lobo —se queja, buscando el aliento faltante.

—Hablas demasiado —la callo, empuñando la espada nuevamente, tratando de demostrar que no me encuentro distraída, que sigo aquí, que no me ha perdido, como ella piensa, ya que lleva varias semanas quejándose de mi distanciamiento, de mi falta de tacto y de mi poco interés en la batalla.

Los últimos tres festines han sido los más tortuosos en toda mi existencia; no podía dejar de evocar al halcón moribundo en aquel claro. Ahora siempre me preguntaría si aquel guisado contenía su carne, ahora lo vería con más asco que nunca. Tanto había sido mi repele por la comida que no podía evitar derramar mis jugos gástricos en el suelo del baño cada que se me permitía retirarme, cada que volvía corriendo a mi alcoba y pensaba en el terrible castigo divino que nos esperaría a todos por alimentarnos de ellos.

Sol del Amanecer ©/YA A LA VENTA EN AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora