34. Demian

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 REINO DE BEMALI

Tres semanas sin verle, sin saber si se encuentra bien, sin conocer si había salido ilesa de los azotes o si el castigo que le ocasioné fue el término de las maravillosas semanas juntos.

Tenía la idea concreta de que ese castigo la haría odiarme, porque yo lo ocasioné.

Estaba confundido, estaba en medio de lo que quería y de lo que tenía que hacer, con el corazón dividido, en medio de mis emociones y en medio de lo que su amiga me hizo saber. «Colgarían su cabeza en lo alto de un muro, sin importar quién es su familia o su linaje, lo harían para demostrar que un lobo no puede darle la espalda al clan. Y a ti te enviarían su cuerpo despedazado en una canasta, para que te sacies con los restos de lo que fue tu pasión».

Cierro los ojos al recordarlo. Fuerte, cruda, ruda realidad que me llevó a convencerme de que alejarme definitivamente de Amaya era la mejor opción. No quería que la hiriesen, no quería saberla muerta, suficiente había tenido con imaginarla siendo azotada en una plaza, en medio de todos los que deberían protegerle y no lastimarle.

Qué tonto fui al creer que mi amor por ella solucionaría nuestros problemas, qué tonto fui por creer que habría algún medio que nos permitiese estar juntos.

Nada más lejos de la realidad, nada más insensato y banal, ya que siempre visualicé la situación desde mi punto de vista, desde lo que yo significo, desde lo que yo soy. Nunca vi por ella, por lo que su clan representa y tampoco me detuve a pensar en los métodos que emplean para controlarlos a todos, para tenerlos leales a su alfa, serviciales.

No vi por ella; vi por mí, por lo que yo deseaba y eso era peor, porque siempre me jacté de tener integridad y cordura, de empatizar, de ser fiel a la causa. Había roto muchas promesas por dejarme llevar y eso dolía más que reconfortarme.

Tampoco es que estuviese arrepentido, eso nunca, porque gracias a mi arrojo supe lo que sería estar con ella, un hecho que no cambiaría ni porque pusiesen el mundo a mis pies, ni aunque me ofrecieran riqueza inagotable. Haber estado con ella siempre sería una de las mejores decisiones y lo recordaría como la experiencia más loca y arrojada que he hecho y que haré. Ese había sido el único acto egoísta que he albergado, lo único que no he analizado, que no me he detenido a meditar.

Estoy al oeste de Bemali, zona segura, donde los campesinos de mi clan trabajan la tierra, la frontera con Loguna, tierra de los reptilianos.

Me habían mandado llamar para indagar sobre hechos extraños, algo que decidí atender de inmediato. Algo que no nos fue revelado hasta verlo con nuestros propios ojos.

Algo me decía que lo que mis compatriotas tratasen de decirnos, tendría un peso importante para mi gobierno, puesto que nunca hicieron que padre se moviese de su sitio, no sin ser algo que rozase la línea delgada entre la vida y la muerte.

—Todos han muerto, no hemos querido entrar a la choza, pero el olor a podredumbre es inconfundible —habla el capataz, el líder y encargado de quienes trabajan la tierra—. Todo el que se ha acercado, cae enfermo. Tengo a cinco personas en cama, con indicios de empeorar cada día. No mejoran.

Permanecemos a una distancia considerable de la pequeña casa de madera. El hedor es inconfundible, incluso el árbol que la sostiene comienza a sentirse bajo el misma influencia: ramas caídas, hojas oscurecidas que parecen alimentarse de lo que sea que haya atacado a nuestra gente y enjambres de moscas buscando saciarse.

Dejo de parpadear, analizando la situación, queriendo encontrar una solución, pero sin información, no podía proceder de forma adecuada. Necesitaba llegar al fondo de esto, necesitaba conocer el principio y el fin de una enfermedad tan atroz. La palabra «plaga» me viene a la mente varias veces, rememorando al anciano del clan de los loguna, incluso al líder de su clan, Severox, afirmando que algo había regresado y que la prueba estaba impuesta en la plaga, en la gente que enfermaba.

Sol del Amanecer ©/YA A LA VENTA EN AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora