21. Amaya

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CASTILLO LANCASTER.

AL ESTE DE BEMALI.

Demian me sigue, pendiente de mis tropiezos, porque por más que hago un esfuerzo, es inevitable andar como si me hubiesen hundido la pierna en aceite hirviendo. El dolor en ocasiones era apacible, como si la regeneración hubiese decido hacer efecto de un momento a otro; en otras ocasiones, desearía arrancarme la pierna para no seguir sintiendo dolor, para romper el fragmento ardiente que escuece mis huesos.

Era de esa manera cuando la plata era el elemento que propiciaba una lesión en la carne de un lobo, los extractos se adherían a tu piel y tardabas semanas en depurarla por completo, por tal motivo, era el único componente que mantenía las fibras y realzaba los contornos, provocando lo que llamamos «cicatrices».

La plata era nuestro veneno.

Conforme subo las escaleras, noto que Demian se detiene varias veces para cerciorarse de mi ascenso; en instantes leo consternación en sus ojos, luego se recompone y me hace subir de apoco.

—Sana y salva —expresa, como si yo fuese una niña pequeña que necesita el mayor de los cuidados. Me acomoda sobre el borde de la cama y tira de los cobertores—. ¿Te preparo un baño? —se ofrece, servicial. Niego con la cabeza, centrando mi atención en un tramo de su pecho al descubierto, expuesto por un par de botones abiertos. Las clavículas se asoman ligeramente entre el borde de la prenda oscura, trayendo a mi memoria la imagen de su desnudez sobre la mesa donde le curé. El recuerdo de sus montes, de lo definidos que eran sus caminos y de los senderos que orlaban cada músculo, me estremece.

No recordaba haber deseado tanto a alguien como deseo a Demian, no recordaba la presión que provocaba en mi abdomen bajo ni era comprensible lo irracional que podía portarme al estar en su presencia.

—¿Te gusta lo que ves? —El macho se yergue cuán alto es, sacando el pecho cual pavorreal que trata de exponer sus dotes con una hembra, lo que indudablemente me lleva a poner los ojos en blanco.

—Eres demasiado cínico, ¿no te parece? —indico. Girando el rostro a fin de no mostrarle mi avivado interés por él.

—¿Yo soy cínico? ¿No te parece que es más cínico verme como si desearas lamerme el pecho? —el macho se ríe abiertamente de mí, logrando exasperarme.

Tomo las mantas que se hallan en mi cama y cubro mi cuerpo medianamente, girando mi talle para darle por completo la espalda.

Todo el deseo que contenía ahora se ha convertido en pura rabia, una que va dirigida a su persona, no se trataba de un enojo que me llevara al exterminio de un alma, este era un nuevo tipo de molestia, una que no dudaba que estuviese encaminada a su sonrisa socarrona. ¿Sería demasiado golpearlo con el puño en el rostro?

El cuerpo me tiembla, embravecido por las burlas que ha mostrado para conmigo; sin embargo, al sentir el cuerpo del macho a mi lado, pegando por completo su constitución a la mía para brindarme su protección, es suficiente para verme relajada. Sus alas marrones me envuelven en un capullo del que jamás querría salir de forma voluntaria y su respiración eriza los vellos de mi nuca.

—Te deseo tanto que me siento enloquecido. Si ambos estuviésemos en esta cama en condiciones óptimas, descubrirías que no solo tú te sientes atraída de esa forma; por mi parte, puedo asegurar que mi mente y cuerpo se han convertido en elementos huecos, abastecidos exclusivamente por un ocupante de cabello dorado y ojos como el color de la luna —hunde la nariz en mi cuello, me estremezco.

El enojo pasa a segundo plano en cuestión de segundos, al grado en que me encuentro gimiendo ante su aliento.

—En ocasiones, el dolor es insignificante contra lo que puedes gozar. —Dejo de razonar para darle entrada a lo que quiero, a mi mayor anhelo, y ese era que Demian me poseyera. Podría asegurar que el deseo era más potente que el dolor en la pierna.

—Tal vez no quiero provocarte un mal mayor —intuyo que no habla de mis heridas físicas, tal vez se trate de las heridas que pueda sufrir mi corazón.

—¿Serías capaz de dañarme, Demian? —él respira sobre mi mentón, intenso. Siento su pecho ir y venir al mismo ritmo que el mío. La coordinación de nuestros cuerpos es aterradora e incomprensible, de forma en que dos seres de diferentes especies parecen ser compatibles.

—No intencionalmente —asegura, tomando mi mentón entre sus manos para hacerme verle de lado, instándome a girar el cuello a su encuentro—. Jamás quiero hacerlo, pero supongo que bajo las condiciones simples de la vida, algún día tendré que incurrir en una estupidez y, si eso sucede, quiero que sepas esto, que lo grabes por siempre en tu memoria —espera un momento; mirada anaranjada fija, seguro de sí mismo y mucho más ferviente que cualquier otro que me hubiese contemplado antes—: mi mundo se ha conmocionado con tu llegada, Amaya. Desde el día en que te vi por primera vez, supe que eras alguien distinta, algo muy por encima de todos nosotros. Te siento dentro, muy dentro. Ahora eres parte de mí, herirte sería como herirme a mí mismo —une su mejilla a la mía, respirando nuestro ambiente, empapándose de las sensaciones al tocarnos piel con piel. Sus dedos siguen una secuencia dual sobre mi brazo desnudo, ligeras caricias que perforan mis deseos. La cadera masculina se une a la mía en una danza que no alcanza a satisfacer la necesidad, pero sí que deja una idea de lo que será.

Las manos de Demian descienden hasta mi cadera, los dedos se atan a la cinturilla de mi pantalón de algodón con la destreza de aquel que tensa la cuerda de un arco por instinto. Logra que la prenda descienda escasos centímetros, lo suficiente como para notar su dureza en donde la piel ha sido expuesta.

—¡Demian! —golpean la puerta, a un extremo en donde nuestros cuerpos retozan.

—¡Largo! —grita Demian con el pecho sumamente agitado, pareciendo haber volado durante horas para llegar hasta este punto.

—¡Acaba de llega un emisario del lord Halcón! —dice su hermano al otro lado de la puerta—. Es preciso que vengas.

—¡Lárgate, Dennis! —vuelve a gritar, tratando de recuperar el ritmo que ya habíamos logrado establecer.

—¡Deja de pensar con la polla, estúpido! —el hermano empieza aporrear la puerta, parece patearla sin cesar. Demian se aparta de mí y gruñe, cabreado.

—Voy a matar a ese idiota —expresa, mordiendo su labio inferior con más fuerza de la necesaria, al tiempo que se incorpora y eleva el mentón hasta el techo, tratando de recuperar la compostura con el esfuerzo de su respiración.

«Lo mismo pienso», recito mentalmente, enfadada por la intromisión y la frustración que me ha causado.

Cuando se ve recompuesto del todo, suspira, incorporándose para alcanzar la puerta, misma que abre de golpe, logrando que el hermano dé un salto atrás con el determinado sentido de protección latente.

—¡¿Qué carajos quieres?! —Demian aprieta los dientes al formular la pregunta, se le ve muy molesto, capaz de enrollarse en una sórdida batalla.

—El emisario pregunta directamente por ti. ¿Qué deseas que le diga?, ¿qué no puedes acudir al llamado de nuestro lord porque te encuentras en la cama con la chica que debemos ejecutar? —Dennis asoma la cabeza, su rostro es de suma disculpa, tal vez al sentirse culpable por decir algo tan poco sutil—. Perdona, Amaya. —Me encojo de hombros, dándole la espalda a ambos, dispuesta a dejar de escuchar a ese par para cerrar los ojos por el resto de la noche.


...


Hola, bonis. Tenemos nueva portada, diseñada por un ilustrador maravilloso. Estoy impresionada del alcance que tiene, puedo ver a Amaya y a Demian plasmados a la perfección. ¡Pasen a verla!


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Sol del Amanecer ©/YA A LA VENTA EN AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora