20. Amaya

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CASTILLO LANCASTER.

AL ESTE DE BEMALI.

Todavía siento sus labios sobre los míos, todavía percibo su sabor, su olor y el ardor que me ha dejado el que se haya apartado.

Nunca un beso fue tan necesario, tan escaso e insuficiente, como si no pudiese saciar la sed que siento por Demian, como si el beso solo se hubiese convertido en la chispa que detona lo que será un verdadero incendio.

Me toma de la nuca, de la misma manera en que yo me mantengo aferrada a su cabello quebrado; se acerca, no aparta su vista de mis ojos.

Yo he pedido que se acerque, yo he necesitado que cruce las barreras que hemos puesto entre ambos para que se lleve a los fantasmas del pasado, para que arranque los miedos de tajo y extirpe mi dolor con sus manos.

Lo necesitaba, era indudable.

Él podría ser mi enemigo, un halcón, el hijo de Exton Zarek y posiblemente el siguiente lord de Bemali, pero eso no evitaba que encontrase una irrefutable paz en su compañía. Donde mi especie veía guerra, yo veía futuro y quietud.

Su mirada se centra en mis labios, los mira por un tiempo extenso, sin embargo, eso no me hace sentir insegura, por el contrario, verlo es percibir deseo, verlo es exudar anhelo.

En el punto en que toma mis labios con decisión, no hay arrebato, como sé que le gustaría. Se contiene, manteniendo medio cuerpo sobre mi pecho, a modo de acercarse lo suficiente a mi calor para tomar ese beso.

La caricia es pura, nada comparada a los besos del pasado, esos que solo te llevan a un lugar ligado a una cama, esos que gritan lujuria y sexualidad. Este beso es algo más, algo que me quema desde adentro, extrayendo mi vitalidad, mi fuerza y mi razón. Las chispas que siempre emanamos al estar cerca se intensifican, se convierten en rayos cayendo a la tierra, precipitados y aterradores.

Al principio me explora, busca conocer y sentir cada parte. Su lengua me lame, pequeños toques que arden, buscando conciliar con la mía, una caricia más limpia, profunda, algo que ya no puede llamarse superficial.

Cuando su lengua se enreda con la mía, se me escapa un gemido, uno que no he podido controlar, él responde suspirando, ahora más desatado, más ansioso de probar, de sentir y urdir los demonios en mí.

Su cuerpo busca mi contacto, busca el roce que aliviará el ardor, que detendrá, de cierta manera, la precaria indolencia de llevar ropa puesta, porque ahora mismo podría desaparecer y nosotros podríamos saciar nuestro ser.

Conforme su cuerpo avanza, el ardor en la pierna me rebasa. El pinchazo es intenso, lo suficiente como para no poder evitar la protesta de mi garganta. De inmediato Demian se tensa, aparatándose.

—Lo siento... —habla entrecortado, como si hubiese corrido kilómetros enteros y pretendiese recuperar el aliento—. No quería lastimarte —se sienta en la cama, mirándome de reojo, tocando mi pierna herida con los dedos. De cierta manera era como si pidiese disculpas a esa zona de mi cuerpo.

—Estoy bien, no ha sido nada —intento calmarle, él solo me sonríe, un gesto que me revuelve las ideas.

Era un ser celestial, no solo porque puede volar, sino porque se me figura un verdadero ángel; hermoso y lleno de colores.

—Juré ser un caballero contigo, Amaya, pero ¿cómo hacerlo teniéndote tan cerca? —susurros que dictan que bromea conmigo, que se ríe de su propio cometido.

—Lamento hacerte faltar a tus promesas, príncipe de Bemali —me río de él y de esa manera en que quiere parecer cortés, cuando lo que desea es follar, como cualquier otro macho.

Sol del Amanecer ©/YA A LA VENTA EN AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora