23. Demian

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CASTILLO LANCASTER.

AL ESTE DE BEMALI.


Tanteo varias veces la posibilidad de comer o no, mi estómago no estaba en condiciones de recibir alimento, no con la preocupación que me dejaba el sentirme tan abrumado por los acontecimientos. Muevo el contenido de un extremo a otro del plato, al tiempo que mi hermano Dennis mantiene una conversación mental con su esposa Lu. Sonríe y ríe a la nada, recordándome la profundidad del lazo que mantiene con su compañera, recordándome las ventajas de esas marcas doradas que brillan bajo la luz bergamota de las velas, ahora más intensas al denotar su poder absoluto.

Llevaban casi tres semanas separados y la ausencia comenzaba a calarle muy hondo a mi hermano, tanto que contraía el rostro como si tuviese verdaderamente a Lu frente a él, un acto que aún no podía alcanzar a comprender, que nadie que no hubiese cerrado el trato con la luz podía razonar.

Era muy íntimo, único, y me hacía sentir de cierta manera más abatido.

El amor era complicado cuando se trataba de llevar el designio de la luz en las manos.

—Elegir compañera es de pensarse; tú —Dershan señala a Dennis con su cuchara—, teniendo conversaciones que nadie puede escuchar, como si fueses un demente. Y el otro —me señala a mí— sin poder disfrutar de las delicias de esta comida por el rechazo de una mujer —mete otro bocado del estofado en su boca y mastica con gusto, disfrutando de su libertad emocional.

—Lu dice que tiene que hablar conmigo, no sé si eso sea bueno o malo, considerando que puedo escucharla —ríe nuevamente, pareciendo verdaderamente desquiciado.

—Es posible que se haya dado cuenta de que tu hermano mayor es mejor en la cama —le arroja Dershan, picándole, mientras que Dennis levanta el dedo medio, sin prestarle más cuidado del que debía. Quisiera decir lo mismo sobre mi control—. ¿Y tú, Demian?, ¿la loba no abre la puerta ni las piernas? —se carcajea, yo busco un pan en bola para arrojárselo con toda mi fuerza, atestando en su ceja derecha.

—¡Vete a la mierda! —le grito.

—Vaya, tenemos lengua viperina esta noche, señores —alaba mi hermano mayor, haciendo alarde de su simpatía y de lo bien que se le da no tomarse las cosas en serio nunca—. Esa mujer está descontrolando al Señor Inteligencia.

—Creo que deberías darle un poco de espacio. En ocasiones a las mujeres se les da bien complicarse las cosas, pensar un punto miles de veces antes de arriesgarse. Nosotros somos más idiotas, todo lo hacemos con las tripas —conjetura Dennis.

—Se hace la difícil —interrumpe mi hermano mayor.

—Ella no se está haciendo la difícil, está segura de que no debemos estar juntos —les explico, sintiendo una brecha que se abre en mi consciencia, separando un pensamiento que comprende a la loba y otro que se siente herido.

—¿Y tú qué piensas? —vuelve a preguntar mi hermano menor.

—No me interesa si está bien o mal. Hay algo en Amaya, algo distinto y no quiero que se vaya sin descubrir lo que es, porque tal vez nunca pueda volver a acercarme a ella —confieso.

—¿Y si luego de tener sexo con ella, ya no puedes quitártela de la cabeza? ¿Y si se roban mutuamente su esencia? ¿Eso no te asusta? —pregunta Dershan, bastante consternado, fingiendo un exagerado escalofrío y, aunque sé que se trata de una de sus muchas bromas, también lo conozco, dice aquello porque en el fondo le teme al pacto con la luz, el compromiso que se establece con la elegida para seguir un solo camino de la mano.

Sol del Amanecer ©/YA A LA VENTA EN AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora