BOSQUE DE NALENJEM.
La boda es asquerosamente romántica, la puesta de sol ha alumbrado sus cuerpos para dar paso a la luz plata de la luna, que emerge bendiciendo su boda con la promesa de nuevas crías, según nuestras creencias y tradiciones, esa era la promesa de la luna; para mí, solo se trataba de mera palabrería.
Mi espíritu estaba corrompido por la amargura; la amargura de ver al único hombre que he querido verdaderamente, exponiendo ante el mundo su amor por mi hermana, jurándole fidelidad, devoción y protección por la eternidad.
Anelyse ni siquiera sabía de mi relación con Samael, no podía culparla a ella de las decisiones del macho que un día me hizo feliz, no podía señalarle por pasar por encima de mí.
Unas manos fuertes y grandes tapan deliberadamente mis ojos, impidiéndome seguir viendo el gran río que cruza por nuestras tierras. Me gustaba ir ahí y admirar la belleza, admirar las alturas y el poder del agua en su velocidad máxima. Me gustaba la forma cristalina en que se movía el lago, me agradaba regodearme de los olores del petricor.
—¿Admirando la belleza? —me dijo esa voz masculina, tremendamente sensual, misma a la que ya me había acostumbrado, siendo que le tengo cerca a diario.
—La belleza es lo de menos, ¿pasa algo con tu olfato, lobo? Porque para mí ese es el punto más indefinible de este lugar... —sonaba admirada, algo poco concordante con la manera en que solía desenvolverme frente a un lobo.
Samael soltó una carcajada atiborrada de gruñidos; su voz era un deleite para mis oídos.
Entonces me liberó de la prisión que era su calor, giré sobre mis talones y le encaré. Portaba esa espada que siempre llevaba consigo a la espalda. Su cabello era una maraña castaña de fibras lacias, bellísimas, que siempre deseaba poder acariciar. Sus ojos, de un azul bastante parecido al agua que corre por debajo del risco, eran mi absoluta perdición, y su mentón acentuado estaba cubierto por una barba de candado que deja a más de una atónita, incluyéndome. Su piel, tan parecida a la noche, me enchinaba los poros del cuerpo.
Al verlo, no podía dejar de pensar en las noches de cama que habíamos compartido.
Samael era la perfección de mi especie.
Su sonrisa definida, sincera, sus ojos brillaban especialmente esa noche, aunque veía titubeo en su andar, en sus roces, en sus acercamientos. Era como si de cierta manera, hubiese tratado de mantener la distancia conmigo.
En las últimas semanas le había notado ensimismado, abstraído en sus propios pensamientos, algo que Samael no llevaba a cabo con frecuencia. Siendo un general, estar alerta era su deber real.
Eso me inquietaba, pero la careta de indiferencia que siempre llevaba puesta, no me permitía dar un paso adelante.
—Tengo que decirte algo... —estaba nervioso, no solo sus movimientos le evidenciaban, sino el aroma que desprendía su piel.
—Llevas días tratando de hacerlo, puedo deducirlo y me agrada que al fin te decidas a hablar, comenzaba a figurarme cosas muy extrañas, como el que ya no me considerases tu confidente, Samael —le dije, tomando mi distancia y que así, el efecto de sus impulsos no me colmase la nariz.
—Sabes que eres mi mejor amiga..., de hecho, es de eso de lo que quiero hablar. He tomado una decisión, y eso va a cambiar nuestras vidas —advirtió, girando sobre sus talones para darme la espalda y recargar su mano sobre el tronco del árbol más cercano—. Has sido mi amiga, ¿desde cuándo? Creo que ya ni siquiera recuerdo cuántas lunas mantenemos juntos... —comenzó a decir y por alguna razón, mi corazón se agrandó, palpitando a gran velocidad, creando expectativa al pensamiento de un lobo con el que solía compartir mi cama.
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Sol del Amanecer ©/YA A LA VENTA EN AMAZON
RomanceDos clanes rivales en guerra. Dos enemigos mortales sintiendo una extraña atracción. Dos enemigos dispuestos a dar su vida el uno por el otro.