15. Demian

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CORTE DE BEMALI.

TRES MESES DESPUÉS.

Las estrellas estaban preciosas; brillantes, llenas de fulgor, bañando la tierra de su hermosura para que los mortales nos sintiésemos abismados ante su dominio. Las ramas de los árboles me sostienen en lo alto de la copa de un viejo arce, situado justo al lado del palacio de mi padre, en las alturas, donde puedo apreciar mucho mejor el centenar de soles que se dejan ver sobre mí, mostrándome un encantador espectáculo.

Miles de soles.

Mi sol...

No podía dejar de pensar en ella, no importaba a cuántas iguales a ella me llevase a la cama, no importaba cuántas rubias se hubiesen puesto en mi camino. No importaba la cantidad de mujeres con características similares a mi predilección desfilasen frente a mis ojos, la loba no abandonaba mis pensamientos.

Había pasado medio año ya, y yo, seguía soñándola, seguía haciéndola mía en mi mente, forjando todas esas fantasías sin decírselo a nadie, en el más absoluto de los silencios. Ya había aprendido que, expresar este tipo de emociones, solo acarreaba miedo ante los míos.

Ya llevaba unos cuantos meses sin sacar a Amaya entre las palabras dichas en una conversación y eso había mejorado mi estado de ánimo al estar acompañado, mas no al llegar a mi alcoba y darme cuenta de que la soledad no era mi aliada en estos casos. Para eso estaba Valish, mi capricho, la chica a la que recurría para desahogar la frustración que me provocaba no tener a Amaya conmigo.

Llevaba ya tres meses en una relación con ella. No se trataba de algo formal, no era como si conociese a su familia o la hubiese llevado ante mi padre, mucho menos tenía intenciones de casarme con ella, pero sí se trataba de algo muy recurrente.

Valish era mi tabla de salvación, ella era mi ancla a Bemali, era la mezcla que disolvía mi necesidad de salir y buscar a la loba.

Jamás se lo comenté, nunca quise hablar con Valish de mis deseos, mucho menos de esta extraña forma de no lograr arrancar un simple recuerdo. Anhelaba a Amaya como nunca antes he deseado nada y eso jamás lo relataba.

—¿En qué piensas cuando ves esa luna? —preguntó Valish, bebiendo de una copa, al tiempo que restregaba su cuerpo desnudo en mi pecho. Habíamos estado esa noche juntos, como muchas noches antes. Ella era lo único que, de alguna manera, me mantenía cuerdo, era lo único que había logrado conservar mi interés; era esa manera tan peculiar de ser, su efervescencia en la cama, su dulzura al expresarse, sus ojos naranja que brillaban con más intensidad al verme.

Tal vez lo que sentía por Valish no era anhelo, tal vez no sentía necesidad, pero estaba seguro de que, de haberla conocido en otro momento, habría sido una persona muy importante para mí. Quería sentir amor por ella, me quebraba la cabeza tratando de obligarme a olvidar el pasado y abrirle las puertas a mi verdadera oportunidad: una mujer halcón, de mi raza, bajo la aprobación de mi familia, de la corte y de mi especie, pero bastaba con que mi deseo sexual se viese mitigado para sentir que había errado, que esa no era la vida que deseaba tener y mucho menos quería cargar en mi conciencia con el corazón destrozado de una chica, porque era obvio que no podría darle lo que en verdad merecía.

—Pienso en el pasado —me limité a decir aquello, como si estuviese haciéndole un favor al responder una simple pregunta. No podía comprender por qué Valish seguía a mi lado sin obtener nada de mí, era frustrante, inclusive para mí.

—Podríamos ir al lago, la semana lunar está a varios días de abrirse, podríamos aprovechar la tranquilidad de los bosques y hacer un pequeño viaje... —intentó sugerir.

Sol del Amanecer ©/YA A LA VENTA EN AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora