9. Amaya

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BOSQUE DE NALENJEM.

Desintoxicarme de su aroma fue una verdadera proeza, quitarme su esencia de encima me había tomado varias horas, ya que sin importar cuán lejos estuviese ya, yo seguía percibiéndolo en mi piel, en mi ropa, en mi cabello. Ahora mismo solo sentía frío, tristeza y pena; pena por la manera en que le hablé, por la forma en que me dirigí a él, por la manera en que nos despedimos tan fríamente, como si entre nosotros no existiese esa magia, como si nada hubiese sucedido, como si no hubiese sentido.

¿Era lo mejor? La respuesta siempre sería afirmativa bajo la mirada de la razón, pero mi corazón era distinto y ahora lo sentía latir con más ahínco.

Corremos por el bosque, corremos y corremos, no dejamos de hacerlo. Mi amiga conocía el bosque de Nalenjem como nadie, una buena rastreadora, una buena cazadora. Se desplaza a una velocidad incomprensible para el simple mortal, andado sin chocar, esquivando maleza y ramas al andar. Mientras que yo me quedo un poco por detrás, tratando de estabilizar el latir pesado de mi corazón, tratando de no atender a esa melodía que empieza a formarse nuevamente en mis oídos, un canto de sirena que me instaba a regresar al lado del halcón.

Cuando comencé a escucharlo, minutos atrás, supe que era real, le di el peso que en verdad proporcionaba el hecho de que, en mi locura, estuviese escuchando el llamado de algo lejano, de algo que sufre, de algo que no me permitiría dar la vuelta y tratar de olvidar.

No estaba loca, el canto era real. Todo lo que sucedió fue real.

—¡Es Samael! —indica Ghira, deteniendo su andar. Yo me freno, siguiendo sus pasos de cerca.

—Debe estar buscándonos —asimilo por la manera en que se acerca, apresurado, como si el olfatearnos después de una semana sin saber de nosotras, fuese un alivio.

—¿Te alegras de percibirlo nuevamente? Dime que es así... —puedo sentirla suplicante, tratando de evocar que las cosas vuelvan a la normalidad, que vuelvan a ser como antes de conocer a Demian, conmigo encaprichada con el que ahora era el esposo de mi hermana.

—Ya nunca nada será igual —indico, sabiendo que su decepción será mi perdición.

Es entonces que la jauría de Samael entra en acción, flanqueando los árboles que nos rodean, brincando entre los troncos caídos para rodearnos en simples segundos. Hembras y machos nos sitian; fieros y atroces. Su agilidad no tiene igual, el poder de sus saltos esta diseñado para matar. Todos poseen un color de ojos azul claro, yo soy la extraña, la que tiene pensamientos que no son acordes con los dogmas, la que no puede dejar de pensar que el clan hace mal, la que no puede hacer lo que le ordenan y la que ha rechazado los principios para salvar la vida de un enemigo.

«La que siente algo por un halcón», me recuerda mi insidiosa voz. El hecho de pensarlo me produce una taquicardia severa, algo que todos pueden escuchar, algo que podría delatarme.

Samael se abre paso entre su grupo, permitiéndome admirar al hombre que muchas noches me robó el sueño; enorme, de piel oscura, un general forjado en años de guerra, un macho nacido para guiar a la jauría y proteger a nuestros hermanos. Luce fiero, enfurecido, aun cuando está en su forma humana. No podía imaginar lo que sería tratar de correr de una bestia de esa magnitud por los bosques, sin protección, sintiéndote su presa. Sería espeluznante.

Me muestra los dientes y se acerca para olfatearme con determinación, sin nada de tacto, tratando de percibir algo que le dé un indicio de en dónde hemos estado. Su nariz se pasea por mi cabello, va de un extremo a otro, algo que siempre fue común entre nosotros, pero que ya no siento correcto. Ya no me agrada que se muestre de esa manera, no siendo el esposo de mi hermana, no habiendo elegido a alguien más en mi lugar, no cuando soy consciente de mi traición hacia el clan. Tal vez ni siquiera había perdido el aroma del ser de nube.

Yo sabía perfectamente que no podría encontrar nada, simplemente porque había pasado ya varias horas lejos del halcón y de ese olor tan característico a los de su especie; seres de viento, tan diferente a los aromas del bosque que nosotros portamos. Este ya se había opacado, aun así, era incómodo.

—¿Qué buscas, lobo? —libero mi voz de imperio, la voz cantante de alguien que estará al mando un día, por encima de la jurisdicción de Samael.

—Las hemos buscado durante días, al menos podrías tener la decencia de decirme en dónde se metieron —me espeta, con rabia y furia, una que pocas veces se permitió expresarme.

Me enoja, me encrespa que se dirija de esa manera a mí, como si siguiese siendo cercano, como si nada hubiera pasado, ¿qué no debía estar en su ritual de apareamiento con Anelyse? ¿Qué no debía estar disfrutando de los placeres que otorga la carne al anclarse a una loba de por vida?

—Un lobo de rango superior al tuyo, no tiene por qué darte explicaciones, Samael. Limítate a hacer tu trabajo y escóltame a casa —jamás le había hablado de esa manera, jamás había sido ajena a sus quejas ni mucho menos había sido autoritaria frente a su jauría, jamás lo había tratado como lo que en verdad es: mi subordinado. Siempre fue mi amigo, mi compañero y a últimos años mi amante. Ahora lo veía y solo podía sentir rencor.

—Creía que éramos familia —gruñe, reprochando mi manera de hablarle frente a otros lobos.

—Yo solo le debo explicaciones a mi alfa, espero que lo recuerdes en el futuro ­—me observa por lo que parece un tiempo infinito antes de agachar la cabeza. Me muestra respeto y expide un bufido que alerta a su jauría, una alerta de partida.

La jauría se apelmaza a nuestro alrededor y todos avanzamos en el mismo momento, al mismo ritmo de movimiento.

Noto que Ghira me ve de reojo, al tiempo que corre a escasos metros a mi lado. Está tan extrañada como Samael debido a mi comportamiento, a mi reacción ante mis amigos y, seguramente, no olvidaría cómo me comporté la última semana. 

Sol del Amanecer ©/YA A LA VENTA EN AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora