19. Demian

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CASTILLO LANCASTER.

AL ESTE DE BEMALI.

Un suspiro, el rocío de la hierba me trae bellos recueros, memorias de mi infancia y de juegos sencillos en los bosques, recuerdos donde aprendo a volar o persigo ardillas con mis hermanos.

Libertad.

Era una palabra sencilla, fácil de pronunciar cuando no tenía mucha idea de la contrariedad que simbolizaría para otra persona.

Amaya me había enseñado esta tarde una poderosa lección, me había dado un ángulo análogo de la vida de un lobo, de lo que ha tenido que enfrentar al ser sucesora del clan. Se había abierto a mí, había mostrado aspectos que no habría podido concebir.

De no haberlo escuchado de su boca, jamás me hubiese imaginado lo que significaría ser hijo de alguien como Chantal de Luko.

Hoy, más que nunca, agradecía por haber tenido unos padres amorosos, indulgentes y sabios dirigentes. Uno no sabe lo que posee, hasta que ve el reflejo de una vida paralela a la suya.

Mis padres se había casado bajo un régimen conveniente para el pueblo, mi madre era una embajadora originaria de Bemali y mi padre era el lord halcón. Exton Zarek pasó muchos años combatiendo a los lobos, mucho tiempo defendió sus tierras él mismo, lo que evitó que buscase esposa y diese hijos al trono. Él siempre nos dijo que supo que mi madre se convertiría en su esposa desde el momento mismo en que la vio. Muchas veces nos ha narrado las hermosas historias de los reinos que ella le había contado, incluso yo, al haberle perdido a muy corta edad, recuerdo el sonido de su voz, leyendo para nosotros en nuestra habitación, cuentos y leyendas de los reinos que te incitaban a querer echar al vuelo para conocer todos esos lugares iluminados por el sol.

Pienso que le debo a mi madre mi obsesión por la lectura, mi pasión por el conocimiento y las tardes enteras en la Montaña Angulosa.

Tuve suerte, mis padres siempre me amaron, siempre se mostraron pacientes, estrictos, pero al mismo tiempo indulgentes.

En cambio, Amaya llevaba cicatrices en el cuerpo, marcas hechas por quien debió protegerla, no intentar moldearla cual estatua.

Su vida no había sido justa y eso me duele, me hiere que la niña que debió jugar en los jardines, que debió explorar sus propios placeres, haya sufrido tanto; tan pequeña, tan sola..., internamente lloro por no poder ayudarla, lamento no saber qué decirle para hacerle sonreír.

En un punto de esa plática, quise ser su bálsamo, su salvaguarda, quise convertirme en su protector, en su amigo, en cualquier cosa que ella necesitara, solo para lograr ver una sonrisa, una pequeña, lo que fuese.

—Aquí estás —comenta Dennis, quien se acerca franqueado por Dershan, esquivando las flores silvestres que tapizan los suelos fértiles.

Desde esta posición en los suelos, veo el balcón que da a la alcoba de Amaya, pese a que el castillo se encuentra en la cima de un roble, a unos quince metros por encima de nuestras cabezas. Es necesario, como en cada vivienda en nuestra nación, llegar a las edificaciones a vuelo.

Pese a encontrarse en una posición elevada, para nosotros la visión es perfecta desde largas distancias. Desde este punto, puedo notar cómo se pasea de extremo a extremo de la habitación, puedo notar cómo cojea y cuántas veces se detiene a reponer el aliento perdido por el esfuerzo.

Amaya llevaba un rato forzando la pierna a una recuperación temprana, tratando de recomponer la movilidad perdida en batalla.

Suspiro, sabiendo que mis hermanos preguntarían por la tarde que pasé con Amaya, sus ojos reflejan curiosidad.

Sol del Amanecer ©/YA A LA VENTA EN AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora