"La única forma de evitar la tentación es caer en ella." Oscar Wilde
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Advertencia: Drama
— Cassia — una voz me llama. — Cassia.
Abro los ojos lentamente y veo a Marlene Mckinnon frente a mí, me apresuro a levantarme y cubrir mis muñecas con la capa.
— ¿Estás bien? — me pregunta.
— Sí, lo siento, solo estaba cansada. — me pongo en pie.
— Está bien, ya la clase acabo, puedes irte a tu sala común.
Asiento y salgo del salón, camino un poco por el pasillo sin un rumbo fijo, no quiero regresar a mi sala común, pero tampoco tengo realmente un lugar a donde ir. Termino en la sala de astrología, está sola y me puedo quedar junto al balcón mirando el cielo. Miro las estrellas y constelaciones que se conforman en el firmamento, tantas constelaciones hermosas con nombres hermosos, algún día debería usar alguno, ellas han sido mi mayor consuelo durante las noches.
Miro mi mano y veo el anillo alrededor de mi dedo, ¿me pregunto si hoy me llamaras? El anillo en mi mano comienza a arder ligeramente, lo está haciendo.
Me apresuro a ir al séptimo piso, ayer llegué tarde y me castigo, fue un castigo largo y doloroso, me dejo agotada y con todo el cuerpo completamente marcado, los moretones en mí muñecas son de ese encuentro y mi cansancio durante la última clase fueron resultado de anoche.
Al llegar lo veo apoyado contra una columna, no me nota al instante, lo analizo por unos segundos, su rostro anguloso se ve definido por la luz que entra por una de las ventanas, mira perdido a través de ella mientras me espera, cuando está en silencio parece otra persona, luce tranquilo, da la apariencia de no romper ni un plato, qué imagen tan opuesta a lo que realmente es.
Nota mi presencia y me mira, agacho la cabeza de forma automática, si lo miro demasiado podría enfadarse y hoy no quiero darle una razón para un castigo.
— Muy bien, hoy llegaste a tiempo — se acerca a mí y juega con un mechón de mi cabello, no levanto la cabeza para verlo, solo permanezco quieta esperando a lo que vaya a hacer. — entremos.
Las puertas de la sala de menesteres aparecen frente a nosotros y entramos, suelto, un suspiro de alivio al no ver las herramientas de tortura que había ayer.
— Quítate la ropa interior y sube a la cama.
Obedezco sus órdenes, me quito la ropa interior y me subo a la cama, estoy temblando, pero lo disimulo lo mejor que puedo. Me siento sobre la cama y espero.
— Abre las piernas.
Obedezco.
— Buena chica. — comienza a acercar una de sus manos hasta estar contra el borde de mi falda.
Él hace todo lo que quiere, yo no me niego, no me quejo, no discuto. Hago lo que me pide, sigo al pie de la letra sus indicaciones y aunque este hombre me asusta no puedo evitar disfrutar, cuando me porto bien me trata tan bien, hace que cada cosa se sienta magnífica, pero eso termina y regreso a la realidad.
