XXXVIII

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Desaparecer

- ¡Vayan de inmediato! Denle algo a Yhwach. No permitan que se lo lleven bajo ningún motivo... - dijo Uryuu a un par de enfermeras y doctores

- ¿Y sí aún así quieren llevárselo? - preguntó uno de los médicos

- Es simple. Los sacan del hospital... No dejen que se lo lleven. ¿Entendido? - dijo el de cabello azul

- Sí señor Ishida... - dijeron al unísono el personal

Entonces los nerviosos uniformados se retiraron. Corrieron por el pasillo hacia el segundo piso donde estaba el susodicho. Por su parte la recepcionista regresó a la estancia donde aun esperaban los dos militares.

- Aquí está la autorización, solo permitame unos minutos... - dijo nerviosa la enfermera

Al ver su comportamiento del personal el pelinegro sospecho.

- Algo anda mal señor... ¡Vamos! - exclamó el teniente

Solo tomó el abrigo del capitán y fue tras el grupo de empleados.

- ¡Esperen! No pueden ir allá... - dijo la anfitriona

Sin embargo los dos intrusos hicieron caso omiso, subieron rápido, solo para encontrar una escena de terror. Dos enfermeras intentaban darle un líquido rojizo en una pequeña taza. Mientras otros lo intentaban sujetar. El convaleciente usaba sus manos para evitar que le obligarán a beber. Los militares comenzaron a forcejear con el personal médico.

- ¿Qué creen que hacen? - preguntó Shiba

- El señor necesita su medicina... pero se niega a tomarla... - dijo una enfermera

Al ver rápidamente las manos de Yhwach y el ataque que sufría, además del aroma de aquella sustancia el pelinegro descubrió algo aterrador.

- ¿Qué están locos? Eso es belladona... es muy venenosa y por lo que veo es alérgico a la planta... las manchas de salpullido y esa hinchazón leve en ojos, labios y dedos se debe a la sobre reacción del cuerpo... - dijo el teniente

- Siendo médicos deben saber los efectos de la belladona... claramente intento defenderse de ustedes que buscan envenenar a mi amigo... - dijo el rubio

Los de bata entonces se fueron contra los intrusos, sacando del bolsillo un extraño frasco. Las mujeres pusieron en pañuelos el líquido, por el desagradable olor, aquello no era un buen augurio. Por lo que viéndose en peligro Kaien optó por tomar su arma. Los empleados intentaron sujetar el revolver, pero el entrenamiento del pelinegro se hizo notar, pues evitó que se la arrebataran. Entre los jalones de los dos militares y los de blanco finalmente se disparó una bala, lo que provocó un leve silencio.

En la residencia del periodista la pareja se cambiaba tranquilamente.

- En unos meses vamos a cumplir nuestro primer aniversario... - comenzó la conversación el ojiverde

- Hmp. ¿Tan rápido? - dijo pensativa la prostituta

- ¿Qué quieres hacer? ¿Quieres una gran fiesta...? - dijo el caballero

- ¡He! No soy de fiestas mi señor... creo que lo ha notado... mejor para el cumpleaños de nuestro hijo... - dijo la coqueta dama

Inoue caminó a gatas por la cama hasta su amante, lo abrazó seductora por el cuello.

La prostituta de la calle 224Donde viven las historias. Descúbrelo ahora