—¡Mara!—gritó Dang mientras corría hacia mí, depositando rápidamente la bandeja sobre la mesa.
Con cuidado, comenzó a secar mis lágrimas con el pulgar, haciendo esfuerzos para ser lo más delicado posible a pesar del guante de cuero que llevaba puesto.
—Todo va a mejorar, eso es lo que quería preguntarte cuando despertaras —tomó una pausa, tomando aire para continuar—. Regresé a mi habitación y te encontré tirada en el suelo. Al principio pensé que era un sueño, o quizás otra vez esa conexión de portales, pero luego toqué tu rostro y supe que realmente estabas en mi mundo.
Así que no es un sueño.
Me encontraba perpleja, incapaz de comprender cómo había llegado a este punto.
—¿En serio no recuerdas cómo atravesaste el portal?—preguntó, su voz teñida de preocupación.
—Estaba en una fiesta de disfraces, ayudando a una fundación de animales y...
Él esperaba pacientemente una respuesta, con los brazos cruzados y una mirada intensa.
—Y...
Mi mirada se perdía en el vacío mientras intentaba recordar, pero mi mente estaba en blanco.
—Es mejor que tomes un descanso por ahora —sugirió con un tono suave.
Con gentileza, Dang me ayudó a recostarme de nuevo en la cama.
—Si no sabes cómo llegaste aquí, probablemente tampoco recuerdes cómo te hiciste estas micro cortadas —observó Dang, señalando las marcas sobre mi cuerpo antes de salir del cuarto.
Regresó después de unos minutos con vendas, algodón y un frasco de alcohol. Colgó su capa en un perchero cercano y se agachó junto a mí, preparándose para tratar mis heridas. Un jadeo de dolor escapó de mis labios cuando sentí el ardor del alcohol aplicado en mi pierna.
—Disculpa, pero es necesario, Mara. No quiero que alguna de las tantas micro cortadas que tienes se infecte—explicó, aplicando el algodón con suaves toques. —Tienes muchas, y eso no es normal.
Después de unos minutos, terminó de desinfectar y vendar las heridas, especialmente en los lugares donde eran más profundas. Acto seguido, colocó una manilla en mi muñeca, y de ella se proyectó un holograma mostrando datos concisos sobre mi salud: estatura, pulso, niveles de azúcar, estados de ánimo, y más.
—Parece que todo está bien—dijo quitándome la manilla.—Tus signos vitales y el pulso están en perfecto estado, pero, por si acaso—añadió mientras colocaba una toalla con agua caliente en mi frente—, descansarás.
—Esto es muy amable de tu parte, pero siento que estoy aprovechando tu hospitalidad—murmuré, consciente de la situación inusual en la que me encontraba.
Sentía que su generosidad se estaba excediendo, estaba haciendo mucho más de lo necesario.
—Desde que llegaste aquí, eres mi responsabilidad. Siento que todo esto es mi culpa —confesó Dang en tono bajo—. Te hablé de las brechas porque quería tenerte cerca, pero ahora eso te ha puesto en peligro.
Dang se dejó caer en una silla cerca del escritorio, recostándose en ella mientras se cubría el rostro con los brazos. Su postura revelaba el estrés y la tristeza que lo embargaban por la situación. Removí la toalla de mi frente y me senté en la cama, extendiendo mi mano hacia su hombro para ofrecerle consuelo. Aunque no comprendía completamente a qué se refería con "peligro", quería aliviar su pesar.
—Gracias a ti, sé que nada me pasará —le sonreí con confianza— porque confío en ti.
Él tomó mi mano, levantando ligeramente su máscara. Con delicadeza, besó mi mano.
—Te ves tan hermosa cuando sonríes. Me gustaría ver esa sonrisa más a menudo—dijo con una dulzura que contrastaba con la gravedad de nuestro entorno, antes de volver a cubrirse el rostro con la máscara.
De repente, las sirenas comenzaron a sonar, rompiendo la atmósfera cálida con gritos y sollozos desgarradores. Dang y yo nos precipitamos hacia la ventana. Lo que vimos era un terror absoluto: sombras aterradoras azotaban las calles, dejando tras de sí cuerpos desmembrados, algunos sin cabeza o extremidades. En el suelo yacían órganos esparcidos, y algunas víctimas eran arrastradas hacia los callejones oscuros para ser devoradas. La gente corría en pánico, tratando desesperadamente de escapar de inevitable. La sangre cubría todo, y máscaras manchadas de sangre fresca salpicaban el pavimento. Niños, paralizados de horror, observaban cómo devoraban a sus padres, lágrimas corriendo por debajo de sus pequeñas máscaras. Las sombras no discriminaban; incluso los niños eran consumidos en crueles bocados, pintando una escena digna de un apocalipsis zombi.
—¡¿Qué es este lugar?! —grité, mientras un escalofrío recorría mi cuerpo al presenciar la cruda realidad.
—Esto es lo que temía —Dang alzó la voz mientras se ponía su capa—. Son los Shadows, criaturas que se alimentan de seres humanos como tú y como yo—explicó mientras tomaba una katana y la aseguraba detrás de su espalda en su estuche—. Son sombras con dientes filosos y sin órganos visibles.
El persistente sonido de las sirenas agrandaba mi pánico.
—No apagues el reloj bajo ninguna circunstancia; a los Shadows les atraen los lugares oscuros —dijo Dang con un tono directo y frío, mientras se colocaba la capucha.
De repente, Dang abrió la ventana del cuarto y se asomó al concreto, apoyándose en la pared mientras miraba la ciudad, intentando analizar la situación.
—¡Dang! ¿Estás loco? ¡No intentes saltar! —grité aterrorizada.
Me acerqué con cautela, temiendo que cometiera una locura. Él se giró hacia mí, su mirada profunda y seria me detuvo en seco.
—Ya regreso —dijo con una calma que contrastaba con la tormenta de emociones dentro de mí. Luego, se dejó caer hacia atrás, desapareciendo de mi vista.
Contuve la respiración, esperando escuchar el impacto de su cuerpo contra el suelo, pero no llegó ningún sonido. La curiosidad y el miedo luchaban dentro de mí. Temía mirar hacia abajo, temía lo que podría encontrar, pero la incertidumbre era casi tan tortuosa como para no hacerlo.
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ROMANCE MALDITO.
RomanceMara decidió mudarse a un pueblo tranquilo, sin imaginar que conocería a un enmascarado. Esto sería lo peor, ya que después de conocerlo, su vida seria atormentada. Una fecha maldita. Un pueblo con secretos. Un amor enfermizo y a la vez maldito. No...