Capitulo 26.

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—Bueno, como eres novata en el entrenamiento, lo adaptaré a tus capacidades —dijo Alma, echando un vistazo a las máquinas

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—Bueno, como eres novata en el entrenamiento, lo adaptaré a tus capacidades —dijo Alma, echando un vistazo a las máquinas.

—Buena suerte, muñeca —añadió Axel, guiñando el ojo.

Dang y Axel salieron de la sala de entrenamiento, dejándome sola con Alma. Alrededor, muchas personas entrenaban intensamente. Una chica que llamó mi atención vestía un uniforme igual al mío; tenía dos trenzas y un capuchón que le cubría hasta las cejas, su cabello era rubio claro y llevaba los ojos vendados, lanzando golpes torpes contra un saco de boxeo.

—¿Sabes algo de armas, Mara?

—No, la verdad —aclaré.

—Podemos empezar primero con las armas y después lo físico; lo importante es que aprendas a defenderte.

Alma me guió hacia una puerta dentro del mismo salón de entrenamiento y colocó su mano en un panel al lado de ella. Al escanear su palma, el panel se iluminó de verde, iluminando gran parte de nuestros rostros. De repente, la puerta se deslizó hacia arriba.

El interior de esta habitación estaba repleto de armas colgadas en las paredes y cajas debajo de ellas con seguros. Una gran alfombra negra cubría el suelo, las paredes de metal era descolorido en las esquinas más remotas.

—¿Qué arma quieres manejar?

—La katana —respondí sin titubear.

Anhelaba ser como Dang, valiente en el enfrentamiento contra los shadows y sin miedo a lo que pudiera ocurrir, quería emular su coraje.

—Buena elección —dijo Alma, pasándome el arma—. ¿Sabes algo sobre el aura?

—¿Es una especie de sentido? —pregunté.

—Es un campo de energía que emana de nuestro cuerpo y se presenta en diferentes colores —explicó Alma, deslizando su dedo por el metal de la katana desde la base hasta la punta—. Esta energía se transfiere a las armas según la persona que las maneja.

Quedé impresionada con la información y rápidamente moví la katana de arriba abajo.

—¿Así se activa? —Sonreí torpemente mientras agitaba la katana.

Alma tomó la katana, buscando detener mi movimiento.

—Dejaremos la katana para otro momento —la colocó de nuevo en la repisa—. No se activa así de la nada; se requiere práctica. Nos ayuda a los cazadores de shadows en combate.

—¿Y cómo se hace?

—Con meditación y ejercicio —aclaró, apoyando su brazo en mi hombro—. Con el tiempo, podrás patearle el trasero a los shadows —dijo con tono alegre—, como yo —añadió, golpeando una pared de metal con fuerza y dejando una parte hundida donde impactó.

Me quedé inmóvil mientras Alma solo se estiraba. El estruendo había hecho que las luces del lugar parpadearan repetidamente, lo que alarmó a las personas que estaban en la sala. Curiosos, entraron al cuarto, y el señor Jaz se abrió paso entre la multitud, acercándose a Alma con una clara frustración.

—Otra vez, hemos hablado de esto muchas veces y lo volviste a hacer —lo señaló con el bastón—. Si vuelves a dañar las instalaciones, me encargaré personalmente de que te conviertas como tu nombre—advirtió, presionando el bastón contra el pecho de Alma.

Alma soltó una risa sutil y baja, asintiendo con la cabeza antes de apartar con la mano el bastón de Jaz. Era evidente que el reclamo no le importaba demasiado.

De repente, el sonido de una sirena resonó en el lugar, un sonido que todos reconocían.

—Este arreglo costará muy caro—dijo Jaz, llevándose una mano a los ojos.

Las personas en la sala comenzaron a alistarse de forma apresurada, vistiéndose con sus uniformes que guardaban en los casilleros de la sala de entrenamiento y tomando sus respectivas armas. Abrían las ventanas de par en par y salían saltando sin dudarlo. La chica de los ojos vendados era ignorada por completo. Decidí acercarme a ella, pero en ese momento, Alma me entregó un arma. Él no se puso el uniforme; lo único que llevaba consigo era una daga amarrada a su cintura.

—¿Estás lista?—preguntó con un tono lleno de energía.

—No, ni de broma saltaré al vacío.

Di unos pasos hacia atrás, pero Alma me agarró firmemente de la cintura con sus dos manos y me lanzó hacia arriba, solo para atraparme en sus brazos al instante.

—Una.

—Alma, ponte el uniforme—reclamó Jaz con un tono más calmado.

—No espera —respondí mientras intentaba forcejear para que me soltara—. Alma, dame un momento—dije con desesperación.

—Dos—dijo Alma preparándose para correr.

—¡Alma!—grité.

—¡Que te pongas el uniforme!—insistió Jaz esta vez gritando.

—Y tres—concluyó Alma, corriendo hacia una de las ventanas abiertas y lanzándonos al vacío.

—Y tres—concluyó Alma, corriendo hacia una de las ventanas abiertas y lanzándonos al vacío

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ROMANCE MALDITO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora