Prólogo

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—¡Eres una egoísta, Fanny! Sólo piensas en ti. ¿Y yo? ¿Dónde quedo? —Helena enfocó con desprecio al minúsculo ser que titiritaba frente a ella—. ¡Bien sabes que no tengo un segundo de paz pensando en tu futuro!

Fanny se mordió los labios al tiempo que descendía los dedos de su rojiza mejilla; la cual, segundos antes había probado la fuerza de la mano de Cruz Helena Díaz.

—¿No dices nada, Fanny?

—Lo siento —su voz salió tan débil, que amenazó con perderse en la inmensidad del cajón de la sala—. No quiero hacerlo, mamá.

—¡No hagas un drama! —la reprendió Helena, propiciando que el antagonismo de su tono resonara estrepitoso en el espacio. Fanny se apocó todavía más—. La oportunidad que se te ha presentado es única, ¡increíble diría yo! No es momento para que te escudes en sentimentalismos baratos. Además, no eres la primera mujer ni la última que lo hará.

Helena se aproximó a ella, con la aparente intención de compartirle una confidencia. La voz cantarina de su madre pronto llegó a sus oídos, y Fanny tambaleó sobre el mismo ladrillo en que había permanecido los últimos veinte minutos.

—Innumerables veces te lo he dicho hija, pero sigues sin querer aceptarlo. No tienes la belleza o la inteligencia para atraer a un hombre adecuado, imposible mencionar a un prospecto como Liam Hoffman. Así que, olvida todos esos prejuicios sin fundamento y accede a la unión.

En ese punto, Fanny se volvió incapaz de mantener la mirada alta y el corazón intacto.

—¡¿Por qué sufres?! Los Hoffman son una familia respetable y de mucho dinero. Tu destino al lado de Liam será espectacular: tendrás acceso a mejores joyas, mucha más ropa y propiedades de hasta seis cifras. ¿Recuerdas la casa que vimos en el programa de televisión la otra noche y que tanto te gustó? ¡Te la podrás comprar!

Ante una súbita ventisca Fanny se rodeó el vientre con los brazos y soportó el frío que iniciaba a calarle por las manos y la nariz. Vio de reojo las puertas corredizas a su izquierda y contempló la oscuridad de la noche enmarcada en el cercamiento de vidrio entreabierto. No pasó mucho para que sus dedos se doblegaran a su ansiedad y quedaran ateridos dolorosamente a sus caderas.

—Mamá, haré cualquier otra cosa. Lo que usted desee —musitó, cautelosa—. Asistiré a las reuniones del club y no renegaré a las visitas donde Doña Catalina. Prometo ser obediente y olvidarme de mis caprichos. Pero, no me presione. No quiero...

—Lo harás.

—Pero...

—¡Basta, no más!

Fanny, con un nudo en la garganta, observó cómo el rostro diamante de su madre se transformó en un esplendoroso rubí: duro y sonrojado.

—No discutiré más contigo. He tratado de ser razonable, pero no eres más que una chiquilla inconsciente. Tanto lloriqueo sólo por casarte. ¡Qué terrible tu vida! —Helena alzó las manos y luego las dejó caer, propiciando un leve crujido por el roce de sus dedos con la tela blanca de su falda—. No se te está pidiendo que des un riñón o que saltes de un puente. Se te está resolviendo la vida con decir que sí a un hombre perfecto —imprevistamente le apretó la barbilla y Fanny tuvo que soportar el estruje sin queja, como siempre solía hacer.

Los ojos de la joven Díaz dieron señales de aguárseles; sin embargo, los iris oscuros de su madre recriminándola, la frenaron de seguir cualquier emoción que la estuviera embistiendo.

—Mamá, por favor...

—¡Tonta! —bramó, desquiciada—. ¡Fanny Cristina, tienes casi veinticinco años y vas directo a convertirte en una solterona! —la joven trastabilló al ser empujada por su madre. En segundos se vio cayendo de nalgas sobre el sofá. Un parpadeo, y ahora Helena la escrutaba con infinita desesperación—. ¡Te casarás! —rugió, pasándose el dorso de la mano sobre su frente brillante.

Una vocecilla, reconocible, se volvió cercana.

—¡Señora!, ¡señora! —clamaba.

Una pequeña mujer, de cortos cabellos café y excesiva delgadez, salió de la sala del comedor y llegó casi corriendo donde ellas. Llevaba las dos manos alzadas y los dedos aferrados al teléfono. La muchacha esperó unos segundos para recuperar el aliento antes de dirigirse con propiedad a su patrona:

—¡Señora, tiene una llamada! —agitó el aparato entre sus manos.

Helena mejoró su postura; no obstante, ni una nota de fugaz emoción pasó por su rostro. Volvió directamente a su hija. Fanny se había adherido al lino crema del mueble. Se apreciaba demasiado quieta, pero su mente era un completo caos; ésta, se enmarañaba y aclaraba; se extraviaba y volvía.

—Te comportarás como espero de ti y acatarás todo lo que te ordene —Cruz la tomó por los hombros y la sacudió. La joven quiso hablar, pero sus blanquecinos labios sólo atinaron a aferrarse más a la carne del otro—. ¡¿He sido clara, Fanny?!

—¡Señora, su llamada podrá perderse! —exclamó otra vez la voz olvidada de Matilda.

—¡Contéstame, niña! —los zarandeos aumentaron.

—¡Señora Helena!

—¡Cállate de una buena vez, Matilda! —le gritó a la minúscula mujer, empujándola lo más lejos de su persona—. ¡¿Quién está al teléfono que es tan urgente?!

—Es el señor Abraham Hoffman, señora —habló con miedo.

Un ruido las sorprendió. La puerta de la entrada se abrió, incentivando un molesto rechinar que incomodó los oídos de las tres mujeres. La mitad de un cuerpo fue librándose del baño de la noche. Fanny rápidamente dio con el espejo de sus ojos, un tanto más cansados y ojerosos. La zozobra que prosiguió quebró su cordura. Ella lo oteó con ahínco, y con una vergüenza callada imploró su intervención; pero, tan sagaz como el correr de una ráfaga de viento, la puerta se cerró e invocó la nefasta sinfonía del silencio. Su padre se encaminó hacia las escaleras, sin hablar, sin voltear y dejando atrás el despojo de su alma y la condena de la misma.

—¡Muy buenas noches, Abraham! —contestó su madre al fin, con una voz serena y agradable—. Disculpe la demora... ¡Claro que sí, Fanny está muy ilusionada!

La joven Díaz reparó con insistencia en Helena, pero su madre giró sobre sus talones dándole la espalda.

—Estamos muy emocionados por esta unión. ¡Sí!, ¡sí! Espero que no tengan ningún contratiempo en su viaje y los podamos tener acá. Oh, claro. Fanny puede firmar el acuerdo prematrimonial el lunes a primera hora.

La joven Diaz condujo la presión de un grito al centro de su pecho; pero, de su boca apenas salió un soplo exiguo. Con parsimonia fue descansando la cabeza sobre el respaldo del sofá mientras observaba a su madre moverse con el teléfono pegado a la oreja, alternando su oratoria con risitas coquetas. Matilda la seguía de un lado a otro, como su perrito faldero... Las lágrimas quisieron revolucionar sus cuencas, pero de nuevo las censuró. Sabía que no debía. Una mujer de carácter no sollozaba. Y si ya tenía un gran número de defectos, era inadmisible entregarse a otro más.

Fanny se hundió más y anheló que el aire dejara de pasar entre el pequeño espacio de su nariz y el reposabrazos de lino. Para su desgracia, el oxígeno insistía en inundar sus pulmones y regalarle la divinidad de la vida. Cerró los ojos e intentó dejar de pensar. Cuando estuvo a punto de lograrlo, la imagen de un hombre de ojos de color miel y cabellos castaños derrumbó su fortaleza.

Una lágrima al fin cayó.


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A continuación, capítulo I 

Pd: Sus favoritos y comentarios son muy apreciados. ¡Gracias! 🌷

Amor Forzado (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora