Capítulo VI

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—Vaya, menos de dos semanas y ya tienes montada una oficina completa. Quién hubiera imaginado que el amor te pegaría tan fuerte, Liam.

—No digas tonterías, Samuel. El viejo aplazó nuestro regreso y no tuve otra opción que hacerme de un espacio. Este lugar fue lo más decente que encontré.

—¿Estás seguro que Fanny Díaz no tuvo que ver con ese cambio de planes?

—Hoy no tengo humor para tus bromas.

El hombre de piel morena y mirada carbonera optó por el silencio. Liam, adusto, se alzó de su asiento y se desplazó hacia la generosa ventana de dos metros de ancho y uno de largo. La vista, desde el último piso, no era nada en comparación con la de su oficina en Madrid. Allá, sus ojos se alzaban para ver las edificaciones de mayor tamaño, y su mente se perdía entre los complicados cruces de las carreteras y las verdes arboledas; pero en ese país, sólo podía atragantarse con la visión de las gentes haciéndose paso entre la concurrencia vehicular.

—Vamos, Liam. Si continúas así, tu prometida no va a querer llegar al altar; al menos, no contigo.

—¿Trajiste lo que te pedí? —volvió sobre su hombro, haciéndolo objeto de una mirada significativa.

Samuel permaneció inexpresivo hasta que el ruido del teléfono al otro lado de la puerta lo hizo reaccionar.

—Liam, sabes que eres mi amigo, pero ya me extralimité tomando documentos que no debía. Si tu tío se da cuenta que...

—Lo trajiste, ¿sí o no?

El moreno exhaló pesadamente antes de tomar el maletín al lado de su silla y seleccionar su contenido con los dedos.

—Son los archivos más recientes que tenía mi padre —le aclaró al tirarle unas carpetas sobre el escritorio—. Los revisé antes de venir, pero te advierto que no te apoyaré en nada de lo que emprendas sobre la base de esos papeles.

Liam se separó de la ventana y se acercó al mueble. Tomó sus anteojos y se los colocó mientras su mente ya empezaba a naufragar en terminología legal. No había pasado la cuarta hoja cuando un gruñido proveniente de su garganta resonó en el espacio.

—¡Mierda! —vociferó, lanzando los anteojos contra la superficie de madera—. Esto es muy grave... ¡¿Por qué Abraham no me lo dijo?!

—Liam, contrólate. Esta jugada de Román la veníamos contemplando desde la última elección de la junta, sólo que explotó mucho antes de lo que estimábamos...

—¡¿Pero por qué Abraham calló algo así?! —le interrumpió, con el ceño fruncido y una mirada feroz—. ¿Iba esperar a que Román solicitara otra sesión extraordinaria? o, ¡me lo diría cuándo hubiéramos perdido el control de la empresa!

—Tienes que dimensionar el problema, Liam. Si lo piensas bien, tu tío no se ha quedado de brazos cruzados.

—¿Qué ha hecho exactamente, Samuel? ¿Callar? ¿Mentirme para que acceda a casarme con una completa desconocida? Eso no es actuar. ¡Es manipular!

—No crees que exageras...

—¿Exagero? —ladeó la cabeza al tiempo que hundía los dedos contra su pecho—. El viejo es tan buen actor que me vendió una gripe como una enfermedad terminal. Debes saber que sus dolencias se erradicaron con un té de manzanilla.

—No lo tomes a mal, sabes a lo que me refiero —intentó Samuel aplacarlo con las manos—. Abraham lo hizo porque te rehusabas a dejar tu estatus de soltero millonario y esnob. Tú mejor que nadie conoce el conflicto que eso genera con el testamento de tu padre.

Amor Forzado (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora