Capítulo X

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¡Demonios!

Salió tirada de la cama tan pronto sus pupilas se toparon con la luz del sol. Medio viendo el reloj sobre la mesita, corrió hasta el baño. No pasaron más de quince minutos cuando salió enrollada en una toalla y con el cepillo de dientes metido en la boca. Sin vacilar, se puso la ropa interior, una simple blusa blanca y unos pantalones de vestir negros. Retrocedió sobre sus pasos y en el lavabo terminó de cepillarse los dientes. Jaló el paño sobre su cabeza y su cabello mojado cayó sobre su espalda. Apresurada tomó el peine e inició a pasarlo con movimientos expertos.

Ojeó de nuevo la hora y los cachetes se le cubrieron de un sonrojo natural. Volvió a moverse. Con impaciencia se arrodilló, extendiendo el brazo y palpando el frescor del piso. No encontró nada. Estiró más su extremidad, quedando su hombro cubierto por la cama y su cabeza pegada contra la toalla tirada. Soltó casi un grito de alegría al dar con su calzado.

No se molestó en pintarse o darse una última repasada al espejo. Metiéndose las zapatillas tomó su bolso y salió trastabillando de la habitación. Se sentía extraña, sus nervios eran insoportables; pero, en medio del caos, un hilo de alegría le incitaba a continuar.

—¡Por todos los ángeles del cielo! ¿Dónde crees que vas y además vestida así?

Fanny se detuvo bajo el marco de la puerta, entre la transición del calor de la casa y el viento del exterior. Rehusó a dar la cara y sustituir los colores verdes y amarillos del jardín por los ojos café de su madre. Los dedos se le empuñaron con convicción en la jamba al atender el carraspeo de su progenitora.

—Aunque tengo unos deseos enormes de tirarte del pelo y cachetearte, me contendré. ¿Acaso tu padre no te informó de los planes de hoy?

—Lo hizo.

—¿Entonces? ¿Por qué sigues perdiendo el tiempo? El almuerzo con los Hoffman es dentro de una hora. Sube a tu habitación y ponte el vestido que te compré.

—Lo siento, mamá. Tengo algo muy importante que hacer.

—¿Qué podría ser tan importante, Fanny?

No quiso contestar, e imprimiéndole potencia a sus piernas dejó la puerta atrás y atravesó con premura el jardín. De pronto, se desbalanceó y llevó la cabeza hacia atrás, cediendo a la brusquedad de una fuerza que no daba lugar a la clemencia.

El dolor se agudizó, al igual que su chillido. Con insoportable lentitud giró su cuerpo, de forma que su cara quedó fija hacia el suelo y sus manos agarradas al punto de presión.

—¡Mamá, me haces daño! —soltó, llorosa.

—¡Me provocaste, Fanny! Esto es lo que ocasiona tu desobediencia. Puedes hacer las cosas más fáciles, pero siempre sales con tus locuras. ¿Qué puede ser más importante que el compromiso de hoy? —metió más fuerza a su agarre, motivando el incremento de las quejas de la joven.

Helena era dura. No se conmovió cuando Fanny, con las manos temblorosas, intentó zafar su cabello. Por el contrario, la zarandeó y la arrastró hasta la casa. Cruz cerró la puerta, tiró a su hija a un costado y le propinó la motivación necesaria para enfrentar su realidad: una cachetada.

Fanny no sollozó más.

Helena no riñó más.

—Créeme que me duele más a mí que a ti, pero necesito que reacciones. Tu padre no se ha encontrado muy bien de salud, creo que ya has visto esas ojeras que se carga, ni hablar de su malhumor. Él no ha querido decirlo, pero constantemente lo observo quejándose de dolores de espalda o del estómago.

Fanny atinó a encorvarse.

—Esa es una razón muy poderosa para casarte. Imagina que tu padre se ponga mal o peor aún, que salga con una de esas raras enfermedades que cuesta muchísimo dinero tratar. ¿No te sentirías mejor con el respaldo de Liam? Al menos, yo sí. Ellos son lo que necesitamos, lo que tú necesitas... ¿Qué dices hija, cuento contigo?

Amor Forzado (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora