Capítulo XVIII

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—Aquí tiene su torta de chocolate y sus cinco enrejados de piña —Fanny sonrió, amable, y la anciana que había recibido el paquete entre sus temblorosas manos, la imitó.

El aire removió sus cabellos sueltos debajo de una gorra blanca, proporcionándole un poco de frescor. El calor, enardecido por el horno a su espalda y la tierra seca, la tenía más sofocada que el propio trabajo. Ni siquiera la carpa bajo la que se encontraba, contribuía a contrarrestar el bochorno.

—Me dijo que quería un bizcocho, ¿verdad?

Fanny esperó unos segundos la confirmación, cuando la obtuvo se volteó y, poniéndose una manopla de cocina, abrió el horno y sacó un molde humeante. Prosiguió a tomar un mondadientes y hundirlo en la torta.

—Ana, los bizcochos aún no están listos.

—¿No? Espera... Sí, dejé uno en el blíster —señaló hacia la mesa—. El señor que lo pidió dijo que iba a volver, pero tómalo. Cuando regrese le daremos otro.

—Perfecto.

La joven Díaz devolvió el molde y se apresuró a entregar el pedido al cliente. No había terminado de cobrarle, cuando un grupo nutrido de estudiantes se acercó a fisgonear los anaqueles.

—Ana, creo que necesitaremos ir a la repostería a traer más donas, enrejados y empanadas... Sí, son cincuenta con diez —respondió a uno de los adolescentes mientras le entregaba una bolsa repleta de mini budines—. Tendrá que ir una de nosotras.

—Fanny.

—¿Quieres que vaya yo? Está bien, sólo atiendo a unos clientes más y...

—Fanny.

—Sí, sí. Dame cinco minutos, ya me iré.

—¡Fanny! —chilló Ana María por tercera vez.

La joven Díaz detuvo sus movimientos y levantó la vista hacia su amiga. Era cierto que debían hacer ese viaje, pero no era tan perentorio. Todavía tenían una caja de donas glaseadas con las que podrían resolver, aunque no podía decir lo mismo de las empanadas de guayaba... Fanny perdió la línea de sus pensamientos al divisar una figura alta y elegantemente trajeada a contraluz.

Reconoció la forma y su respiración se aceleró.

¿Qué hacía él ahí?

—Fanny... Tu... ¿Tu prometido? —inquirió Ana María con dificultad, hipnotizada por el perfecto espécimen que enjaulaba con la mirada a su joven alumna.

Fanny recordó su último encuentro y estuvo tentada a salir corriendo. Le daba mucha vergüenza encararlo después de los límites que ambos estuvieron de acuerdo en cruzar. ¿Qué pensaría él de ella? ¿Sería capaz de mencionar algo sobre esa noche? La joven Díaz sacudió la cabeza en un intento de liberar su mente. De ninguna manera le convenía mostrarse tímida o incómoda, menos con Ana María presente. Se suponía que ellos no podían mantener las manos fuera del otro. Como Liam estaba ajeno a su mentira, recaía en ella mostrar un comportamiento acorde y evitar así las sospechas de su amiga.

Bajó la cabeza y se entretuvo unos segundos limpiando sus manos en el mandil enrollado en su cintura. Cuando se sintió lista, adelantó los pasos necesarios y rodeó los anaqueles. Se detuvo al quedar frente a él. Liam la miró con confusión, pero ella lo ignoró mientras sus manos, temblorosas, agarraban las solapas de su camisa negra y sus talones se despegaban del suelo.

Rezó.

Rezó para que él no la rechazara y le siguiera la corriente. Para su sorpresa, Liam se dejó conducir. Fanny no lo pensó dos veces; cerró los ojos y besó su mejilla. Apenas lo rozó, aunque fue suficiente para hacerla vibrar.

Amor Forzado (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora