Capítulo XXIX

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Liam besó su boca mientras bajaba el zíper de su vestido. El ruido de la tela al caer la hizo consciente de la situación; y, por unos segundos, le cruzó la idea de dimitir. No era hipócrita. Deseaba a Liam, y mucho. Desde que tuvieron aquel acercamiento en la casa de Rodrigo su cuerpo se había empecinado en reaccionar a su perfume, a su cercanía, a todo lo que tuviera que ver con él. El problema era ella. Tenía miedo. ¿Qué tal si él se percataba de sus imperfecciones y se decepcionaba? ¿Y si la comparaba con otras mujeres? Era un hecho que ella no estaba a la altura de...

Liam, percatándose de su desconexión, le dedicó unos besos dulces en su cuello, a los cuales ella respondió con una tímida sonrisa que estuvo a nada de romperse. Él continuó besándola mientras sus manos, expertas, se encargaban de su sujetador. Éste pronto cayó al piso y sus senos se presionaron contra la camisa de él. Inmediatamente, los dedos masculinos ejercieron la fuerza justa para llevar sus bragas abajo.

La joven Díaz detuvo la mano de Liam cuando ésta descendió, afanosa, de sus caderas hacia sus muslos.

—No puedo... —murmuró, nerviosa.

Él se distanció lo necesario para contemplarla con una expresión entre agitada y preocupada. Fanny intentó ganar espacio, pero los fuertes brazos de Liam, que en ese instante figuraron ser una peligrosa cadena de hierro, no se lo permitieron.

—Me tienes desnuda en un lugar desconocido —se esforzó por hablar con claridad—. Deberíamos ser prudentes.

La joven Díaz curvó los labios al tiempo que se exigía sostenerle la mirada y convencerse a sí misma de que eso era lo que realmente la inquietaba. No podía decirle la verdad. Liam jamás entendería sus reservas; además, tampoco estaba en sus planes generar un mal entendido por sus complejos.

La maciza musculatura de Liam vibró a causa de una risa. Era la primera vez que lo escuchaba reír. Lo notó tan relajado, tan cómodo, que a ella le fue imposible no serenarse a causa de su humor. Decidió agregar su risa a la lista de cosas que le gustaban de él.

—No tienes de qué preocuparte, el dueño ya ha llegado.

Al atender eso, Fanny ladeó la cabeza buscando al invasor. Desde ya su rostro estaba sonrojado y su pulso latía con furiosa celeridad.

¡Qué vergüenza más grande!

Observó más allá de la puerta y no divisó a nadie.

—Estás mintiendo —le reclamó no muy convencida.

—No miento. El dueño está aquí —Liam la despegó de su ser y la empujó con suavidad. Fanny se dejó ir, sabiendo de antemano donde caería: en el sofá. Él se apartó un poco y permitió que el rayo de luz del pasillo alumbrara su cuerpo desnudo. Aquello la incomodó sobremanera. Apresurada movilizó sus manos para tapar sus pechos y flexionó las rodillas para cubrir su intimidad. Liam torció los labios en un gesto divertido y sugerente.

Él, manteniendo una mirada hostigosa, fue desprendiéndose de uno a uno de los botones de su camisa manga larga. Ante los ojos femeninos se exhibió una dura y perfecta musculatura, que exhortaba a adentrarse en la bajeza del pecado con el favor de poder tocarla.

—No te inquietes —profirió Liam—. Nadie se atreverá a interrumpir.

Fanny se removió hasta que su cabeza logró apoyarse en el posa brazos del sofá. La electricidad impura de su vientre y la humedad naciente de su sexo la hicieron sentirse abrumada, y su mente en consecuencia encendió una alarma que la tentó a huir, ¡a escaparse de él!; pero, hubo otra cosa, quizás, un sentimiento, que la paralizó y la obligó a continuar hasta el final. Ella profesó una incomodidad en su espalda que quiso desaparecer, pero detuvo cualquier acción al advertir las manos de Liam entrar de nuevo en movimiento. Él se deshizo de su cinturón para después abrir su pantalón. Lo fue bajando con una parsimonia tan dolorosa, que provocó que su respiración fuera de menos a más en cuestión de segundos.

Amor Forzado (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora