Capítulo XLIII

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Liam se bajó del coche con una mochila en mano e inició a caminar sobre una línea amarilla que dividía dos carriles de sentidos contrarios. Aquel era un barrio carente de vida. Ni un vehículo circulaba, ni una sola persona se dejaba distinguir en la lejanía atiborrada de luminarias y aparentes casas abandonadas.

Sus pies se detuvieron cuando estuvo en el punto correcto. Alzó la mirada y observó un predio vacío. Sus labios vibraron en el momento que su mente jugó con él y le hizo ver cosas que no pertenecían a ese tiempo. Visualizó a una mujer herida salir arrastrándose de un coche torcido. Ella intentó abrir la puerta hundida del conductor. Sus esfuerzos fueron inútiles, por lo que inició a gritar un nombre. Liam cerró los ojos, esperanzado de frenar esa pesadilla. Cuando los abrió, las lágrimas nublaron su visión.

Ahora un cuerpo inerte descansaba sobre las piernas de la mujer. Ella lloraba desconsolada mientras estrujaba al bulto entre sus brazos. Liam, autómata, se acercó. Estiró la mano y el espectro lo vio. La conmoción no le permitió hacer nada más que sisear en un fructuoso intento de musitar una palabra. La mujer, milagrosamente recuperada, se levantó de la tierra y se acercó con brío y furia hacia él. Liam retrocedió un paso, cruzó los brazos enfrente de su cara y cerró los ojos, esperando.

Esperando, ¿qué?

Dio luz a sus pupilas y ahora no encontró nada. Miró a su alrededor y la mujer, el hombre y el coche, no estaban más. El aire sopló, leve, puede que, hasta caliente, y el calofrío lo recorrió entero. Liam sacudió la cabeza y se obligó a quedarse en el presente. Regresó al reloj de su muñeca y supo que era la hora. Se aproximó al borde de la carretera y, estrujando una última vez el asa, tiró la mochila que contenía el dinero. Pronto, le dio la espalda y volvió a recorrer los pasos que lo habían llevado hasta ahí. Supo que sus lágrimas no habían dejado de circular cuando el nudo en su garganta se hizo tan insoportable que sintió la viva necesidad de sacar todo lo que lo estaba consumiendo por dentro.

Él era un maldito asesino.

En cuanto llegó a al coche, lo encendió y subió el aire acondicionado al máximo. No tardó en arrancar y alejarse de ahí. Cuando hubo alcanzado una distancia prudente, frenó y dejó caer la frente contra el volante. Ese era el día decisivo. Estaba en él impedir que el círculo vicioso continuara.

No había avisado a Paul, ni a la policía, ni a ningún cercano. Pese al peligro inminente, creía que debía enfrentar ese asunto solo. Además, si las sospechas iban bien encausadas, no estaba tratando con un extraño, sino con alguien de su confianza. La pregunta era, ¿quién?

Cuando el reloj del tablero marcó las doce de la noche en punto, Liam arrancó y dio una violenta vuelta en U. Volvió a agarrar potencia y circuló solo por la calle. Él podía atender el pum pum de su corazón regado por todo su cuerpo, pero aquello no lo coartaba; al contrario, lo envalentonaba a ir por todo. Hacía cinco años había cometido el error de seguir ese juego; ahora, enfrentaría sus pecados, y si eso implicaba someterse al juicio terrenal y divino, estaba dispuesto a hacerlo.

Se detuvo cuando observó un auto estacionado en el lugar dónde él había estado minutos antes. Liam apagó el coche y logró salir de éste sin que las piernas se le tornaran flácidas. Con una energía que no supo de dónde sacó, se acercó y golpeó el capo.

—¡No te ocultes más, imbécil! —bramó, ubicándose al lado de la puerta del conductor.

Ese era el momento. ¡Al fin ajustaría cuentas con ese maldito desgraciado!

El sujeto estaba con medio cuerpo dentro del sitio de pasajeros, de forma que la oscuridad y la interferencia del asiento delantero, le impidieron detallar su rostro.

—¡Ahora sí podrás dirigirte sin tantas rimas estúpidas!

Su extorsionista se recompuso, pero no volteó hacia él: se quedó con la vista fija en la carretera que continuaba, solariega e iluminada, de frente. Al contemplarlo de espalda, Liam atestiguó que no se trataba de una mujer como Paul había supuesto. Y quizá, cuando volteara, ni lo reconocería. Era muy probable que el hombre que estaba ahí no fuera el verdadero responsable, sino un simple secuaz.

Amor Forzado (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora