Capítulo XXXV

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—¡Liam, mi amor! ¡¿Cómo estás?!

—Excelente, porque estoy escuchando tu voz. ¿Todo bien por allá?

—Sí, todo tranquilo. Estoy saliendo de clases en estos momentos. Oh, Tito ya está esperando por mí en... —su voz se perdió y en su lugar se escuchó interferencia.

Liam terminó de bajar un tramo de cuatro escalones y se desplazó hacia un poste que quedaba al lado de la calle. Levantó el celular a lo alto y, al confirmar una mejor señal, volvió a marcarle.

—Disculpa —se excusó él, cuando su llamada fue contestada—. La red ha estado mal toda la tarde.

—No te preocupes, amor. Te decía que ya estoy con Tito en el auto. Ahora vamos donde Ana, quedé en ayudarle con unos pedidos. Creo que pasaré todo el día en la repostería.

—¿Lograste desayunar algo?

—Sí. Estoy siguiendo al pie de la letra el menú que me dejaste. Hoy tocó huevos revueltos con tostadas y fruta. Por cierto, ¿cómo sigues? ¿Aún con los malestares del Jet lag?

—Estoy mucho mejor. Padezco de unos dolores de cabeza de vez en cuando, pero nada que no pueda soportar...

Tito, ¿qué pasa...?

—¿Tito? ¿Todo está bien, Fanny? No logro escuchar...

¡Tito, frena por Dios!

—¿Frenar? ¡¿Fanny, qué sucede?!

Liam, con una imaginación que corría como el segundero del reloj, se pasó el celular a la otra oreja e intentó discernir algo más que maldita interferencia.

—¡Fanny! —gritó exasperado, al escuchar palabras alteradas y cortadas—. ¡Maldita sea, contesta!

Él terminó la llamada y volvió a marcar. Las gotas de sudor embargaron su frente cuando los repiques se prolongaron.

—¡Mierda! —bramó grave.

Colgó y lo intentó de nuevo. Medio minuto en espera y ella no contestó. Se obligó a respirar tan pronto el llamado desquiciado de sus miedos sacudió su cuerpo. No podía entrar en pánico, ¡no mientras Fanny corriera algún peligro!

Apoyó la espalda en el poste del farol al tiempo que profesaba como el corazón le palpitaba en la garganta. En su aturdimiento, el celular se le resbaló de la mano. Un pitido necio sometió sus oídos cuando, precipitado, recogió el aparato y marcó el número con torpeza.

Tres segundos y... atendió la voz de su mujer.

—¡Fanny, por Dios! ¡¿Estás bien?! ¡¿Qué ha sucedido?! ¡¿Han tenido un accidente?! —le habló precipitado, experimentando como la carga imaginaria sobre sus hombros se acrecentaba—. ¡Amor, por favor dime cómo estás!

—Hemos tenido un accidente...

—¡¿Pero, están bien?!

—Sí. Sólo ha sido el susto.

El suspiro que se le escapó lo dejó sin aire. Esa noche le rezaría a todos los ángeles y santos en el cielo en gratitud por haber protegido a su Fanny.

—Tito ya está parqueándose a un lado de la carretera. No sé muy bien lo que pasó...

Permítame, señorita —prorrumpió la voz gruesa de Tito—. Buenas, señor. Le informo lo acontecido: íbamos perfectamente cuando un auto del carril contrario se dejó ir en nuestra dirección.

—¿Qué? —el pitido en sus oídos retornó, el doble de fuerte.

—Fue algo extraño. Le hice cambio de luces y toqué el claxon, pero el vehículo iba con la intención de darnos de frente. Yo estaba entre la espada y la pared, señor. No podía moverme al lado izquierdo porque los vehículos seguían transitando, ni tampoco al derecho porque la acera era demasiado alta —Tito se detuvo y pareció despejar su garganta—. Fue una verdadera suerte que llegáramos a una intersección y pudiéramos escapar por ahí.

—Tito... —la voz se le fue por un momento—. ¿Qué pasó con ese coche?

—No lo sé, señor. Cuando me ocupé de buscarlo, había desaparecido. Seguro se cruzó a su carril y siguió, de lo contrario hubiera chocado con el vehículo que venía detrás de nosotros.

—¿Lograste ver al conductor?

—Negativo, señor. Vidrios polarizados. Y nada de placas.

Liam apretó el celular en su mano. La duda con que había jugado mientras escuchaba el relato ya no estaba más, ahora lo invadía la malograda certeza.

—Señor, ¿cree qué debemos reportarlo a la policía?

Él bajó la vista hacia su calzado, sopesando sus próximas palabras.

—¿Usted es Liam Hoffman? —le increpó un niño de unos cinco o seis años de edad.

Liam meneó la cabeza en afirmación. En seguida, el infante extendió los brazos y le ofreció un sobre negro.

—¿Quién te dio esto?

¿Disculpe, señor? —contestó Tito, aún al teléfono.

—¡Responde, niño! —gritó Liam, quitándole el sobre de las manos—. ¿Quién te lo dio?

El chico retrocedió un paso y después otro.

—Tranquilo, no estoy molesto. ¿Me miro enfadado?

El niño asintió con un rápido parpadeo, y él trató de apaciguarlo con una sonrisa forzada.

Fracasó.

El pequeño se echó a correr y Liam lo siguió, cruzándose la calle sin ver y empujando a cualquiera que se le pusiera en frente. Estaba determinado a acabar con el misterio de una vez por todas; sin embargo, su travesía finalizó prematuramente cuando el infante se mezcló con un grupo de niños que salían de una escuela.

Había perdido su pista.

—¡Maldición! —vociferó al cielo, con una falta de aire que lo llevó a descansar las manos sobre sus rodillas.

Pegó un brinco cuando el tono de su celular se unió al alboroto del gentío y el estrés de los vehículos.

—¡¿Fanny?! —dijo Liam ansioso.

—Negativo, señor. Es Tito.

Liam tosió. Necesitó tomar una larga bocanada de aire para sentirse capaz de hablar sin fragmentarse.

—Lleva inmediatamente a Fanny a mi casa.

—Pero...

—¡Escucha lo que te digo! —lo reprendió, exacerbado.

—¡Sí, señor!

—Llévala a mi casa y que no salga de ahí hasta que yo lo autorice. De lo contrario, ajustarás cuentas conmigo.

—Pero, la señorita no...

—¡Haz lo que te ordeno!... Yo me encargaré de ella después.

Liam terminó la llamada y guardó su celular. Cuando se sintió competente para mantenerse sobre sus dos pies, se reintegró y enfocó el maldito sobre.

Lo abrió y las manos le temblaron, furiosas.

"Un posible accidente difícil de prever.

O tal vez, un hecho fácil de remembrar.

Dime tú si quieres arreglar,

lo que tus pecados se dedicaron a forjar".

Él arrugó el papel, pero reprimió el impulso de lanzarlo. Sin dilación, sacó su celular del bolsillo interno de su saco y marcó un número de memoria.

—¿Liam?

—Necesito verte, Paul. Es urgente. Iré a tu oficina.

—No estoy en Madrid. Estaré llegando a medianoche.

—Entonces que sea mañana a primera hora —Liam se detuvo un momento. Su ansiedad estaba al mil por ciento—. En mi oficina.

—Ahí estaré.

Amor Forzado (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora