Capítulo II

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Levantó las manos al advertir un golpeteo insipiente. No pasó mucho para que las gotas empezaran a besar su rostro. Sintió envidia. Sus ojos le exigían extenuar la carga de sus malestares; pero ella, necia, escogía la agonía de su cuerpo antes que la mancha que le significaría una lágrima.

Con esfuerzo Fanny movió los pies para avanzar por la solariega calle, sin tener la intención de cubrirse de la lluvia o apresurarse para llegar a su destino. El agua no demoró en rebasar el nivel de la acera. Sus botas batallaron para hacerse paso entre la laguna improvisada al tiempo que sus ojos se concentraban en pisar las partes seguras. Fanny se abrazó con fuerza cuando un trueno rugió en la lejanía. Su casa no estaba lejos: quizás a medio kilómetro. No le hubiera disgustado la posibilidad de un transporte, pero llevaba la cuenta: cinco minutos y ni un coche a la vista.

Se detuvo en seco cuando una ráfaga de viento amenazó con tirarla al suelo. Tan pronto logró estabilizarse la luz sobre su cabeza se extinguió. Por inercia miró la extensión de la calle y dos luminarias más fallaron. Una sensación que podía identificar como pánico la envolvió. No lo pensó dos veces y se echó a correr, exigiéndole un máximo rendimiento a sus piernas mientras censuraba las escenas disparatadas que su mente reproducía.

Ahogó un grito cuando su cuerpo fue arrastrado al suelo. Apenas alcanzó a cubrir su cara antes del impacto. La dolencia palpitó rápida en sus codos, cadera y tobillo. Asustada, trató de reincorporarse, pero no lo consiguió.

—Que no me preocupe por ti. Que estás bien. No sé tú, pero yo no lo creo.

Fanny se frotó los ojos con brusquedad e intentó que algún sonido saliera de su boca.

¿En realidad era él?

Santiago la tomó por la muñeca y la ayudó a ponerse en pie. Fanny jamás hubiese deseado que él, precisamente él, la viera en esas condiciones. ¡Ella debía de tener un aspecto fatal! Agradeció la escasa luz que hacía que sus figuras fueran apenas perceptibles en aquel mar de sombras.

Su relativa fortuna acabó cuando la luminaria sobre ellos hizo un ruido como de corto circuito y terminó encendiéndose. Por inercia, la joven Díaz condujo la mirada hacia él. En el acto, sus pupilas se dilataron y sus labios se entreabrieron. Los cabellos castaños de Santiago se habían apoderado de su frente dándole cierto aire salvaje. Sus ojos, que parecían tener dificultad al enfocarla, brillaban con coqueta picardía. Más abajo, un torso definido era visible gracias a la transparencia de una adherida camisa blanca. Sus pectorales planos y bien marcados completaban aquella gloriosa visión varonil.

—No deberías estar aquí —le dijo, presa de una vergüenza que sólo ella comprendía.

—Lo sé. Pero no iba a dejar que anduvieras caminando sola por la noche —le sonrió, encantador—. Creo que hice bien, después de todo.

Sufriendo un ataque de nervios, Fanny intentó caminar y alejarse de él. Por suerte, Santiago fue lo suficientemente ágil para tomarla por la cintura cuando ella resbaló y estuvo a punto de reencontrarse con el suelo.

—Tonta, no te precipites —emitió en un cariñoso tono de regaño—. Déjame ayudarte.

Fanny se sonrojó y le apartó la mirada. Su tacto hacía que su cuerpo vibrara con las fantasías alborotadas de su cabeza. Santiago aseguró su equilibrio y después le quitó un mechón que surcaba su rostro.

—Estamos mojados hasta los huesos, y si seguimos así nos dará un resfriado que ni todos los tés del mundo podrán ayudarnos. Creo que bajo ese árbol podemos esperar a que pase el agua... ¿Puedes caminar, Fanny? —cuestionó al ver la mala postura femenina—. Es posible que te hayas lastimado.

Amor Forzado (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora