Capítulo XIX

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—Puedes parquearte por allá —le indicó Fanny—. Ana me escribió. Ya está esperando por nosotros.

Liam apagó el coche y se quitó las gafas oscuras. Bajó un poco la cabeza y quiso obtener una vista general del paisaje a través del vidrio frontal. Una vivienda sencilla de ladrillos yacía solitaria en una parcela minada de árboles de diferentes tamaños y tipos. La casa daba la impresión de estar abandonada: las ventanas eran de madera y guardaban pista de que antes pudieron estar pintadas de un celeste cielo; la puerta principal presentaba grietas en varios puntos, lo que provocaba que ésta no se pudiera cerrar a totalidad. Al lado, como un cáncer, se encontraba un garaje de madera casi destruido. Liam estaba seguro que a la mínima ventisca de aire los tablones restantes caerían. De hecho, ya había una montaña de ellos en el interior de ese oscuro espacio.

Liam creyó haber mantenido la ecuanimidad de sus gestos durante su profunda inspección, pero supo que no había sido así cuando Fanny habló.

—No te preocupes, no nos caerá encima —ella ocultó una media sonrisa al tiempo que se giraba para abrir la puerta del coche—. Esta casa ha soportado terremotos y huracanes, y aún sigue en pie. Estoy segura que permanecerá igual por dos días más.

Él no hizo ningún comentario. Permaneció observando la propiedad hasta que escuchó a Fanny batallar con la cajuela. En seguida se bajó y la ayudó. Se ofreció a llevarle la maleta cuando una de las ruedas quedó atorada en un hoyo de tierra.

—Gracias —le dijo ella, evadiendo su mirada y adelantándose a él.

Por dentro, la casa no era desagradable. Si bien era pequeña como supuso en un principio, todo estaba ordenado y limpio: se percibía el típico aroma de flores de los productos de limpieza. En la entrada, quedaba una salita conformada por cuatro sillones y una mesita de tronco de árbol en el centro. En las paredes, colgaban cuadros viejos y bastantes fotografías familiares. En una de las fotos reconoció las facciones de la amiga de Fanny: Ana María estaba ataviada en un vestido de novia y en compañía de un hombre quien debía ser su esposo. Liam no quiso reparar mucho y se encaminó por un pasillo que dio a otra estancia un poco más amplia, aunque desocupada. Al lado izquierdo, había una escalera rústica, sin barandillas, que conducía a un segundo piso. Al lado derecho, estaba una simple puerta de madera pintada de blanco. Fanny le indicó que dejara las maletas al final del pasillo.

Él obedeció y luego la siguió hacia un claro de luz que dictaba el fin del recorrido. El piso se terminó y sus zapatos Oxford se congraciaron con la tierra. Sus ojos se movieron al sentir una emanación de calor. Notó un fogón tradicional sobre el cual yacía una olla bullendo. Las brasas del fuego crisparon y conscientemente buscó a la persona encargada. La encontró en el otro extremo. Ana María se levantó de una mesa de madera tipo picnic, y les alzó la mano.

—¡Qué bueno que llegaron, Fanny, Liam! —Ana les sonrió tan resplandeciente como ese sol de las once de la mañana—. ¡Espero que hayan tenido un buen viaje! Eh, Liam, te presento a mis padres, Estela y Juan Alberto.

Él miró detrás de Ana María y vio a dos ancianos que figuraban estar ingeridos en cualquier otra cosa menos en la presencia de ambos. Liam reparó primero en la avejentada mujer: ella no era robusta como la amiga de Fanny, sino más bien delgada. Llevaba el cabello amarrado en una moña blancuzca y contaba con una sonrisa bien dispuesta en la boca. Juan Alberto, diferente a su esposa, no sonreía en absoluto. Sus facciones eran ecuánimes, es más, Liam estimó que si el anciano estuviera viéndolo directamente sería válido sopesar que su visita no era bien acogida.

—Mucho gusto —habló Liam, cortés—. Gracias por recibirnos en su casa.

Viento mezclado con humo obtuvo como respuesta. Fanny salió detrás de él y se acercó a la mesa. Abrazó primero a Ana, para después encerrar en el mismo cariño a los dos ancianos. Ellos, como suspendidos de un sueño, parpadearon y extendieron sus extremidades para corresponderle. Ahora, Juan Alberto, sonreía mientras le daba unos pequeños toques en la cabeza a Fanny.

Amor Forzado (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora